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Artículo de portada

Solo un Padre

Del número de agosto de 2014 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en portugués


Una de las enseñanzas más importantes que aprendí cuando comencé a estudiar la Ciencia Cristiana fue que todos tenemos uno y el mismo Padre, Dios. Descubrí que nuestra relación con Dios, el Amor divino, es inquebrantable, porque está basada en nuestra coexistencia eterna con Él. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana describe esta relación en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. Al referirse a una de las declaraciones de Jesús (véase Juan 10:30), ella explica: “‘Yo y el Padre uno somos’, esto es, uno en cualidad, no en cantidad. Así como una gota de agua es una con el océano, un rayo de luz uno con el sol, así Dios y el hombre, Padre e hijo, son uno en el ser” (pág. 361).

Puesto que somos uno con el Padre, somos Su imagen y semejanza, y reflejamos Su naturaleza. Así como Dios es Espíritu y es perfecto, Sus hijos son espirituales y expresan Su perfección. Esta comprensión me ayudó muchas veces, y en una ocasión, también me permitió ayudar a mi hija, Anette, a sanar de un problema físico.

Cuando Anette tenía 15 años, los médicos diagnosticaron que tenía epilepsia. Como estar en sitios con mucha gente la hacía sentir ansiosa y tener convulsiones, mi esposa y yo evitábamos que estuviera sola en lugares públicos. Incluso estar en la escuela con otros estudiantes podía ser difícil para ella. Además, no lograba dormir sin tomar medicamentos.

Me di cuenta de que debía apoyarme en mi comprensión y confianza de que mi hija coexiste con Dios y refleja Su perfección.

Empecé a estudiar la Ciencia Cristiana cuando mi hija tenía 16 años y quise tratarla por medio de la Ciencia Cristiana, pero mi esposa, que es de otra religión, prefirió que continuáramos usando medicina para tratar dicha condición. Para evitar conflictos en la familia, estuve de acuerdo. Anette fue tratada por muchos especialistas, pero ninguno de esos tratamientos dio resultado.

Ella terminó el bachillerato con mucha dificultad, pues no podía leer ni estudiar por muchas horas sin sentir ansiedad. Tampoco había podido asistir a la universidad o conseguir trabajo. Ahora, después de sufrir de esa condición durante 12 años, ya estaba casada, pero no podía tener hijos, porque las convulsiones, que ocurrían semanalmente, la hacían caer al suelo, a consecuencia de lo cual había tenido varios abortos.

A lo largo de los años, le sugerí a Anette que se tratara con la Ciencia Cristiana. Pero además de su mamá, otros miembros de nuestra familia y su esposo también se oponían, y Anette siempre terminaba por recurrir a los medicamentos para aliviar esos síntomas. Yo oraba reconociendo que Dios es el único Creador de todos, y que todos tenemos una y la misma Mente, y que en la creación divina no puede haber resistencia contra la Verdad divina.

Oré de esa forma sin desanimarme, hasta que un día, durante mi oración diaria, percibí claramente que era hora de terminar con ese problema. La llamé a Anette para que viniera a nuestra casa y conversamos sobre algunas ideas de la Ciencia Cristiana. Yo sabía que ella las entendería, pues había asistido a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana por un tiempo durante su adolescencia.

Ella se sentía muy desalentada porque había padecido de ese problema por muchos años. Entonces, le pedí que leyera en la Biblia la historia de la mujer que durante 12 años había sufrido de hemorragias, y fue sanada instantáneamente cuando tocó el manto de Jesús (véase Marcos 5:25-34). También le mencioné la curación del hombre que había sido paralítico por 38 años, y fue sanado de inmediato cuando Jesús le ordenó que se levantara y caminara (véase Juan 5:1-9). Le mostré que por más que habían sufrido durante muchos años, el Cristo, la idea eterna de Dios, que Jesús expresaba con tanta plenitud, los había sanado instantáneamente. Le expliqué que la idea Cristo se expresa por siempre, y trae curación a las personas en todas las épocas, incluso a ella.

¡Nuestros hijos están siempre completos y seguros en Dios, el verdadero Padre de todos nosotros!

Anette aceptó que yo le diera tratamiento en la Ciencia Cristiana. Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Los métodos de curación inferiores y que no son espirituales tal vez traten de que la Mente y los medicamentos se coaliguen, pero los dos no se mezclarán científicamente. ¿Por qué desearíamos que lo hagan, puesto que nada bueno puede resultar de ello?” (pág. 143-144). Basado en este pasaje, les expliqué a mi esposa, a mi hija y a su esposo que sería mejor que durante el tratamiento metafísico Anette dejara de tomar medicinas y cualquier tratamiento médico; y, esta vez, ellos estuvieron de acuerdo.

En mis oraciones, me apoyé en particular, en un pasaje de la Biblia que describe una ocasión en que le trajeron a Jesús un muchacho, que desde su infancia tenía un espíritu inmundo que lo sacudía, le hacía echar espumarajos, crujir los dientes, y lo hacía languidecer. Ante la declaración de Jesús: “Al que cree todo le es posible”, el padre del muchacho respondió: “Creo; ayuda mi incredulidad”. Entonces Jesús sanó al muchacho (véase Marcos 9:17-29).

En este relato, el muchacho fue sanado, cuando su padre, a pesar del temor que sentía, admitió que él también creía que la curación era posible. Entonces, me di cuenta de que debía apoyarme en mi comprensión y confianza de que mi hija coexiste con Dios y refleja Su perfección. Por lo tanto, ella solo podía manifestar perfecta salud. Me mantuve firme en la verdad de que Anette no podía expresar otra mente, que no fuera la Mente divina, Dios. Esta Mente se manifiesta en armonía constante, que ningún supuesto problema del sistema nervioso podía interrumpir.

Los resultados de ese tratamiento metafísico fueron rápidos. En una semana, mi hija ya podía dormir tranquila, sin tomar medicinas. Los síntomas comenzaron a ser más moderados y menos frecuentes. Después de dos semanas las convulsiones no la hacían caer al suelo, y después de tres meses se detuvieron por completo. Hace ya ocho años que no tiene ningún ataque. Comenzó a trabajar y está cursando la universidad. Hoy, puedo decir, con mucha alegría, que Anette tiene dos hermosos hijos.

¡Cuán liberador es para un padre saber que sus hijos están siempre saludables y a salvo en Dios, el verdadero Padre de todos nosotros!

Nota de la hija: Yo soy Anette Teca Manfuana, la hija que mi padre mencionó en su artículo. Esta curación me liberó totalmente de muchos años de sufrimiento. Hoy no tengo ningún ataque y puedo caminar sola y con toda libertad por cualquier lugar. Además, pude dar a luz a dos hermosos hijos. ¡No tengo palabras para agradecer las oraciones de mi papá, y a Dios por esta maravillosa curación!

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