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Artículo de portada

Para terminar con todas las guerras

Del número de mayo de 2013 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“La paz mundial” es una expresión que ilumina algunos rostros con una ansiosa mirada, y otros, quizás, con una burlona sonrisa. Es una meta que vale la pena alcanzar sin duda alguna, pero, ¿no será ingenuo e irreal tener esa esperanza? Durante las décadas de la Guerra Fría entre el Este y el Oeste, sólo un equilibrio de poderes parecía tener el efecto de preservar la paz. Sin embargo, en esa época la gente en Europa vivía ansiosa pensando que disfrutaban de paz meramente porque no estaban en guerra. Muchos sentían que sólo el terror de la guerra (¡y Europa estaba muy familiarizada con los terrores de la guerra!) impedía que hubiera un conflicto abierto. 

Para que sea permanente, la paz tiene que apoyarse en algo más sustancial que una amenaza de aniquilación. Después de todo, el Príncipe de Paz (como Isaías describe al Mesías, véase Isaías 9:6, 7) no trajo el mensaje de paz basándose en un impasse entre las partes opuestas, sino más bien teniendo como base un gobierno unificado que lo incluye todo, el Cristo, el poder manifestado de un Dios que no es otra cosa sino Amor. 

En cualquier momento podemos recurrir al gobierno del Cristo y reconocer esta fuerza unificadora que nos indica que todos tenemos un padre en común, un Padre-Madre Dios. Al mirar más allá de los rótulos culturales y teológicos, encontramos afinidad en nuestras naturalezas espirituales. El respeto y un sentido de hermandad son el resultado natural.

La unidad de las cualidades espirituales constituye la compleción espiritual.

En las últimas décadas se ha encontrado mucha afinidad y respeto en Europa. Yo me crié en Alemania en los años 60 y 70, y todavía recuerdo las despectivas palabras que se usaban para describir a los franceses, y los términos que ellos usaban para describir a los alemanes. Hace décadas que no escucho esas palabras. Uno no insultaría a un amigo. 

El Comité Nobel de Noruega reconoció: “Durante un período de setenta años, Alemania y Francia tuvieron tres guerras. Hoy no se puede concebir que llegue a haber una guerra entre Alemania y Francia. Esto demuestra cómo, a través de esfuerzos bien intencionados y forjando mutua confianza, enemigos históricos pueden transformarse en colaboradores cercanos” (nobelprize.org/nobel_prizes/peace/laureates/2012/press.html). Como resultado, la Unión Europea recibió el Premio Nobel de la Paz de 2012.

“Mutua confianza”. Puede que no siempre parezca fácil generar confianza cuando somos bombardeados con propagandas llenas de odio que destacan las diferencias culturales, raciales y teológicas, con la intención de provocar sospecha y desprecio. Pero el odio no puede vencer al amor de Dios. El amor de Dios habla al corazón humano de una manera que todo corazón puede comprender. ¡Qué oración más poderosa y afirmativa, basada en un poderoso hecho espiritual es esta que dice: “Debiera entenderse plenamente que todos los hombres tienen una única Mente, un único Dios y Padre, una única Vida, Verdad y Amor. El género humano se perfeccionará en la proporción en que este hecho se torne aparente, cesarán las guerras y la verdadera hermandad del hombre será establecida” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 467).

He aquí una ilustración de cómo los miembros de una iglesia pueden abrazar a su comunidad y contribuir a la curación y a la paz. Ocurrió en febrero un miércoles por la noche. Estaba yo sentado en la iglesia, escuchando las lecturas, cuando de pronto una ujier me tocó el hombro y me pidió que saliera al vestíbulo. Acababa de llegar un visitante, quien era obvio que estaba un poco perturbado mentalmente, y ella necesitaba ayuda. Si bien hacía mucho frío, él sólo tenía puesto una camisa liviana. Había confusión y temor en su mirada, y sus gestos eran erráticos. Dijo que el diablo lo estaba persiguiendo y que buscaba protección. Le aseguré que el diablo no podía entrar en nuestra iglesia. Eso lo tranquilizó un poco. 

