Cuando estaba en tercer grado, mi mejor amiga, a quien conocía desde preescolar, llegó para estar en mi clase. Estábamos muy contentas. Al principio todo iba bien, pero luego empezó a decir cosas malas de mí, muy a menudo. Todo comenzó cuando me eligieron para ser representante de la clase. Tal vez mi amiga sentía envidia, y muy pronto incitó a los demás a ponerse en mi contra.
En cuarto grado la situación era tan mala que todos los niños de mi clase estaban en contra de mí. Me sentía muy sola y empecé a pensar que algo estaba mal conmigo.
Un día no pude aguantar más, y hablé con mi mamá sobre eso. Ella me consoló mucho. Cuando dejé de llorar, me dijo: “Dios te ayuda a ti y a los otros niños. Él ayuda a librarse de la envidia, y lo hace para que nadie cause problemas en tu contra. Es importante que sigas la regla de oro, y que no pelees con las mismas armas que los demás”. Yo conocía la Regla de Oro desde que asistía a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana: “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Mateo 07:12). Realmente me esforcé por seguir esta regla. Mi mamá también habló con mi maestro y con la madre de la amiga que me había estado acosando.
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