Comencé a asistir a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana cuando tenía diecinueve años. Estas enseñanzas me han ayudado a comprender que Dios protege y cuida de cada uno de Sus hijos.
Hace varios años, tuve que turnarme con mis hermanos para cuidar a mi padre, quien había sido hospitalizado. La noche que estaba cuidándolo yo, empecé a sentirme muy mal, y un médico me dijo que tenía neumonía.
Regresé a mi casa, y empecé a orar por mí misma. Leía la Lección Bíblica de la Ciencia Cristiana, tratando de aplicar lo que estaba aprendiendo. Durante el día, por lo general, me sentía mejor, pero por la noche me invadía un temor muy grande pensando que no podría respirar normalmente. Esto continuó por varias semanas.
Una noche todos mis temores me llevaron a un estado crítico. Me sentí abrumada por el miedo. La condición empeoró a tal punto, que no podía mantenerme de pie. Deliraba e imaginaba que me estaba muriendo. Durante esos momentos de angustia yo intentaba orar, pero no lograba recordar ninguna de las enseñanzas de la Ciencia Cristiana.
Pude ver que Dios me cuida y protege como nadie más puede hacerlo.
De pronto, cuando pensaba que ya no podía más, vinieron a mi pensamiento estas palabras de Jesús: “No temáis manada pequeña” (Lucas 12:32). Esas palabras me tranquilizaron y sané instantáneamente de esa crítica condición física. Ese fue el momento crucial. Me ayudó a entender lo que Mary Baker Eddy quiere decir cuando escribe: “El deseo es oración; y ninguna pérdida puede ocurrir por confiar a Dios nuestros deseos…” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 1). Esto aumentó mi confianza en Dios. Pude ver que Él me cuida y protege como nadie más puede hacerlo. Comencé a recuperarme físicamente, hasta que sané por completo en unos días.
Durante el tiempo que estuve orando por esta condición, también comprendí que debía superar una larga cadena de resentimientos que había acumulado desde que era pequeña. Por años, había estado luchando por deshacerme de pensamientos malos en contra de mis padres principalmente, porque sentía que ellos nunca me habían querido. Esta declaración de Jesús en el Sermón del Monte en la Biblia: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5: 6), me indicó claramente que necesitaba liberarme del resentimiento.
Más tarde, conocí y me casé con un hombre maravilloso, quien me ayudó a darme cuenta de que yo tenía un concepto muy limitado de Dios, porque lo veía como si fuera un hombre, cuando necesitaba comprender que Dios es Espíritu, y no tiene nada que ver con la materia.
Sentí una enorme liberación cuando entendí que Dios es mi Vida, y que todos nosotros somos Su manifestación. Quiere decir que yo no puedo proceder de ninguna otra fuente que no sea Dios, el Amor mismo. Mantener estas ideas en mente nos permite liberarnos del temor, el cual no nos permite reconocer la presencia de Dios y nuestra inquebrantable relación con Él.
Mi esposo me decía que yo no tenía necesariamente que decir “te amo” para que él lo supiera. “Yo veo que tú me amas”, me decía. Él estaba percibiendo la expresión del amor de Dios que siempre ha estado y ya es reflejado por mí. El concepto equivocado que tenía del amor se desvaneció por completo.
Comprendí que yo soy de Dios, y las personas que me rodean también lo son. A partir de ese momento pude amar a todos y a despojarme del resentimiento. También pude perdonar, aunque me llevó varios años. Sin embargo, la constancia, la perseverancia y la confianza en Dios, finalmente triunfaron. El estudio de la Ciencia Cristiana me ha ayudado a mejorar como persona.
San Lucas Xolox, Estado de México