Una de las lecciones más valiosas que aprendí con el estudio de la Ciencia Cristiana es que los recursos de Dios son infinitos. También aprendí que cuanto más conscientes estamos de este hecho, más abandonamos los pensamientos limitados sobre provisión y, como resultado, vemos manifestados los recursos divinos en nuestra vida diaria.
Mary Baker Eddy escribió: “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 494). Cuando al orar reconocemos que el bien siempre se está expresando y que nosotros somos la manifestación misma de Dios, nos damos cuenta de que ya somos completos, puesto que reflejamos todo lo que pertenece al Amor divino.
Cuando recurrimos a la ley divina de provisión, las situaciones adversas se solucionan. Vemos que la operación de esta ley comienza a desenvolverse en nuestra experiencia en forma de rendimiento adecuado, alimento, vivienda, seguridad, buenas relaciones y la provisión para cubrir todas las necesidades legítimas que tengamos cada día, hasta las más pequeñas.
Orar por provisión no consiste simplemente en pensar positivamente para resolver un problema económico. Es entender que Dios, el bien supremo y Amor omnipresente, constantemente pone a nuestro alcance la sustancia divina, que es espiritual e infinita. Al reconocer en oración estas verdades espirituales, tomamos consciencia de la provisión que nos pertenece por derecho divino.
En 1999, me mudé a Tiradentes, una ciudad histórica en el Estado de Minas Gerais, donde abrí un pequeño negocio de muebles y artesanías. Cuando llegué a esta ciudad, sólo tenía un poco de dinero que había recibido cuando rescindieron mi contrato de trabajo con la compañía donde había trabajado durante algunos años. Este recurso económico no era mucho, pero pensé que sería suficiente como para mantenerme algunos meses, hasta que empezara a recibir ganancias del negocio.
Sentía que teníamos el derecho de manifestar la sustancia que necesitábamos y que la idea perfecta de hogar se desenvolvería para nosotros.
Sin embargo, estaba por casarme y lo que facturaba con las ventas del negocio no era suficiente para pagar el alquiler del local y el alquiler o hipoteca de una casa donde mi futura esposa y yo pudiéramos vivir. Entonces empecé a orar para saber que la ley de Dios, quien siempre provee a todos Sus hijos, estaba en acción en aquel mismo momento.
Pasaron unos días y la situación no había cambiado, pero me mantuve tranquilo, sabiendo que todo estaba bajo el gobierno de Dios. Entonces me vino la idea de comprar una casa en las afueras de la ciudad, donde los valores de los inmuebles eran más accesibles. Sin embargo, la cantidad de dinero que tenía no parecía ser suficiente ni siquiera para eso. En aquella época, la única inversión que mi novia y yo teníamos era un “consorcio” o cuenta conjunta para comprar un automóvil. Hacía varios años que contribuíamos a ese fondo. Esta es una práctica financiera muy común en Brasil. Junto con otras personas, contribuimos con pagos mensuales a un fondo en común por un período de tiempo. Durante el mismo uno puede recibir el auto y continuar contribuyendo al fondo hasta que termina de pagar el saldo que adeuda. Si el auto no está disponible, lo recibes cuando terminas de pagar todas las cuotas. De manera que ese dinero no lo teníamos disponible para comprar una casa en ese momento.
Cuando al orar reconocemos que el bien siempre se está expresando y que nosotros somos la expresión misma de Dios, nos damos cuenta de que ya somos completos, puesto que reflejamos todo lo que pertenece al Amor divino.
No obstante, no me desanimé y empecé a buscar una chacra cerca de la ciudad, con una casa donde vivir. Sentía que teníamos el derecho de manifestar la sustancia que necesitábamos y que la idea perfecta de hogar se desenvolvería para nosotros. La Biblia dice: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). Yo tenía la certeza de que la ley divina de la armonía estaba en operación para nosotros, y que recibiríamos provisión en abundancia.
Tiempo después, encontré una chacra cuyo precio de venta era muy accesible. A mi novia y a mí nos gustó mucho el lugar y sentimos que sería nuestro hogar.
Hice una cita con la dueña de la propiedad para mediados de la semana siguiente. Mi novia y yo oramos, y no tuvimos ninguna duda de que la provisión divina se manifestaría de una forma que bendeciría a todas las partes interesadas. Sabíamos que la abundancia es la ley de Dios en acción, y nada puede impedir que se manifieste.
Ese mismo día, recibí la noticia de que podíamos retirar el auto que estábamos pagando. Como ya habíamos cumplido con casi todas las cuotas del “consorcio”, negocié con la empresa para liquidar el saldo pendiente, y en lugar del auto, recibimos una carta de crédito en efectivo. El día que habíamos acordado con la propietaria nos presentamos en la oficina de registros con el dinero suficiente para comprar la chacra al contado. Para mí este fue el resultado de la oración y de una confianza inamovible en que la provisión del Amor divino está siempre a nuestro alcance.
Hoy, además del negocio de muebles, también tenemos una carpintería donde trabajan nueve empleados. Continuamos teniendo progreso y vivimos confortablemente.
Jesús demostró la ley divina de la provisión cuando se multiplicaron los panes y los peces. ¿Cómo pudo hacer eso cuando los sentidos físicos mostraban recursos tan escasos: apenas cinco panes y dos peces? El Maestro no se aferró a lo que tenía delante de sus ojos. En lugar de eso, reconoció el cuidado infalible de Dios y Su capacidad para responder a las necesidades de Sus hijos, incluso cuando los recursos parecen ser escasos. Más de 5000 personas fueron alimentadas y satisfechas, y con los fragmentos que sobraron se llenaron doce canastas (véase Mateo 14:15-21).
Esta ley del Amor divino que responde a todas las necesidades humanas está disponible hoy para todos nosotros como estuvo para Jesús hace 2000 años, porque es divina, ilimitada y eterna. Confía en que “todas las cosas son posibles para Dios” (Marcos 10:27), y ve manifestada la abundancia de la provisión divina en tu vida.