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La gratitud y la curación de cáncer

Del número de mayo de 2014 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 25 de noviembre de 2013.


Mis hijos eran pequeños cuando empecé a tener síntomas alarmantes. Aunque era estudiante de la Ciencia Cristiana, me sentía tan abrumada por el temor, que mis oraciones para sanar no eran constantes, así que decidí obtener un diagnóstico médico. Después de hacerme los exámenes, los médicos me informaron que tenía cáncer cervical. Como la primera esposa de mi marido había fallecido debido a esta misma enfermedad, sentí que mi vida se había acabado, y caí en una profunda y abrumadora depresión.

Los doctores me hicieron pasar muy rápidamente por los procedimientos médicos iniciales de cirugía, debido al temor que sentían. Después me dijeron: “Lamentamos decirle que el cáncer se ha extendido, pero vamos a hacer todo lo que podamos para tratarlo”. Aunque insistieron en que la radiación y la quimioterapia eran necesarias, nunca dijeron que esperaban que esos tratamientos me sanarían. Me hicieron radiación durante seis semanas; luego recibí una llamada telefónica instándome a que comenzara cuanto antes con la quimioterapia.

Fue entonces que reconsideré lo que estaba haciendo. Recordé estas palabras de Mary Baker Eddy, en la página 322 de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Las dolorosas experiencias de la creencia en la supuesta vida de la materia, así como nuestros desengaños e incesantes angustias, nos hacen volver cual niños cansados a los brazos del Amor divino. Entonces empezamos a conocer la Vida en la Ciencia divina”. Me di cuenta de que mi vida, como yo la conocía, se había acabado, y que debía embarcarme en una nueva vida, y una nueva forma de pensar. Esto quería decir eliminar los pensamientos viejos y pasados de moda basados en un sentido material de mí misma, y alinear mi pensamiento con lo que Dios sabe acerca de mí por ser Su hija.

Lo primero que debía hacer era dejar atrás el paralizante temor que había estado sintiendo, y cultivar un amor más profundo por mí misma, como la hija amada de Dios. Yo había tenido la tendencia de cuidar de los demás antes que de mí misma, si acaso. Me juzgaba constantemente pensando que no era lo suficiente buena madre o hija. Me criticaba a mí misma porque no estaba a la altura de la versión que tiene la sociedad de una mujer estéticamente hermosa. Me sentía totalmente responsable de la felicidad de mi marido, de mis padres, de mis hijos, y de todo aquel con el que tenía contacto. Sentía que era mi deber cocinar solo comidas perfectas y balanceadas, y tener hijos que se comportaran perfectamente y fueran los mejores alumnos en la escuela, los deportes y todas las actividades extracurriculares. En síntesis, creía que todo en mi vida tenía que ser humanamente perfecto, de lo contrario, daría una mala impresión de mí. ¡Era una carga terrible! ¿Dónde estaba Dios en todo esto?

Sentía con todo mi corazón que Dios me amaba y quería solo lo mejor para mí, y el cáncer ciertamente no entraba en la categoría de lo “mejor”.

La Sra. Eddy escribió: “Dejemos que aparezcan el ‘varón y hembra’ de la creación de Dios. Sintamos la energía divina del Espíritu, que nos lleva a renovación de vida y no reconoce ningún poder mortal ni material como capaz de destruir. Regocijémonos de que estamos sometidos a las divinas ‘autoridades... que hay’ ” (Ciencia y Salud, pág. 249). Mediante el estudio dedicado de la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy, y el trabajo de oración que hice con mi maestro de la Ciencia Cristiana, empecé a aprender a mantener mi pensamiento de acuerdo con el conocimiento que Dios tiene de mí como “formidable y maravillosa” (véase Salmo 139:14). Con una comprensión más clara de que mi vida reflejaba a Dios como Vida, empecé a tener dominio sobre el temor a la enfermedad.

El personal médico estaba muy preocupado y me llamaba con frecuencia instándome a comenzar la quimioterapia. Yo les agradecí sinceramente, pero no acepté la atención médica y continué buscando la curación en la Ciencia Cristiana. Sentía con todo mi corazón que Dios me amaba y quería solo lo mejor para mí, y el cáncer ciertamente no entraba en la categoría de lo “mejor”. Sabía que si tan solo lograba superar el temor a morir, sanaría.

