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Identidad y poder

Del número de marzo de 2014 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en francés


Un antiguo cuento de hadas narra que una mañana los emisarios del rey de esas tierras visitaron a un huérfano para anunciarle que, en realidad, él nunca había sido huérfano, sino que era el hijo del rey. Como te puedes imaginar, esta información sobre su verdadera identidad como hijo del rey entrañaba gran poder y autoridad.

En esta pequeña historia podemos reconocer hasta qué punto la noción de identidad y poder están íntimamente ligados: Saber quiénes somos lleva en sí una gran fuerza liberadora. Con la Ciencia Cristiana y la claridad espiritual que brinda, somos capaces de comprender mejor en qué medida el poder de Dios también está incluido en el sentido de identidad.

Una de las definiciones de la palabra identidad es “calidad de idéntico”. Entonces cuando tratamos de comprender mejor la naturaleza de la identidad, uno debe inevitablemente preguntarse: “¿Idéntico a qué?”

Todo aquello que no halle su identidad en Dios sólo puede ser una ilusión.

Cuando nos damos cuenta de que Dios es la única causa y creador de todo lo que existe, el único “YO SOY”, se desprende que la identidad de todas las cosas procede o se origina en Dios. He aquí un punto metafísico esencial: A menos que algo encuentre su identidad en la naturaleza de Dios, no puede realmente existir. Todo aquello que no halle su identidad en Dios sólo puede ser una ilusión. A menos que Dios sea el Padre de algo, ese algo no puede ser real. Es inútil, por tanto, atribuir identidad al pecado, a la enfermedad y a la muerte porque su origen e identidad no pueden encontrarse en Dios. Y si Dios no les ha dado sustancia, identidad y forma, no pueden existir. Por lo tanto, el único poder aparente que esas cosas pueden tener, es el poder que nosotros les damos al otorgarles una identidad.

En vista de estos puntos metafísicos, es importante insistir mentalmente en que el pecado, la enfermedad y la muerte son ilegítimos porque Dios no los concibe. No tienen identidad. Si asimilamos esta verdad, los reduce efectivamente a la nada. Sin embargo, he visto con claridad que una de las trampas a las que debemos estar alertas es la siguiente sugestión: “Si estoy pensando en algo, entonces debe ser real, porque pienso en ello”. Sin embargo, como los pensamientos que no son buenos no tienen su origen en Dios, quien es solo bueno, los mismos son solo sugestiones, y la oración nos ayuda a discernir los buenos pensamientos que nos vienen de Dios y aquellos que son sugeridos por la mente carnal a la que se refiere la Biblia (véase Romanos 8:7).

Cuando alguien enfrenta un problema físico, lo que piensa sobre su circunstancia desde el punto de vista físico no solo parece importante, sino verdadero y tangible. No puede abandonar sus convicciones acerca de la condición física a menos que adopte un concepto diferente de identidad. Para sanar en la Ciencia Cristiana, necesitamos abandonar tanto nuestras propias opiniones sobre la condición física, como la noción de que simplemente porque pensamos o vemos algo que creemos que es real, tiene que ser real. Más bien, necesitamos afirmar nuestra naturaleza espiritual completamente pura y perfecta como linaje de Dios, incapaz de experimentar una condición física adversa.

Tales conceptos metafísicos pueden aplicarse concretamente en la vida cotidiana como descubrió uno de mis amigos. Un día, me contó que tenía un catarro muy fuerte. De inmediato compartí con él la verdad de que esa condición no tenía ni sustancia ni identidad en la Mente que es Dios. La condición sanó en un día cuando los dos reconocimos que en realidad no estaba sufriendo por un resfriado, sino por la arrogancia de la mente humana que sugiere que existen dos creaciones, una material y una espiritual. Cuando vemos que es imposible que haya una, así llamada, creación material, la enfermedad y el error deben perder su identidad y legitimidad porque entendemos que no pueden tener ninguna realidad ante Dios.

Obtener un sentido correcto de la identidad espiritual, naturalmente, proporciona el poder de sanar las falsas creencias inherentes a un sentido mortal de identidad.

Obtener un sentido correcto de la identidad espiritual, proporciona el poder de sanar las falsas creencias inherentes a un sentido mortal de identidad. Mary Baker Eddy llegó a comprender la importancia de esto durante una visita a Ralph Waldo Emerson, un conocido filósofo de su tiempo. Él estaba muy mal de salud. Después de salir de la casa de Emerson, ella le comentó a su marido, Asa Eddy, que no podía sanar a Emerson porque él insistía en que la muerte era inevitable, o, como él señaló: “No creo que Dios pueda o quiera evitar este resultado de una edad avanzada" (Robert Peel, Christian Science: Its encounter with American Culture, p. 99). Sin embargo, Mary Baker Eddy sanó a innumerables personas de todas las edades, antes y después de este encuentro. El sentido de identidad que tenía Emerson no le permitió aceptar que su verdadera naturaleza era eterna. Este incidente demuestra la necesidad de encontrar nuestra identidad en Dios, no en lo humano.

Encontrar nuestra identidad en Dios necesariamente implica el poder espiritual de Dios, el mismo poder que Jesús demostró en la curación de los enfermos y los pecadores, y al resucitar a los muertos. Gracias a este poder, tenemos la capacidad de sanarnos a nosotros mismos y a otros. Sin embargo, como muestra el incidente con Emerson, tenemos que tener la suficiente humildad para aceptar únicamente nuestro origen divino, y nunca inventar otras identidades aparte de la que Dios nos ha dado.

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