Encontré la Ciencia Cristiana en una época en que estaba postrada en cama, sin ningún deseo de levantarme, de caminar o de hablar. El insomnio y la falta de apetito eran constantes. Con frecuencia me sentía deprimida y lloraba sin ninguna razón. No lograba ver belleza en nada a mi alrededor. Los médicos me habían diagnosticado un trastorno neurovegetativo, problema que yo trataba con medicamentos desde hacía 10 años. Siempre que dejaba de tomarlos, los síntomas empeoraban.
Tal como dice el dicho popular: “La necesidad extrema del hombre es la oportunidad de Dios”, esto probó ser verdad en mi experiencia. En determinado momento, el médico que había estado atendiendo mi caso durante algún tiempo, falleció. Además, el remedio que yo tomaba dejó de fabricarse y fue retirado del mercado. Otros médicos que me habían examinado antes me habían recetado diferentes medicamentos, pero sólo el último que había tomado me había hecho sentir mejor. Así que estaba desesperada.
Por aquel entonces, mis hermanos ya estaban estudiando la Ciencia Cristiana y me daban algunos ejemplares de El Heraldo en portugués; me gustaban las ideas que leía en esta revista. Fue entonces que, como último recurso, les pedí que me pusieran en contacto con un practicista de la Ciencia Cristiana, persona que dedica todo su tiempo a ayudar a los demás a sanar mediante la oración.
Un Dios perfecto creó todo a Su imagen y semejanza.
El practicista aceptó mi caso y vino a verme a mi casa varios días. Me leía la Lección Bíblica de la Ciencia Cristiana y me hablaba sobre el contenido espiritual de lo que estudiábamos. En las primeras dos visitas, no pude caminar hasta la puerta para abrírsela. En la tercera visita, no sólo pude abrir la puerta y recibirlo en persona, sino que también corrí para contestar el teléfono, que sonó en el mismo momento que él llegó. Los dos nos sentimos felices con mi progreso.
El practicista me recordaba con frecuencia las ideas de este pasaje: “En la Ciencia Cristiana jamás hay un paso retrógrado, jamás un regreso a posiciones superadas” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 74). Yo estaba sintiendo una renovación en el pensamiento y no podía volver a tener un concepto erróneo acerca de mí misma, como un ser enfermo y triste. Además estaba adquiriendo un nuevo conocimiento sobre Dios y Su creación, la cual incluye al hombre, término genérico para todos los hombres, mujeres y niños. Estaba aprendiendo que un Dios perfecto creó todo a Su imagen y semejanza. Contrario a la evidencia física, los genes defectuosos no formaban parte de mi verdadera identidad, que es espiritual, perfecta e indestructible. Comprendí que si yo siempre había existido como una idea perfecta de Dios, entonces sólo podía expresar la perfección divina en todo momento.
Sané a medida que reflexioné profundamente acerca de estos conceptos. Al término de esa semana ya estaba totalmente fortalecida. Con toda naturalidad recuperé el apetito, la alegría y mi interés por la vida, y continúo haciéndolo desde entonces. Esta curación ocurrió hace 30 años, y los síntomas jamás volvieron a presentarse.
¡Qué bueno es saber que estamos siempre unidos a Dios! Mi gratitud a Dios, a la Ciencia Cristiana y a la ayuda del practicista es inmensa. Mantener un espíritu de gratitud me permite ver y preveer el desenvolvimiento constante del bien divino en mi vida.
São Paulo