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Para refrenar el crimen

Del número de abril de 2014 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en portugués


En una ocasión me sentí guiado a reflexionar sobre lo que significa refrenar el crimen y la violencia, así que estudié cuidadosamente los escritos de Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana. Durante mi lectura, este pasaje en particular captó mi atención: “Este mundo material ya está convirtiéndose en la arena para las fuerzas en conflicto. De un lado habrá discordia y consternación; del otro lado habrá Ciencia y Paz. ...Durante este conflicto final, mentes malignas se esforzarán por encontrar medios con los cuales causar más mal; pero aquellos que disciernan la Ciencia Cristiana refrenarán el crimen. Ayudarán a expulsar el error. Mantendrán la ley y el orden, y gozosamente esperarán la certeza de la perfección final”. (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, págs. 96-97).

En este pasaje, la discordancia y la desesperación caracterizan las fuerzas opuestas al bien. Cristo Jesús, el Maestro del Cristianismo, mostró una forma única de contrarrestar estas fuerzas: la amabilidad y el perdón.

A medida que comprendemos que Dios es el Amor infinito, las tinieblas de la ignorancia, el temor y la violencia, desaparecen.

En una ocasión, estando en la sinagoga, aquellos que se oponían a las enseñanzas de Jesús, lo llevaron para arrojarlo por un peñasco. “Mas él pasó por en medio de ellos, y se fue” (Lucas 4:30). En otra instancia, cuando una multitud enardecida por los principales sacerdotes vino para arrestarlo, uno de sus discípulos, Simón Pedro, desenvainó su espada y le cortó la oreja a uno de los sirvientes del sumo sacerdote (véanse Mateo 26:47-52; Juan 18: 1-11). Eso podría considerarse una reacción natural a la agresiva acción de arrestar al Maestro. Pero para Jesús no lo fue. Él desaprobó el gesto de su amigo y sanó la oreja del sirviente del sumo sacerdote. Para mí estos dos incidentes demuestran que Jesús estaba consciente solo del poder del bien, lo que le permitió caminar entre la multitud y actuar con amor y perdón, aun cuando una reacción humana podría haber parecido justificada. El Amor es la esencia del cristianismo.

Pero cuando uno responde sin violencia a una acción o gesto violento, ¿no implica acaso que está aprobando esa acción, o se somete a ella? ¡Nunca! Responder a un gesto de odio con perdón caracteriza una acción de naturaleza amorosa, y demuestra que desaprueba el odio. Es muy fácil responder al odio con odio, o al amor con amor. Pero responder al odio con amor es un gesto cristiano, como nuestro Maestro enseñó: “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen” (Lucas 6:27). Aun cuando un gesto de bondad pueda parecer insignificante ante la inmensidad de un problema, es en realidad activo y poderoso.

Me gusta comparar nuestro pensamiento con una vela en un cuarto oscuro. Cuando se enciende la vela, la luz suavemente ilumina todo y a todos a su alcance. Cuando en oración, nos esforzamos por seguir las enseñanzas de amor y perdón de Jesús, la perspectiva que tenemos de la luz de Dios que todo lo abarca, se expande. A medida que comprendemos que Dios es el Amor infinito, las tinieblas de la ignorancia, el temor y la violencia, desaparecen. Tanto el amor como el perdón son cualidades espirituales que provienen de Dios, el bien omnipotente, contra las cuales no hay, en realidad, ninguna fuerza que se oponga.

Siempre podemos orar, declarando la omnipotencia del amor y la armonía en cada situación.

A medida que reconocemos este hecho, evitamos hacer dos cosas: ignorar el mal o temerlo. Cuando ignoramos las situaciones conflictivas o simplemente no queremos tener nada que ver con ellas o con los involucrados, estamos ignorando el mal. En cambio, siempre podemos orar, declarando la omnipotencia del amor y la armonía en cada situación.

Cuando nos ocultamos, o empezamos a usar o justificar el uso de los mismos medios violentos empleados por las llamadas fuerzas opositoras, quiere decir que tenemos temor del mal. Entonces nuestra mejor defensa es permitir que nuestra fe resplandezca, y confiar en que tenemos nuestro refugio en Dios, como nos asegura el Salmo 91: “El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré” (versículos 1, 2). Cuando recurrimos en oración al Padre, no estamos ocultándonos del mal, creyendo que sigue presente y que es una amenaza. Cuando confiamos en la omnipotencia de Dios, en la totalidad del bien y en la nada del mal, todo aquello que parece amedrentarnos pierde su poder ilusorio. Nos damos cuenta de que nada puede sacarnos de nuestro refugio seguro, de la sombra del Altísimo, donde realmente vivimos y permanecemos por siempre ilesos.

Afirmar en oración la presencia y supremacía del bien es una acción que trae paz y bendice a todos. A medida que hacemos esto, vemos que el bien vence el mal, el amor supera el odio, la fe elimina montañas de incomprensión, y la humildad supera la brutalidad. Estas victorias se producen sin tumulto alguno, con la suavidad de un amanecer al que nada puede detener, y entonces estamos refrenando definitivamente el crimen y la violencia.

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