Una noche me desperté con la garganta dolorida e inflamada y casi no podía respirar. Me asusté porque los síntomas eran muy agresivos.
Soy estudiante de la Ciencia Cristiana, y siempre me apoyo en las ideas de la Biblia y los escritos de la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy. En momentos de angustia, estas ideas actúan como un remedio: brindan fortaleza y curación.
En aquella ocasión me vino al pensamiento este pasaje de la Biblia: “Fíate del Señor de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas” (véase Proverbios 3:5, 6). De hecho, todos los problemas pueden resolverse cuando confiamos en la guía infalible de Dios.
Empecé a orar y a repetir para mí misma: “Fíate del Señor de todo tu corazón”. De pronto me vino una inspiración, como si escuchara una voz penetrante que me preguntaba: “Pero, ¿quién es este Señor en quien confías?” Una respuesta también vino muy claramente a mi consciencia, y me di cuenta de que este Señor es el único Dios, el Uno que jamás está lejos, sino que es omnipresente, y con quien yo estoy siempre conectada “porque en él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:28).
Reflexioné sobre estas verdades espirituales y reconocí que jamás había estado separada 
de Dios.
Podemos sentir la presencia de Dios cada vez que elevamos nuestro pensamiento a Él, reconociendo y afirmando nuestra unidad perfecta con Dios, como Mary Baker Eddy lo declara tan bien: “No es ni la Ciencia ni la Verdad lo que obra mediante la creencia ciega, ni es la comprensión humana del Principio divino sanador como era manifestado en Jesús, cuyas oraciones humildes eran declaraciones profundas y concienzudas de la Verdad, de la semejanza del hombre con Dios y de la unidad del hombre con la Verdad y el Amor” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 12). Mediante la oración tomamos consciencia de Su semejanza espiritual, un entendimiento firmemente arraigado en la comprensión de la íntima relación que existe entre el Creador y Su creación perfecta y armoniosa. De este entendimiento proviene nuestro dominio sobre los sentidos materiales, que sugieren que la enfermedad y la falta de armonía son reales, cuando no lo son.
Reflexioné sobre estas verdades espirituales y reconocí que jamás había estado separada de Dios. En ese momento, me di cuenta de que podía confiar en el cuidado del todo afectuoso de Dios, mi Señor, para sanar. En cuestión de minutos me tranquilicé y me quedé dormida. Pasé el resto de la noche en calma. Al día siguiente, no había rastro alguno de la irritación y la inflamación de garganta. La dificultad para respirar también había desaparecido. Esto ocurrió en el 2009 y los síntomas no han vuelto a presentarse.
Esta experiencia me ha probado que todos tenemos la autoridad divinamente otorgada de demostrar la supremacía de la Vida, la Verdad y el Amor divinos, que ciertamente vence el mal en todas sus formas.
Río de Janeiro
    