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Amor y perdón

Del número de agosto de 2014 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en alemán


Si alguien te preguntara: ¿es importante el amor para ti? ¿amas a tu prójimo? tu respuesta probablemente sería: “¡Claro que sí!” Queremos a nuestros hijos, a nuestros padres, a nuestros nietos, a nuestros amigos; nos amamos unos a otros. Pero ¿qué ocurre con nuestro amor cuando nos difaman, engañan o desprecian? ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a perdonar en un caso así? Esa fue justamente la pregunta que me tuve que hacer en una ocasión: ¿Amo a mi prójimo, y lo perdono cuando me hace algo malo?

¿Qué ocurre con nuestro amor cuando nos difaman, engañan o desprecian?

Pocos meses después de comenzar a trabajar en mi primer puesto como maestra de escuela, me vi seriamente acosada por una colega. En varias ocasiones me ridiculizó frente a estudiantes y compañeros, y yo estaba desesperada. Finalmente, llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana para que me apoyara con su oración, y ella con mucha alegría estuvo de acuerdo en ayudarme. Me indicó que leyera el artículo titulado “Sentirse ofendido”, donde dice: “La flecha mental lanzada por el arco de otro prácticamente no daña, a menos que nuestro pensamiento la arme de púas” (Escritos Misceláneos 1883-1896, págs. 223-224). Además me pidió que no respondiera a los despectivos comentarios de mi colega tomándolos como una ofensa. En lugar de eso, tenía que oponerme con insistencia a cada pensamiento perturbador que pudiera separarme o distraerme del bien que Dios me había otorgado por ser Su hija amada.

Ella también me alentó a responderle a esa mujer con amor. Al principio, me negué rotundamente a hacerlo. Y en ese momento, yo hubiera dicho sin dudar que no podía amar a esa señora. Sin embargo, después de pasar un día terrible en la escuela, decidí intentarlo, aunque hacerlo requirió de mucha determinación de mi parte.

Esta determinación fue puesta a prueba cuando, una y otra vez, mi colega trató de hacerme quedar mal con los otros maestros. Desacreditaba mis métodos de enseñanza cuando había estudiantes y colegas presentes, y socavaba mi autoridad en frente de los alumnos haciendo desdeñosos comentarios. No obstante, la practicista continuó orando por mí. Y mediante su amor, el cual parecía fluir virtualmente a través del teléfono, me alentaba a no cejar en mis esfuerzos por expresar amor en esta situación. De manera que continué orando con firmeza para saber que Dios amaba a mi colega de la misma forma que yo sabía que me amaba a mí.

No obstante, me costaba mucho creer que Dios pudiera amar a esta mujer, hasta que me di cuenta de que Él no ama el comportamiento errado, sino que la ama porque es la idea espiritual que Él ha creado: justa, buena, afectuosa y paciente. Dios no produce ninguna otra cosa, porque todo lo que Él conoce es una creación completamente buena. Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “El Amor divino corrige y gobierna al hombre” (pág. 6). En eso era en lo que necesitaba confiar. ¡Y de pronto lo logré! Pude mirar a esta señora con amor sincero y dejar de condenarla. Fue entonces que se produjo la curación.

A la noche siguiente, me llamó por teléfono y se disculpó sinceramente por su mal comportamiento. Esta situación la había preocupado mucho. El comportamiento desagradable simplemente desapareció, y en los años que siguieron las dos trabajamos bien juntas como maestras de nuestra escuela. Se olvidó y perdonó todo el asunto.

Esta curación ocurrió hace muchos años, y es algo que sigo valorando muchísimo hasta el día de hoy.

Amar a nuestro prójimo cambia todo para bien.

Amar a nuestro prójimo cambia todo para bien. Sin embargo, jamás se trata de amar el comportamiento despreciable o los móviles malignos, ni siquiera de encubrirlos con una desgastada manta de armonía falsamente comprendida. Eso ahogaría desde el comienzo todo conocimiento de uno mismo, arrepentimiento y transformación. Por el contrario, las enseñanzas de Jesús nos capacitan para ver más allá del mal, para poder percibir al hombre y a la mujer puros y perfectos de la creación de Dios. Este es el hombre y la mujer que Jesús siempre contemplaba, a pesar de todos los fracasos humanos. Mary Baker Eddy escribió: “En este hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esta perspectiva correcta del hombre sanaba a los enfermos. Así Jesús enseñó que el reino de Dios está intacto, es universal, y que el hombre es puro y santo” (Ciencia y Salud, pág. 477).

El amor de Dios por Su creación, el cual se manifestaba en el punto de vista de Jesús, sanó a muchas personas y les permitió apartarse del mal.

Jesús estaba totalmente consciente de la omnipotencia del Amor divino. Esto es importante para nosotros hoy, porque este amor puro por el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, es la base de todo perdón. Amar sin perdonar significa que realmente no se ama de ninguna manera.

Por lo tanto, amar, en un caso como el mío, es, por un lado, reconocer que una persona es la idea espiritual de Dios y expresa solo cualidades buenas, y, por el otro, agradecer a Dios de todo corazón por este maravilloso individuo que finalmente somos capaces de percibir.

Consideremos el gran mandamiento que nos dio Moisés antes que Jesús: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (véase Levítico 19:18). Permíteme expresarlo de manera diferente aquí: Ámate a ti mismo, conócete a ti mismo con todas las cualidades que Dios te ha dado. Esto te dará esperanza en Dios, fortaleza y confianza, la certeza de tu inquebrantable unidad con Él. A partir de este sólido punto de vista, discernirás y reconocerás las cualidades divinas en tus semejantes —hombres y mujeres— incluso en aquel que parecería ser tu enemigo. Es así como puedes amar a tu prójimo y perdonarlo, sin ningún “pero” y sin poner ninguna condición.

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