En el museo d’Orsay en París, se festeja la Pascua todos los días.
En una galería cuelga una pintura de Eugène Burnand conocida como “Pedro y Juan corriendo hacia la tumba" (título completo: “Los discípulos Pedro y Juan corren hacia el sepulcro en la mañana de la resurrección”). Teniendo como fondo los suaves colores amarillo y púrpura de la luz del amanecer, los rostros de estos dos discípulos expresan ansiosa esperanza, incredulidad, vacilante anticipación y una excitante y renovada alegría al apresurarse a llegar al sepulcro. Están respondiendo a la sorprendente noticia que les dio María Magdalena de que su Maestro ha resucitado, como había prometido (véase Juan 20:1-10).
Contemplar esta obra maestra, incluso en el Internet, es sentirse atrapado en ese momento, sentir el poder de Cristo empujándonos desde un lugar de oscuridad mental a la confianza naciente de que “todas las cosas son posibles para Dios” (Marcos 10:27). Y aunque sabemos cómo termina esta historia tan importante del cristianismo —no con la crucifixión, sino con la resurrección— estos dos discípulos aún no han sido testigos de ella, y no parecen estar tan seguros de lo sucedido, como pronto lo estarán.
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