¡Cuántas veces nos hemos sentido maravillados ante un bello amanecer! Dejando la noche atrás, los rayos de luz iluminan todo a su paso, y como con una paleta de colores, hacen nuevo cada amanecer.
La luz siempre destruye las tinieblas. Por ejemplo, cuando entramos en un cuarto oscuro, encendemos la luz y la oscuridad desaparece. No obstante, cuando entramos en un cuarto lleno de luz, la oscuridad no puede entrar en él para librarse de la luz... a menos, por supuesto, que apaguemos el interruptor.
Un relato en la Biblia ilustra este punto cuando lo aplicamos al pensamiento. En una ocasión, Jesús pidió a sus discípulos que entraran en la barca y fueran a la otra ribera, mientras él despedía a la multitud. Luego subió al monte a orar. En la madrugada, Jesús vino a sus discípulos caminando sobre el mar. Al verlo se atemorizaron pensando que era un fantasma. Pero el Maestro los tranquilizó y les dijo: “Yo soy, no temáis!” Entonces Pedro le pidió ir a él sobre las aguas. Y Jesús le dijo: “Ven”. Pedro descendió y andaba sobre el mar. Pero de pronto empezó a prestar más atención al viento fuerte y a las olas, y tuvo miedo, y comenzó a hundirse. Le pidió ayuda a Jesús, quien lo tomó y lo puso nuevamente sobre el agua, y le dijo: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” (Mateo 14:22-32)
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