Hoy en día, la expresión interconexión se utiliza a menudo para referirse al intercambio de información con otras personas. Hace algunos años, no era así. Se hablaba, más bien, de “tener conexiones” o de “pertenecer a cierto círculo social”. Estas frases tenían con frecuencia un significado negativo, mientras que el término “interconexión” en sí tiende a ser un término más neutral, y tiene incluso una connotación positiva.
Por lo general, se cree que es importante conocer a la gente correcta para obtener la información correcta, en el momento correcto, porque esto puede darte poder. De hecho, a veces se escucha decir que el conocimiento es poder.
En su obra principal, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy, la fundadora de la Ciencia Cristiana, describe el conocimiento, en parte, como “lo opuesto de la Verdad y de la comprensión espirituales” (pág. 590). Debo decir que cuando leí esto por primera vez, me chocó un poco porque en aquel entonces yo también creía que el conocimiento era poder.
Posteriormente, encontré la siguiente explicación en Ciencia y Salud: “No es la comunión entre las personas, sino la ley divina la que comunica la verdad, la salud y la armonía a la tierra y a la humanidad” (pág. 72). Esta declaración me ayudó a ver cuán limitado era mi sentido humano de poder, y me enseñó a comprender el verdadero sentido espiritual de poder.
Dios es omnipotente, todo lo sabe, y todo lo que la humanidad necesita saber tiene su origen en esta fuente divina.
Puesto que Dios es todo y nos ama a cada uno de nosotros, nadie está jamás excluido de Su amor y cuidado.
A menudo la interconexión humana o social incluye o excluye a ciertas personas. Pero como Dios es todo y nos ama a cada uno de nosotros, como enseña la Biblia, nadie está jamás excluido de Su amor y cuidado. Cuando empecé a estudiar la Ciencia Cristiana, tuve una experiencia que me probó esto.
Durante mi servicio en el ejército alemán, se me presentó la oportunidad de llegar a ser teniente de Reserva. Yo pertenecía a un batallón de reconocimiento. De acuerdo con una antigua tradición en esta unidad, en general, solo aquellos que pertenecían a la aristocracia, o a una familia de alto nivel social de Alemania, eran entrenados para ser tenientes de Reserva. Era una especie de club elitista o uno de esos círculos sociales.
Como mi familia era de clase media, las probabilidades que tenía de alcanzar ese rango no eran buenas. No obstante, toda clase de candidatos tenían la oportunidad de tomar parte de tres diferentes pruebas en preparación para el entrenamiento, así que me presenté. Aunque estuve siempre entre los tres que obtenían los mejores resultados, no me pusieron en la lista de candidatos recomendados para las clases de entrenamiento para ser teniente.
Yo me sentía muy desilusionado. Cuando fui a casa de mis padres el fin de semana, me encontré con una Científica Cristiana amiga de mi madre y le conté mi historia. Lo único que esta amiga me dijo fue: “Todos pertenecemos a la aristocracia divina”.
Este comentario me despertó. Al meditar en ello, me vino este pensamiento: “Que no se haga mi voluntad, sino la voluntad de Dios”. Logré confiar la situación a Dios y ponerme totalmente en Sus manos. Declaré: “Dios mío, si Tú piensas que debo seguir siendo un soldado raso, está bien conmigo”.
Para cuando regresé a la base militar, mi desilusión había desaparecido.
La primera línea de un himno del Himnario de la Ciencia Cristiana expresa lo que sentí en aquel momento:
“Tu herencia, ¿cuál será?, imagen fiel de Dios. ¿Cuál es del Padre el plan, nacido de Su amor?” (Himno Nº 382).
Unas tres semanas después anunciaron que habían agregado tres candidatos más a la lista de aquellos elegidos para el entrenamiento especial. ¡Yo era uno de los tres!
Tener consciencia de que la presencia de la Mente divina me estaba guiando constantemente, me llevó adelante.
Los cursos de entrenamiento no siempre fueron fáciles, pero el tener conciencia de que la presencia de la Mente divina me estaba guiando constantemente, me llevó adelante todo el camino.
Me sentí muy agradecido porque al alcanzar el rango de teniente no solo pude servir a mi país de la mejor manera, sino que también hizo que se presentaran otras oportunidades para avanzar más en mi carrera.
He aprendido que todos pertenecemos a la interconexión divina de nuestro Padre-Madre Dios, de la cual nadie puede estar excluido. Todos formamos parte “del club de los hijos de Dios”. Sólo tenemos que reclamarlo.