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¿Acosado? ¡No te rindas!

Del número de abril de 2014 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando estaba en tercer grado, mi mejor amiga, a quien conocía desde preescolar, llegó para estar en mi clase. Estábamos muy contentas. Al principio todo iba bien, pero luego empezó a decir cosas malas de mí, muy a menudo. Todo comenzó cuando me eligieron para ser representante de la clase. Tal vez mi amiga sentía envidia, y muy pronto incitó a los demás a ponerse en mi contra.

En cuarto grado la situación era tan mala que todos los niños de mi clase estaban en contra de mí. Me sentía muy sola y empecé a pensar que algo estaba mal conmigo.

Un día no pude aguantar más, y hablé con mi mamá sobre eso. Ella me consoló mucho. Cuando dejé de llorar, me dijo: “Dios te ayuda a ti y a los otros niños. Él ayuda a librarse de la envidia, y lo hace para que nadie cause problemas en tu contra. Es importante que sigas la regla de oro, y que no pelees con las mismas armas que los demás”. Yo conocía la Regla de Oro desde que asistía a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana: “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Mateo 07:12). Realmente me esforcé por seguir esta regla. Mi mamá también habló con mi maestro y con la madre de la amiga que me había estado acosando.

Al principio nada cambió. Durante el recreo yo me quedaba sola. Grupos de niños de mi clase venían para llamarme con sobrenombres, insultos y me empujaban. Una vez me acusaron de robar una gorra. Pero yo no la tenía. La gorra apareció al día siguiente.

Lloraba mucho en casa. Fue bueno que mamá estuviera allí. Orábamos juntas y hablábamos de cosas, sobre todo acerca de Dios y que Él siempre es mi amigo. Además, que Dios está presente en la escuela también, y que está con los otros niños. Y en mi clase de la Escuela Dominical, hablábamos de cómo, con la ayuda de Dios, podemos enfrentar y detener el acoso. Dios nos protege, y nunca tenemos que tener miedo.

Una y otra vez mamá y yo oramos, sobre todo para ver a mi amiga como hija de Dios, solo con cualidades buenas. Hice todo lo que pude. Incluso vi que yo no estaba realmente enojada con esta amiga. Todavía me caía bien. Y de repente comprendí que ella estaba desesperada y necesitaba una amiga, más que nunca. Mamá también me dijo que los otros niños se darían cuenta de que podían encontrar una verdadera amiga en mí. Me dijo: “No te rindas. Tu vida está determinada por Dios, no por los demás”.

Muy pronto cada vez más niños jugaban de nuevo conmigo en el recreo. Entonces mi amiga se quedó completamente sola. Pero yo no quería que eso pasara. Con todos los buenos pensamientos que había tenido en los últimos meses, me acerqué a ella. Y de repente todo el enojo desapareció, así como así, e hicimos las paces.

¿Sabes? Lo que es realmente bueno de esto, es que no me he vuelto más débil, sino mucho más fuerte por dentro. Me he dado cuenta de que realmente se pueden resolver situaciones malas como esta, con la oración.

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