Cuando tenía 18 años, me sentía profundamente deprimido. Además, tenía dolores crónicos en el abdomen, algo que ninguno de los médicos que consulté pudo curar. En ese momento perdí mi fe en la medicina.
De niño había asistido a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, pero después dejé de ir. Mi madre, que es Científica Cristiana, quiso ayudarme y me recomendó encarecidamente que visitara a una practicista de la Ciencia Cristiana. Aunque yo realmente no quería saber nada acerca de Dios, decidí ir a verla. Mi único deseo era deshacerme del dolor que me aquejaba sin cesar.
Cuando fui a ver a la practicista, ella me recibió con mucho cariño. Me dio un artículo del Herold [edición en alemán del Heraldo de la Ciencia Cristiana] para que leyera, mientras ella oraba por mí. Después compartió algunas ideas espirituales que había obtenido al orar por mí. Me sentí fortalecido, y de ahí en adelante, visité a la practicista cada semana.
Aún recuerdo cuando le conté sobre el dolor y ella guió mi pensamiento fuera del cuerpo hacia Dios con el siguiente pasaje de la Biblia: “Y Moisés dijo al pueblo: No temáis; estad firmes, y ved la salvación que el Señor hará hoy con vosotros” (véase Éxodo 14:13). Cuando ella dijo las palabras “salvación que el Señor”, las enfatizó de tal manera, que de inmediato entendí claramente que “salvación” y “Señor” van juntas. Dios y Su bondad son en realidad uno, y nuestra salvación proviene de esta unidad con Dios y del bien que Él otorga a Su creación. Comprendí que Dios es solo el bien y mantiene a Su creación completa e intacta. Nunca olvidaré esas palabras tan claras y poderosas que dijo la practicista.
Mi perspectiva de la vida basada en la materia dio lugar, poco a poco, a un punto de vista espiritual.
Además, encontré ideas maravillosas en los artículos del Herold y de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, el cual comencé a estudiar durante horas en casa. Por unos meses, fui a ver regularmente a la practicista, y por medio de su sabiduría, su entendimiento y el amor reconfortante que expresaba hacia mí, pude comprender las verdades divinas. Como resultado combinado del trabajo de la practicista, mis oraciones y el estudio de la Ciencia Cristiana, mi perspectiva de la vida basada en la materia dio lugar, poco a poco, a un punto de vista espiritual. Sentí mucha gratitud por la nueva comprensión de Dios como Vida y Amor divinos que se me estaba revelando. Durante ese período el dolor gradualmente desapareció, hasta que una noche, de camino a casa después de visitar a la practicista, de repente vi todo a mi alrededor en una luz nueva y radiante. Me sentí ligero, libre y aliviado, y supe que había sanado. El dolor y la oscuridad mental se transformaron en ¡alegría y belleza!
Agradecido por la curación y para poder aprender más acerca de esta Ciencia Cristiana que nos libera, seguí visitando a la practicista durante otros dos meses. Lo más hermoso fue que ahora podía expresar hacia los demás el mismo amor que la practicista me había transmitido a mí todo el tiempo. No solo me había sanado, sino que sentí que me había convertido en una persona totalmente nueva. Se había producido una renovación espiritual. Vi el mundo desde una perspectiva diferente, y, consciente e intencionadamente, de inmediato comencé a compartir con los demás el amor espiritual que había recibido, el cual, como había aprendido, es un reflejo del Amor divino. Una frase del libro Escritos Misceláneos 1883-1896, que mi madre también me había señalado, me llamó la atención: “El Científico Cristiano ama más al hombre porque ama a Dios sobre todas las cosas” (pág. 100). Esto me ayudó a darme cuenta de que tenía que entender y amar más a Dios como el Amor omnipresente que nunca falla.
A medida que mi comprensión y amor por Dios fueron en aumento, experimenté lo que describe este versículo de la Biblia refiriéndose a Él: “Te bendeciré..., y serás bendición” (Génesis 12:2). Hice progresos inimaginables en mi trabajo, y, en agradecimiento por mi nueva vida, me convertí en miembro de La Iglesia Madre y de una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, en Berlín, Alemania. Desde entonces he estado muy activo en el movimiento de la Ciencia Cristiana. Me sentía lleno de inspiración y pronto también empecé a orar por otros, cada vez que me lo pedían, con resultados sanadores. Por esto estoy tremendamente agradecido a Dios. Todo está en Sus manos, pues, como dice en la Biblia, “Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13).
Reiner Siebke, Berlín