Durante cinco años había trabajado en el mercado automotriz, cuando decidí comenzar mi propio negocio de distribución de productos industriales. En aquella época, me enfrentaba al temor por el futuro y la escasez económica, teniendo que mantener a mi familia, compuesta por mi esposa y cuatro hijos.
Para superar estas situaciones busqué apoyo en la oración, algo que siempre me ha ayudado a resolver mis problemas. Una cita de la Biblia me dio mucha inspiración: “Si el Señor no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; si el Señor no guardare la ciudad, en vano vela la guardia” (véase Salmo 127: 1, 2).
Entre los problemas que enfrentaba en el nuevo negocio estaban la competencia y la rotación de productos “estancados”, que son los que nadie quiere comprar. Estos productos afectan muchísimo las utilidades de una empresa, por tanto, oraba pensando en la “ley de la oferta y la demanda”. Mary Baker Eddy explica que bajo la ley divina “la oferta invariablemente satisface la demanda” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 45). Pienso que de acuerdo con esta ley, siempre alguien necesita lo que uno tiene y alguien tiene lo que uno necesita. Así como no hay nada que sobre ni falte en la creación de Dios, no pueden existir “ideas o productos estancados”. Orando de esta forma, lograba vender esos productos que llamamos de “lento movimiento”.
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