Hay una historia en la Biblia que es muy especial para mí, y me ha dado mucha inspiración a lo largo de los años. Es interesante notar que esta historia se repite de manera similar en tres de los cuatro Evangelios: Mateo 19:13-15; Marcos 10:13-16; y Lucas 18:15-17. Por ejemplo, esto es lo que leemos en Marcos:
“Y le presentaban niños para que los tocase; y los discípulos reprendían a los que los presentaban. Viéndolo Jesús, se indignó, y les dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios. De cierto os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y tomándolos en los brazos, poniendo las manos sobre ellos, los bendecía”.
Con frecuencia me he imaginado esta escena: la multitud persiguiendo y presionando a Jesús; los padres llevando a sus hijos y presentándoselos a Jesús para que los bendiga; y los discípulos actuando como guardaespaldas, queriendo proteger a su Maestro y ahuyentando a la gente. Los discípulos, sin duda, pensaban que estaban haciendo lo correcto, pero Jesús “se indignó” con ellos. Llamó a los niños para que vinieran a él, los tomó en sus brazos, —aun cuando podemos imaginar que había muchos niños—, y los bendijo. Al mismo tiempo, Jesús aprovechó la oportunidad para impartir un mensaje muy importante: solo aquellos que son como un niño tendrán acceso al reino de los cielos.
¿No es maravilloso que cada uno de nosotros – joven o viejo, no importa la edad – tenga la oportunidad de confiar completamente en Dios?
Pero, ¿qué es el reino de los cielos? ¿Es sinónimo de paraíso o de Jardín del Edén? Mary Baker Eddy, la Fundadora de la Ciencia Cristiana, lo define de la siguiente manera en su obra principal, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Reino de los cielos. El reino de la armonía en la Ciencia divina; el reino de la Mente infalible, eterna y omnipotente; la atmósfera del Espíritu, donde el Alma es suprema” (pág. 590). La definición, no hace referencia a un lugar, sino a un estado de consciencia que podemos experimentar en nuestro propio pensamiento. Cristo Jesús le dijo a los fariseos: “El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios dentro de vosotros está” (Lucas 17:20, 21, según la versión en inglés).
De modo que, de acuerdo con las palabras de Cristo Jesús, solo una consciencia semejante a la de un niño puede conocer este reino de la armonía, esta atmósfera del Espíritu que describe la Sra. Eddy.
En mi trabajo como enfermera de la Ciencia Cristiana, a menudo cuido de personas consideradas ancianas. Cuando parecen estar deprimidos, demasiado cautelosos o faltos de vitalidad, pienso con frecuencia en ese pasaje de la Biblia que habla de los niños pequeños. Comparo la reacción de un adulto ante una situación específica con la reacción que tendría un niño pequeño en la misma situación. ¿Se preocupa un niño de lo que la gente pueda pensar? No. ¿Acaso un niño se siente deprimido o desalentado con facilidad? No. ¿Es que a un niño puede faltarle vitalidad? ¡No! Y cuando se cae, se levanta y continúa corriendo.
Los pequeños son por naturaleza alegres y despreocupados. Entonces es un privilegio para mí aplicar en mi vida cotidiana, y paticularmente en mi trabajo como enfermera de la Ciencia Cristiana, la comprensión que tengo de que las cualidades del niño jamás se pierden ni se ocultan. Veo a todas las personas que cuido como capaces de redescubrir estas cualidades y de expresar una confianza absoluta en el bien, sin ningún miedo ni reserva, tal como hace un niño pequeño. Veo, más allá de la edad, al ser intemporal, al niño de Dios, reflejando la Vida infinita a cada instante, jamás deprimido, desalentado, caído o sin esperanza.
Tener confianza en Dios, el bien, se ha transformado para mí en una manera de pensar y actuar, natural, lógica, esencial y vital para mi bienestar. Muchas veces he hablado con Dios, diciendo: “Padre, yo realmente no sé qué hacer en esta situación, pero Tú sí sabes. Ilumíname”, y poco después se presenta una solución armoniosa. Además, ¡he sido protegida y sanada en muchas ocasiones, al confiar totalmente en el cuidado divino de Dios! (Véase mi testimonio “Ataque frustrado” en el número de Noviembre de 2009, de El Heraldo de la Ciencia Cristiana en francés)
Las cualidades del niño están siempre dentro de nosotros, y nada puede impedir que las expresemos.
¿No es maravilloso que cada uno de nosotros –joven o viejo, no importa la edad– tenga la oportunidad de confiar completamente en Dios, nuestro Padre y nuestra Madre, como haría un niño pequeño? No mediante una fe ciega, sino teniendo la seguridad de que Dios nos ama, nos protege, nos ayuda y nos sana, cualquiera sea la circunstancia. Las cualidades del niño están siempre dentro de nosotros, y nada puede impedir que las expresemos.
La autora de Ciencia y Salud escribe: “La disposición de llegar a ser como un niño y dejar lo viejo por lo nuevo, torna el pensamiento receptivo a la idea avanzada. La alegría de abandonar las falsas señales del camino y el regocijo al verlas desaparecer, esta es la disposición que ayuda a acelerar la armonía final” (págs. 323-324).
El reino de los cielos está a nuestro alcance, ¿qué estamos esperando entonces para entrar?