Mi familia y yo vivimos en Cuernavaca, México, unos cinco años. Debido al clima cálido abundan los alacranes. Los veíamos con frecuencia en las paredes de piedra de nuestro jardín. A veces entraban en la casa a través de las puertas y ventanas.
Temprano una mañana, me desperté de pronto con un dolor muy intenso en el brazo. Encontré un alacrán en las sábanas y una pequeña marca de la picadura cerca del codo. Me invadió el temor, pues sentí cómo se me entumecía el brazo. Las picaduras de alacrán se consideran venenosas e incluso mortales, dependiendo del tipo de alacrán, la época del año y otros factores, y normalmente se tratan con un antídoto.
Soy estudiante de la Ciencia Cristiana, así que sabía que debía enfrentar ese temor de inmediato. Recordé una idea que había sido una ayuda poderosa en situaciones que había vivido con mis hijos: “Nada os dañará”. Es parte de una promesa que hizo Cristo Jesús a sus discípulos: “He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará” (Lucas 10:19).
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