Conocí la Ciencia Cristiana un año después del fallecimiento de mi esposo. En aquel entonces, el estudio de la Ciencia Cristiana me ayudó a superar los numerosos y diferentes desafíos que mis hijos y yo tuvimos que enfrentar. Sin embargo, algunos años después, mi hija mayor, que en ese momento era adulta y vivía por su cuenta, también falleció después de una enfermedad. Debido a estos sucesos yo me sentía mental y físicamente muy débil.
Fue en esa época que se me desarrolló un alarmante problema en la parte baja del abdomen. Cada vez que tenía el período, el sangrado era muy abundante; tenía muchísimos dolores, y tuve que tomar días por enfermedad en el trabajo en varias ocasiones. Mi familia estaba tan preo-
cupada, que decidí consultar con una ginecóloga, y me diagnosticaron un tumor en el útero. Mi familia me recomendó que me internara pronto en un hospital. Temían que el tumor fuese canceroso, o algo igualmente serio. Les dije que no podía seguir el consejo que con tanto cariño me daban para ayudarme. Y tomé la decisión de recurrir enteramente a Dios y buscar curación solo por medio de la oración en la Ciencia Cristiana.
Pude vislumbrar el hecho espiritual de que la muerte no es real, y sentí mucha paz.
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