Cuando leo en las noticias todos los días acerca de los disturbios y opresión que sufren países como Siria y Egipto, pienso cómo puedo yo contribuir a la paz en el mundo. En la Biblia leemos: “Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Corintios 3:17).
En la década de los 70, fui de vacaciones al Mar Negro y conocí a una familia rumana. Hablaron conmigo en francés y me contaron que se sentían muy desdichados bajo el régimen comunista del dictador Ceausescu. Les habían quitado sus pertenencias, y no tenían permitido estudiar en una universidad porque pertenecían a la clase alta. Habían sido privados de sus libertades, y vivían en condiciones muy primitivas. En su desesperación, me preguntaron si podía ayudarlos. Yo les respondí: “Sí, pero mediante la oración”.
Aceptaron mi oferta de orar por ellos. Yo les hablaba diariamente acerca del hecho de que Dios los había creado libres, y que ningún ser humano podía quitarles esa libertad. Les conté acerca de la Ciencia Cristiana, y ellos fueron muy receptivos. Cuando me fui, me pidieron que regresara tan pronto como pudiera, y trajera literatura de la Ciencia Cristiana.
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