Durante mi niñez y adolescencia, asistí a una escuela en una ciudad grande de Francia. En la escuela secundaria, teníamos dos horas de educación física cada semana. Por lo general, pasábamos una hora en el gimnasio, y la otra en un estadio al aire libre que tenía una cancha de fútbol rodeada de una pista de atletismo.
Durante una de nuestras clases, nos pusimos a practicar sprints (carreras cortas a toda velocidad) en la pista. Después de terminar mis sprints, empecé a jugar a la mancha [la traes, pilla-pilla] con un amigo.
Lo único que recuerdo fue que desperté en el hospital rodeado de gente, entre otros, mi padre, quien era pediatra. Un poco más tarde llegó mi madre, que era Científica Cristiana, y me dijo que se había comunicado con un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí. Yo no tenía ni idea de lo que me había sucedido.
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