Una mañana mi hija menor despertó con mucho dolor de garganta, y le dolía parte de la cara. Cuando fui con su hermana a la escuela para explicarle a la maestra por qué mi hija menor no asistiría a clase, me enteré de que en la escuela había una epidemia de paperas. La maestra me indicó que para que la niña pudiera regresar a clase, debía traer un certificado médico dándole el alta.
De camino a casa, empecé a orar. La oración es una forma de reconocer nuestra unidad con Dios, afirmar quién es Dios y qué somos nosotros para Él. Al orar reconocí la presencia y el poder de Dios, que lo gobierna todo. Como Dios es Todo-en-todo, y es Espíritu, toda Su creación tiene que ser espiritual. Y puesto que el hombre es el hijo de Dios, somos espirituales, no materiales. No estamos compuestos de elementos materiales, sino que incluimos todas las ideas correctas, espirituales y perfectas.
En relación con esta enfermedad contagiosa, me vino al pensamiento la pregunta: “¿Es esta una ley de Dios?” La respuesta fue un rotundo ¡No! En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy dice que los niños son “representantes espirituales de la Vida, la Verdad y el Amor” (pág. 582). Razoné que como Dios es el Amor mismo, jamás crearía una ley de que los niños deben enfermar. Esta verdad me trajo mucha paz, porque me confirmó que la enfermedad no es una ley de Dios para ninguno de Sus hijos.
Sabíamos con certeza que la enfermedad desaparecería porque Dios, la Verdad, jamás la había creado.
Cuando llegué a casa conversé con mi hija con mucha tranquilidad. Ella asistía regularmente a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, y estaba aprendiendo acerca de las leyes de Dios y de su verdadera identidad por ser una idea espiritual. Le expliqué que no podía ir a la escuela porque tenía los síntomas de una enfermedad contagiosa. Entonces afirmamos lo que dice la Sra. Eddy “La Verdad trata el contagio más maligno con perfecta seguridad” (Ciencia y Salud, pág. 176). Sabíamos con certeza que la enfermedad desaparecería porque Dios, la Verdad, jamás la había creado. Ella fue receptiva a esas verdades y se quedó tranquila.
Cuando mi otra hija regresó de la escuela, hablé con ella también acerca del contagio, y se puso a buscar en las obras de Mary Baker Eddy referencias sobre cómo sanar esta creencia. Encontró este pasaje: “Dejándonos llevar por la corriente popular del pensamiento mortal sin poner en duda la autenticidad de sus conclusiones, hacemos lo que otros hacen, creemos lo que otros creen, y decimos lo que otros dicen. El consentimiento común es contagioso. y hace contagiosa la enfermedad” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 228). Esto la ayudó a ver claramente que el contagio no podía ser real, puesto que Dios es bueno y no causa que ninguno de Sus hijos esté enfermo.
En menos de 48 horas, mi hija menor estaba bien. El médico comprobó que había sanado por completo, y le dio el certificado para regresar al colegio.
Esta curación le dio a mi hija menor una base espiritual muy sólida que ella pudo aplicar unos años más tarde, cuando una amiga tuvo varicela. Ningún compañero de la escuela quería ir a visitarla para llevarle la tarea que les daba la maestra.
Mi hija había aprendido que Dios no castiga por hacer el bien. Ciencia y Salud dice: “Tranquilicémonos con la ley del Amor. Dios nunca castiga al hombre por obrar bien, por labor honrada o por actos de bondad, aunque lo expongan a la fatiga, al frío, al calor, al contagio” (pág. 384). Cuando fue a la casa de su amiga, la niña la recibió feliz, muy agradecida por tener toda la información que le faltaba. Gracias a esto, su compañera aprobó todos los exámenes que tenía pendientes. Y mi hija, por supuesto, estuvo y se mantuvo bien.
Aplicar en nuestra vida las enseñanzas de la Ciencia Cristiana nos libera de todas las condiciones adversas. La Ciencia Cristiana enseña, y nosotros comprobamos mediante las experiencias de curación, que Dios es verdaderamente Amor.
Buenos Aires