Durante una comida, unos amigos empezaron a conversar acerca de la idea de que algunos de los Diez Mandamientos que se encuentran en la Biblia, ya no son pertinentes. Consideraban que los principios básicos sobre los que se basa el cristianismo ya no son creíbles debido a la evolución de la sociedad moderna. Como prueba de ello, decían que actualmente muchos cristianos en Europa rechazan la iglesia y sus servicios religiosos dominicales, lo que demuestra la falta de propósito del Cuarto Mandamiento: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo” (Éxodo 20:8).
Oré en silencio y esperé el momento oportuno para expresar mi profunda convicción de que todos, los Diez Mandamientos que Dios le dio a Moisés en el libro de Éxodo (capítulo 20), son tan aplicables y válidos en el siglo XXI como siempre han sido y siempre serán.
No podemos aceptar algunos de ellos y rechazar los otros.
Les pregunté a mis amigos: “¿Qué pensarían si alguien dijera: ‘Yo acepto las tablas de multiplicar del 1, 2, 3, 5, 6, 7, 8, 9, 10, pero no la del 4?’ Lo mismo ocurre con los Diez Mandamientos: no podemos aceptar algunos de ellos y rechazar los otros”. Mis amigos fueron unánimes en coincidir que algunos Mandamientos siempre son pertinentes: “No hurtarás”, “No matarás”, “No cometerás adulterio”. “Estos Mandamientos son especialmente válidos ¡si me afectan a mí directamente!”, dijo uno de ellos bromeando, y todos se rieron. Sin embargo, no estuvieron de acuerdo conmigo respecto de la importancia del Cuarto Mandamiento.
A la mañana siguiente, un domingo, fui a la iglesia llena de preocupaciones personales y una gran tristeza. Oré intensamente, esperando sentir cierta inspiración divina que disolviera ese enfermizo estado mental. Sé que Dios es Amor, mi Padre y nuestro Padre, el bien constante que nos rodea y nos bendice. No obstante, el sentimiento de ansiedad persistió hasta que llegué a la iglesia. Aquel domingo, las palabras del primer himno que cantamos eran de un poema de Mary Baker Eddy titulado “El Amor”. Estas palabras en particular: “¿Quién nubes disipó? / Fue el Amor que con su dedo / un arco de promesa en las nubes trazó”, me llamaron mucho la atención (Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 30, según la versión en inglés).
¡El Amor sólo necesitó un “dedo” para disipar las nubes de tristeza y revelar la luz! Este pensamiento de la luz también se expresa en la Biblia: “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1° Juan 1:5). La luz de la inspiración espiritual rompió la influencia hipnótica que la tristeza tenía en mi pensamiento, e inmediatamente me regocijé por este “arco de promesa en las nubes” que me permitió comprender más claramente la presencia y el poder del amor de Dios que llenaba todo el espacio, allí mismo donde yo estaba en ese momento.
El solo que tocó el pianista, muy poco después, eliminó por completo todo sentimiento de inquietud al darme la certeza de que mi unión con Dios, el bien supremo, era perfecta. Elevada espiritualmente por la música, sentí que el amor de Dios me abrazaba por entero. Esta comprensión reforzó en mi pensamiento el hecho de que soy la amada hija de Dios todo el tiempo. Las lecturas de la Biblia y de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, que siguieron al solo, me liberaron totalmente. Cuando salí al término del servicio religioso, me sentía serena, alegre, y mi día resultó ser hermoso y lleno de paz.
Había tenido, una vez más, la prueba tangible de que asistir a la iglesia, como una forma de santificar el día de reposo, es una actividad llena de bendiciones.
La decisión de ir a la iglesia para glorificar a Dios juntos expresa nuestra gratitud por todo lo que Él hace por nosotros.
No es inusual para mí y los otros miembros de nuestra iglesia notar las bendiciones que traen los servicios religiosos abiertos al público. Reunirnos, orar, cantar y escuchar juntos la palabra de Dios, expresa una energía espiritual que nos eleva y alienta. Sentimos que el amor de Dios nos rodea. Claro que podemos orar en casa. Todos tenemos la oportunidad de leer la palabra de Dios por nuestra cuenta, ¡y lo hacemos! Pero la decisión de ir a la iglesia para glorificar a Dios juntos expresa nuestra gratitud por todo lo que Él hace por nosotros. Tomarse el tiempo para glorificar a Dios y orar en la iglesia juntos con regularidad, es fuente de grandes bendiciones. Los servicios religiosos son una fiesta, un banquete para nuestros corazones, donde pueden recibir alimento espiritual e inspiración. Sabemos que cuando participamos juntos de un banquete disfrutamos de mucha más inspiración que cuando lo hacemos solos.
Mary Baker Eddy escribe: “La Iglesia, más que ninguna otra institución, es en el presente el cemento de la sociedad, y debiera ser el baluarte de la libertad civil y religiosa” (Escritos Misceláneos 1883-1886, págs. 144-145). Reunirnos para adorar a Dios une los corazones con el cemento del Amor divino; la beneficiosa influencia del Amor fluye hacia todos aquellos que están presentes en los servicios religiosos, y hacia toda la comunidad más allá de las puertas de la iglesia.
La comunicación de la Mente divina, el poder del Espíritu y la hermosura del Amor, revelan a aquellos que asisten a la iglesia la omnipotencia de Dios, así como la verdadera naturaleza divina del hombre, por siempre espiritual, perfecta y amada. La inspiración divina que se manifiesta durante el servicio, disuelve todos los pensamientos errados y falsos que nos agobian y que pretenden contaminar el mundo. Esta atmósfera espiritual es la manifestación de la bondad de Dios que se extiende más allá del servicio religioso para bendecir a toda la humanidad. Salimos de la iglesia fortalecidos, limpiados y alegres, mediante el efecto sanador y purificador de la Verdad. Salimos de la iglesia llenos de pensamientos dulces e inspirados que compartimos naturalmente con los que están a nuestro alrededor, esparciendo el bien. Como Jesús nos enseñó: “Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo” (Mateo 5:13, 14).
Como puedes ver, hay muchas razones maravillosas para santificar el día de reposo en nuestra era, celebrando y glorificando a Dios. El Cuarto Mandamiento es, realmente, tan válido, importante y reconfortante para obedecer hoy en día, como los otros nueve.