Mis hijos eran pequeños cuando empecé a tener síntomas alarmantes. Aunque era estudiante de la Ciencia Cristiana, me sentía tan abrumada por el temor, que mis oraciones para sanar no eran constantes, así que decidí obtener un diagnóstico médico. Después de hacerme los exámenes, los médicos me informaron que tenía cáncer cervical. Como la primera esposa de mi marido había fallecido debido a esta misma enfermedad, sentí que mi vida se había acabado, y caí en una profunda y abrumadora depresión.
Los doctores me hicieron pasar muy rápidamente por los procedimientos médicos iniciales de cirugía, debido al temor que sentían. Después me dijeron: “Lamentamos decirle que el cáncer se ha extendido, pero vamos a hacer todo lo que podamos para tratarlo”. Aunque insistieron en que la radiación y la quimioterapia eran necesarias, nunca dijeron que esperaban que esos tratamientos me sanarían. Me hicieron radiación durante seis semanas; luego recibí una llamada telefónica instándome a que comenzara cuanto antes con la quimioterapia.
Fue entonces que reconsideré lo que estaba haciendo. Recordé estas palabras de Mary Baker Eddy, en la página 322 de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Las dolorosas experiencias de la creencia en la supuesta vida de la materia, así como nuestros desengaños e incesantes angustias, nos hacen volver cual niños cansados a los brazos del Amor divino. Entonces empezamos a conocer la Vida en la Ciencia divina”. Me di cuenta de que mi vida, como yo la conocía, se había acabado, y que debía embarcarme en una nueva vida, y una nueva forma de pensar. Esto quería decir eliminar los pensamientos viejos y pasados de moda basados en un sentido material de mí misma, y alinear mi pensamiento con lo que Dios sabe acerca de mí por ser Su hija.
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