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Artículo de portada

¡Leer Ciencia y Salud sana!

Del número de marzo de 2014 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en francés


Después que mi hermano mayor, quien era un gran apoyo para mí, falleció en 1977, tuve muchos desafíos. Más que nada, me preocupaba la salud de mi hija. En aquel entonces, ella tenía dos años y sufría de diarrea crónica, y por ese motivo, según los médicos, no podía caminar. Al principio, mi esposa y yo hicimos que la niña siguiera un tratamiento de medicina moderna, luego un tratamiento de medicina africana tradicional, pero ninguna de ellas dio resultado. La condición de nuestra hija parecía incurable. Al enterarse de mi situación, un amigo se compadeció de mí y me dio Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Me dijo que el mensaje del libro me daría las soluciones que estaba buscando. Al principio me negué a aceptar el libro porque yo no confiaba en la palabra Ciencia que tiene el título, y además desconocía por completo la existencia y las enseñanzas de la Ciencia Cristiana.

Sin embargo, mi amigo me instó con persistencia a que tomara el libro y lo leyera, convencido de que me ayudaría. Debido a su insistencia, me sentí obligado a aceptarlo. Entonces comencé a leerlo. Hacía unos años que me había vuelto ateo y había perdido toda mi fe en Dios. Pero el contenido de Ciencia y Salud captó mi atención de inmediato, y me impactó mucho el siguiente pasaje: “’La fe sin obras está muerta’. La fe, si es mera creencia, es como un péndulo que oscila entre nada y algo, sin tener fijeza. La fe, avanzada hasta la comprensión espiritual, es la evidencia obtenida del Espíritu, que reprende toda clase de pecado y establece las reinvindicaciones de Dios” (pág. 23). Estas palabras me hablaban a mí directamente, y sentí que en lugar de tratar de expresar una fe ciega (lo cual me había transformado en un ateo), yo podía tener una fe llena de resultados y pruebas tangibles de que Dios está presente en nuestra vida.

Luego me sentí impulsado a orar con todo mi corazón. Durante tres días, a medida que continuaba leyendo Ciencia y Salud, le pedí a Dios que me revelara Su existencia y la razón por la que había enviado a Su Hijo, Cristo Jesús. De algún modo, hice lo que Dios nos pide que hagamos en Malaquías: “Probadme ahora en esto, dice el Señor de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (3:10).

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