Nos sentamos juntos por un rato en silencio a escuchar las lecturas, entonces me preguntó susurrando si podía orar por él para que sus pecados fueran perdonados. Asentí con la cabeza y oré en silencio para saber que por ser hijo de Dios él es incapaz de pecar y que Dios jamás aparta Su amor de Su amada creación.

Se podría decir que lo que Dios une, ninguna creencia mortal puede separar.

Después de unos momentos, se volvió hacia mí y con los ojos muy abiertos hizo una exclamación de asombro. Luego volvió a mirar hacia el frente y continuó escuchando las lecturas. 

Más adelante, cuando el Lector invitó a la congregación a relatar testimonios de curaciones, mi nuevo amigo me susurró: “Yo quiero decir algo”. Tengo que admitir que sentí un poco de desconfianza. “¿Qué quiere usted decir?”, le pregunté. “Bueno, aquí siento mucho amor y me siento a salvo”. “Sí, usted puede decir eso”. Y me respondió: “Bueno, ¡acabo de hacerlo!”

Al término de la reunión, muchos de los miembros vinieron a saludarlo. Después, mientras los congregantes se iban, me contó más acerca de él mismo. Había venido de Trinidad y ahora vivía en esa zona, en una comunidad bastante desprestigiada, y ganaba muy poco dinero. Su madre estaba enojada con él porque hacía muy poco por la familia. 

Para entonces, yo me encontraba solo con él. Me mostró su Biblia donde había puesto fotos de su familia. De pronto se dio cuenta de que en algún momento tendría que salir de la iglesia. El sudor corría por su frente. Comenzó a caminar de un lado a otro. Traté de percibir que él era el amado hijo de Dios, y que no estaba gobernado por la cultura o su historia, sino por la Mente única que lo gobierna todo. 

Entonces se detuvo y me dijo: “Sabe una cosa, yo tengo un cuchillo. En una ocasión cometí un grave error, y no quiero cometer ese error otra vez”. Con estas palabras me miró y de pronto vi un brillo en sus ojos. “¡Oh no!” Pensé inmediatamente: “¡Pero no lo hará!, usted es incapaz de hacer daño”. Sentí que el momento de pánico desaparecía en mí. Extendí ambas manos hacia arriba y le dije con calma: “El Amor divino llena toda esta sala”. Luego extendí mis brazos hacia la puerta. “Y todo este amor fluye afuera y llena toda la ciudad”. Él siguió el movimiento de mi mano y se dirigió rápidamente hacia la puerta. Salimos al aire libre juntos. Él se volvió muy pensativo y dijo que se iba a su casa. Nos despedimos y en silencio reconocí que él estaba en el amor de Dios.

El miércoles siguiente, me quedé otros 30 minutos después de la reunión de testimonios hablando con un miembro. Vi a un hombre joven que venía en dirección a la iglesia. Se acercó a mí con paso rápido, luciendo una chaqueta de invierno. Abrió la puerta de la iglesia y me extendió la mano para saludarme. Yo lo miré sin saber quién era, y me dijo con una gran sonrisa: “¡Yo estuve aquí la semana pasada!” No lo habría reconocido. Riéndose me dijo: “Sí, sí, hoy soy valiente. No hay diablo. Ustedes me ayudaron mucho la semana pasada. Hablé con mi madre y ahora todo está bien otra vez. Voy a vivir con ella. Esta iglesia es realmente algo especial. Muchas gracias”. Y se despidió. 

Pensé, un hombre de tez oscura de Trinidad y un hombre blanco de Alemania, se reunieron en una iglesia estadounidense, regocijándose en su unidad y hermandad espiritual. Me hizo pensar en la declaración de Pablo: “No hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos” (Colosenses 3:11).

Es poderosa la contribución a la paz mundial que cada uno de nosotros puede hacer respetando al Cristo como todo y en todos, como ilustración de nuestra verdadera unidad individual con Dios. Así es, la paz mundial es posible. Y si tenemos en cuenta nuestra conexión divina, es justo decir que es inevitable. 


¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios?
Malaquías 2:10

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