Encontré la Ciencia Cristiana en una época en que estaba postrada en cama, sin ningún deseo de levantarme, de caminar o de hablar. El insomnio y la falta de apetito eran constantes. Con frecuencia me sentía deprimida y lloraba sin ninguna razón. No lograba ver belleza en nada a mi alrededor. Los médicos me habían diagnosticado un trastorno neurovegetativo, problema que yo trataba con medicamentos desde hacía 10 años. Siempre que dejaba de tomarlos, los síntomas empeoraban.
Tal como dice el dicho popular: “La necesidad extrema del hombre es la oportunidad de Dios”, esto probó ser verdad en mi experiencia. En determinado momento, el médico que había estado atendiendo mi caso durante algún tiempo, falleció. Además, el remedio que yo tomaba dejó de fabricarse y fue retirado del mercado. Otros médicos que me habían examinado antes me habían recetado diferentes medicamentos, pero sólo el último que había tomado me había hecho sentir mejor. Así que estaba desesperada.
Por aquel entonces, mis hermanos ya estaban estudiando la Ciencia Cristiana y me daban algunos ejemplares de El Heraldo en portugués; me gustaban las ideas que leía en esta revista. Fue entonces que, como último recurso, les pedí que me pusieran en contacto con un practicista de la Ciencia Cristiana, persona que dedica todo su tiempo a ayudar a los demás a sanar mediante la oración.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!