En abril de 2011, mi esposo y su hermano se fueron ocho días de vacaciones a Grecia. El primer día de su viaje, mi esposo me llamó para decirme que no se sentía bien, y tenía gastroenteritis. Muchas otras personas en el hotel tenían los mismos síntomas. Su hermano también estaba comenzando a sentirse enfermo. Puesto que mi esposo y su hermano no practican la Ciencia Cristiana, tomaron una medicina, y después de cinco días se sintieron más o menos sanos.
Cuando regresó a casa, mi esposo me contó brevemente esa ingrata experiencia que había pasado. Ese mismo día, empecé a tener yo los mismos síntomas de la enfermedad que él me había descrito. Estaba sorprendida de la rapidez con que el contagio parecía extenderse, primero en Grecia y luego en Francia. De inmediato pensé en lo que escribe Mary Baker Eddy en su libro Escritos Misceláneos 1883-1896: “Dejándonos llevar por la corriente popular del pensamiento mortal… hacemos lo que otros hacen, creemos lo que otros creen, y decimos lo que otros dicen. El consentimiento común es contagioso, y hace contagiosa la enfermedad” (pág. 228).
Durante más de 13 años la Ciencia Cristiana ha sido mi único remedio cuando he tenido problemas de salud. Así que sabía qué debía hacer en esta situación.
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