A menudo me despertaba en medio de la noche pensando en las palabras del Salmista: “No moriré, sino que viviré, y contaré las obras del Señor” (véase Salmo 118:17). Sentía que el Padre-Madre Dios me estaba hablando directamente a mí, dándome esperanza de que todo estaría bien, y que yo superaría este desafío con mi mano aferrada a la de “Ella”. Oraba: “Amado Padre-Madre Dios, por favor, muéstrame el camino. Yo soy Tuya. Úsame para glorificarte”.

Unos seis meses después de dejar el tratamiento médico, enfermé gravemente. Después de estar en cama unos cinco días, y comenzar a perder y recuperar la consciencia, mi esposo y un vecino, me bajaron por las escaleras y me llevaron en auto al hospital donde me trataron por una infección de estáfilococos en el abdomen. Esto fue algo a lo que yo no consentí, y no recuerdo mucho de aquella noche. Para tranquilizar a los miembros de mi familia que estaban preocupados por mí, permanecí en el hospital unos días, y luego tomé la decisión de regresar a casa, contra el consejo de los doctores. Ellos insistían en que la infección requeriría de varios tratamientos, pero yo opté por apoyarme en la Ciencia Cristiana.

A esa altura me sentía fatigada y estaba perdiendo peso. Tenía miedo de que el cáncer hubiera empeorado, pero en lugar de sentirme desalentada por esa complicación, me sentí más decidida que nunca a recurrir de todo corazón a Dios. Empecé a dar gracias a Dios a cada momento del día y de la noche. Simplemente permití que la gratitud y las acciones de gracia permearan mis pensamientos.

Yo sabía que la curación que necesitaba era un cambio de pensamiento, y que no necesitaba buscar ayuda afuera.

Una mañana, después de llevar a los niños al colegio, estaba sentada en el piso, doblando la ropa que acababa de lavar, y nuevamente me vino el pensamiento: “Si tan solo pudiera liberarme de este temor paralizante, sanaría”. Hacía dos años que acarreaba ese debilitante temor. Estaba muy cansada de él. Entonces decidí cerrar los ojos y simplemente entregarme a Dios. Yo sabía que la curación que necesitaba era un cambio de pensamiento, y que no necesitaba buscar ayuda afuera. Al mantener mi pensamiento centrado en el amor que Dios siente por mí, tuve la sensación de que un velo tocaba suavemente mi rostro. De pronto me sentí liviana y como que flotaba. Tomé consciencia de un amor profundo, el amor de Dios. El tiempo pareció no existir. No sé si fue medio segundo o cinco minutos los que transcurrieron, pero a medida que el velo se movía a través de mi rostro, pasé de sentir un temor intenso, al amor más puro y palpable que haya sentido jamás.

En ese momento supe, sin lugar a dudas, que podía decir con el Salmista: “No moriré, sino que viviré, y contaré las obras del Señor”. En ese momento comprendí que Dios es totalmente bueno y nos da paz, no sufrimiento; salud no enfermedad; abundancia, no escasez; y amor, no temor. Lágrimas de gratitud rodaron por mis mejillas. Cada parte de mi ser se sintió liberada. ¡Me dieron ganas de bailar! Pensé: “¡Gracias, Dios mío! Me siento lavada y purificada. Jamás fue mi labor ser un mortal perfecto. Mi labor siempre fue ser la transparencia clara y pura de Tu amor”.

Después de eso, dejé de mirar el cuerpo para ver si vivía o moría. Yo sabía que Dios era mi Vida. En dos o tres semanas, mi fuerza y apetito volvieron a la normalidad. Me sentía totalmente bien, y desde entonces no he tenido señales de la enfermedad. Pocos meses después, estaba en una reunión de la comunidad, y me encontré con uno de los doctores. Se sorprendió de verme y me preguntó cómo estaba. Le conté que la Ciencia Cristiana me había sanado y que jamás me había sentido mejor.

Hoy, 16 años después, considero que esta curación de cáncer fue un hito en mi vida. La gratitud me dio la altura espiritual que necesitaba para superar el temor. Lo que ocurre es que no podemos concentrarnos en el temor y en la gratitud por el amor de Dios, al mismo tiempo. Dios es Amor. Parafraseando el versículo de Segunda a los Corintios 3:17: “Donde está el Espíritu del [Amor], allí hay libertad”.

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