Durante tres años sufrí de lo que los médicos diagnosticaron como bronquitis asmática. Los ataques me daban cada vez que cambiaba el clima, especialmente cuando estaba húmedo, y duraban entre 3 y 4 semanas. Aunque tomaba los medicamentos que me daba el médico, no mejoraba. En realidad, cada vez me sentía peor. Llegó un momento en que los medicamentos no me hacían efecto alguno, aunque los médicos de vez en cuando los cambiaban con otros diferentes.
Recuerdo que la última vez que fui a ver al especialista, salí del consultorio molesta, aunque no sabía por qué. Cuando llegué a casa, entré en mi cuarto, cerré la puerta, me arrodillé y oré diciendo: “Dios mío, yo no creo que Tú me estés enviando esto”. Después de dos días, dejé totalmente los medicamentos.
Comencé a ver que la enfermedad no pertenece a los hijos de Dios, y que la salud es Su ley para nosotros.
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