Durante tres años sufrí de lo que los médicos diagnosticaron como bronquitis asmática. Los ataques me daban cada vez que cambiaba el clima, especialmente cuando estaba húmedo, y duraban entre 3 y 4 semanas. Aunque tomaba los medicamentos que me daba el médico, no mejoraba. En realidad, cada vez me sentía peor. Llegó un momento en que los medicamentos no me hacían efecto alguno, aunque los médicos de vez en cuando los cambiaban con otros diferentes.
Recuerdo que la última vez que fui a ver al especialista, salí del consultorio molesta, aunque no sabía por qué. Cuando llegué a casa, entré en mi cuarto, cerré la puerta, me arrodillé y oré diciendo: “Dios mío, yo no creo que Tú me estés enviando esto”. Después de dos días, dejé totalmente los medicamentos.
Comencé a ver que la enfermedad no pertenece a los hijos de Dios, y que la salud es Su ley para nosotros.
Al poco tiempo conocí la Ciencia Cristiana, y se me abrió un mundo de ideas totalmente nuevas sobre la salud, lo que es Dios y mi relación con Él. Comencé a ver que la enfermedad no pertenece a los hijos de Dios, y que la salud es Su ley para nosotros. El Amor divino no envía las enfermedades, pues Dios ama a Sus hijos. Así que comencé a estudiar con entusiasmo; quería aprender cada vez más lo que me enseñaba esta Ciencia. Una de las cosas más hermosas que aprendí fue que si Dios lo creó todo bueno, nada malo puede afectarme.
En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras Mary Baker Eddy escribe: “Mientras los mortales declaren que ciertos estados atmosféricos producen catarro, fiebre, reumatismo o tuberculosis, esos efectos seguirán, no debido al clima, sino a la creencia” (pág. 386). Esto me hizo ver que tenía que cambiar mi manera de pensar.
Tan pronto comencé el estudio de esta Ciencia, tuve la certeza de que sanaría de esa enfermedad. Cuando me venían los ataques de bronquitis mis familiares me decían que no podía bañarme ni lavarme la cabeza. Pero yo lo hacía de todos modos, y no era por rebeldía, sino con un sentido de libertad, pues estaba convencida de que nada podía hacerme daño.
El himno N° 195, del Himnario de la Ciencia Cristiana, me ayudó mucho. El segundo versículo dice:
Bien escudado en el amor de Dios, 
respiro en él un aire celestial; 
trabajo, oro y con mi guía estoy; 
a nada temo, ni me alcanza el mal.
Poco a poco, la afección bronquial dejó de recurrir, y hace ya unos 20 años que me siento bien. Esta curación fue una experiencia muy especial, porque desde que empecé a orar por ella en la Ciencia Cristiana, no dejé de hacer mis labores y continué trabajando y estudiando. A mí siempre me gustó practicar deportes, y ahora los hago con mucha más libertad. Llevo una vida totalmente normal, y ya no le temo a los cambios de clima, pues tengo la confianza, la convicción, de que el Amor divino siempre está presente.
Lima
    