Al llegar a Togo, en África Occidental, mi amigo y yo entramos en el área de inmigraciones. El aire, cálido y húmedo, era un cambio que recibimos con agrado, al pensar en el clima invernal que habíamos dejado atrás. Sin embargo, poco después esa bienvenida fue interrumpida por la incertidumbre: Mi amigo no tenía la tarjeta de vacunación amarilla. Antes de nuestra partida, el consulado de este país nos había informado que no era necesaria. Llevaron a mi amigo a otra fila donde había hombres con batas blancas de laboratorio, y como él no hablaba el idioma, fui con él.
Tuve miedo por un momento, cuando me di cuenta de que tal vez tendría que ser inoculado allí, en un aeropuerto desconocido. Pero con la misma rapidez, me vino el pensamiento de que cualquiera fuera la situación en la que nos encontráramos, no habíamos volado fuera del “reino de los cielos”, del que Jesús habla en su Sermón del Monte (véase Mateo 5:10). En ninguna parte del mundo podía existir un lugar que estuviera fuera del control y de la bendición de Dios y el espíritu del Cristo. Este reino del que hablaba Cristo Jesús, diciendo que está dentro de nosotros, es lo que nos rodea. Es el único ambiente verdadero. Es la única región, localidad o lugar en la que podemos estar.
En ninguna parte del mundo podía existir un lugar que estuviera fuera del control y de la bendición de Dios y el espíritu del Cristo.
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