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Artículo de portada

Oremos para vencer la intimidación

Del número de mayo de 2014 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado anteriormente en el Christian Science Sentinel del 23 de febrero de 2009.


Puede ser una tentación pasar por alto las noticias sobre actos de intimidación. Esos informes a veces pueden darnos miedo y hacernos pensar que estamos demasiado lejos como para poder dar una respuesta útil. Incluso puede que los aceptemos con resignación. No obstante, hace un tiempo tuve una experiencia que me dio la oportunidad de extender mis oraciones a todo el mundo, en busca de soluciones pacíficas a la confrontación.

Todo comenzó un día cuando un hombre pasó caminando por nuestra casa con su perro. Una escena muy común en nuestra calle. Pero entonces casualmente vi que este perro intentaba usar nuestro jardín de adelante para hacer sus necesidades. Muchas veces antes, había tenido que limpiar mi jardín de la suciedad de los perros, y me molestaba mucho.

Cuando salí para hablar con el dueño del perro, él reaccionó muy enojado y comenzó a gritarme, diciéndome que su perro no había hecho nada malo. Estaba furioso, parecía fuera de control, y se acercó tanto a mí que pensé que iba a golpearme. Traté de mantener la calma, y después de escucharlo insistí en que su perro se había comportado correctamente, me disculpé y entré en la casa. Pensé que ese era el fin de la historia.

A la mañana siguiente, cuando abrí la puerta del frente, las escaleras y toda la entrada exterior estaban embadurnadas de salsa de tomate. De inmediato llegué a la conclusión de que el hombre que me había gritado había hecho esto. Al día siguiente, había todo un recipiente de basura diseminado en mi jardín.

Empecé a orar y a tener claro en mi pensamiento que este hombre no podía hacerme daño porque Dios ampara de todo peligro a cada uno de Sus hijos. Yo no podía ser la víctima de amenazas o acciones hostiles. Sin embargo, nada cambió. Estas tácticas de acoso continuaron todas las mañanas durante varias semanas. Lo que tenía que superar eran mis propios pensamientos de justificación propia, ya que al principio pensé que era totalmente normal sentirme enojada e indignada; después de todo, yo me había disculpado y no había razón alguna para que este hombre fuera tan agresivo.

No obstante, a pesar de mis mejores esfuerzos por orar, las cosas empeoraron.

Gran cantidad de basura llenaba cada mañana mi jardín de adelante, y todas las mañanas me despertaba ansiosa pensando que debía mirar inmediatamente por la ventana para ver qué daño habían hecho esta vez. Limpiar la basura era malo, pero lo peor era que me abrumaban muchos pensamientos llenos de temor e impotencia; me sentía insegura y que era una víctima.

Comprendí que mi punto de partida debía ser el reconocimiento incondicional de que Dios era el bien allí mismo, omnipresente y omnipotente.

A medida que escuchaba para recibir la guía de Dios, me di cuenta de que necesitaba incluir con mucho más amor a este hombre en mis oraciones, y permitir que mi mirada se apartara suavemente del horrible cuadro que había estado enfrentando todas las mañanas. Comprendí que mi punto de partida tenía que ser espiritual y cristianamente científico. Debía ser el reconocimiento incondicional de que Dios era el bien allí mismo, omnipresente y omnipotente.

Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “No podemos presentar la prueba práctica del cristianismo que Jesús requirió, mientras el error nos parece tan potente y real como la Verdad...” (pág. 351). Con toda firmeza y constantemente, declaré para mí misma que debido a que Dios, el bien, es todo, el mal carecía de poder y no estaba fundado en la realidad espiritual. La creación de Dios es siempre buena, afectuosa, valiente; y lo que se aplicaba a mí, también se aplicaba a este hombre. Él era realmente el hijo de Dios, y estaba regido y gobernado por el Amor divino, no por el odio, los malos entendidos, o el deseo de venganza.

Comprendí que el universo de Dios es el único reino, el único lugar en que moramos, y que nada existe aparte de Él, nada es superior al bien.

Durante esas semanas de presunta intimidación, vi a este hombre nuevamente pasar por la calle, y primero me vino el pensamiento de enfrentarlo. Pero rechacé rápidamente la idea y razoné que el Amor universal se haría cargo de la situación, y que yo no tenía que interferir de ninguna manera. Mis pensamientos se tranquilizaron.

Una vez más, me sentí en paz, y el fuerte deseo de mirar afuera de la ventana cada mañana para revisar el jardín, se disipó. Poco después, una mañana noté que mi jardín estaba limpio. Jamás volvió a usarse de basurero.

Ciertamente, me sentí muy agradecida por el cambio. Pero más que eso, me embargó una profunda gratitud y alegría por comprender que la intimidación en general es totalmente ineficaz. Esta comprensión me ayudó a ver que el mundo se beneficiará con nuestros esfuerzos de orar para ver la totalidad del bien a nivel global.

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