“La paz mundial” es una expresión que ilumina algunos rostros con una ansiosa mirada, y otros, quizás, con una burlona sonrisa. Es una meta que vale la pena alcanzar sin duda alguna, pero, ¿no será ingenuo e irreal tener esa esperanza? Durante las décadas de la Guerra Fría entre el Este y el Oeste, sólo un equilibrio de poderes parecía tener el efecto de preservar la paz. Sin embargo, en esa época la gente en Europa vivía ansiosa pensando que disfrutaban de paz meramente porque no estaban en guerra. Muchos sentían que sólo el terror de la guerra (¡y Europa estaba muy familiarizada con los terrores de la guerra!) impedía que hubiera un conflicto abierto.
Para que sea permanente, la paz tiene que apoyarse en algo más sustancial que una amenaza de aniquilación. Después de todo, el Príncipe de Paz (como Isaías describe al Mesías, véase Isaías 9:6, 7) no trajo el mensaje de paz basándose en un impasse entre las partes opuestas, sino más bien teniendo como base un gobierno unificado que lo incluye todo, el Cristo, el poder manifestado de un Dios que no es otra cosa sino Amor.
En cualquier momento podemos recurrir al gobierno del Cristo y reconocer esta fuerza unificadora que nos indica que todos tenemos un padre en común, un Padre-Madre Dios. Al mirar más allá de los rótulos culturales y teológicos, encontramos afinidad en nuestras naturalezas espirituales. El respeto y un sentido de hermandad son el resultado natural.
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