Últimamente, me he dado cuenta de que una especie de mentalidad “estacional” se entremete en muchas áreas de nuestra vida —como por ejemplo la salud, la vivienda, el trabajo y la vida familiar—, mentalidad que con frecuencia parece estar impulsada por ciclos y fechas del calendario, donde algunas estaciones parecen ser favorables y otras nocivas.
¿Cómo podemos liberarnos de esas sugestiones de que la salud, el éxito e incluso nuestro estado de ánimo, pueden estar determinados por las fluctuaciones estacionales? He descubierto que comenzar y afianzarse en el hecho de que la omnipotencia de Dios es infinita y eterna, y que jamás está sujeta a la variación, espiritualiza mi forma de pensar y estabiliza mi experiencia.
Dios es el Principio divino único, el Amor, de modo que el tierno cuidado que nos brinda como nuestro Padre-Madre es infinito. Esta ley del Amor nos da la certeza de que la salud, la prosperidad y la alegría que Dios imparte, están por siempre presentes y a nuestro alcance. En la realidad espiritual, el hombre nunca es susceptible a la enfermedad o al mal. Estas palabras de las Escrituras: “Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Timoteo 4:2), son pertinentes y apremiantes hoy en día. Y a medida que las ponemos en práctica, podemos estar listos para enfrentar y vencer las sugestiones de que se sufre de una enfermedad física, así como de escasez, soledad, depresión y otros males que con frecuencia están ligados a las diferentes estaciones del año.
En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras Mary Baker Eddy escribe: “Es profano imaginar que el perfume del trébol y el hálito del heno recién cortado puedan causar inflamación glandular, estornudos y punzadas nasales...
“La atmósfera húmeda y la gélida nieve enrojecían las mejillas saludables de nuestros antepasados, pero ellos nunca se daban el lujo de tener los bronquios inflamados” (pág. 175). La bondad de Dios y nuestro reflejo de esa bondad son absolutos, no dependen de circunstancias materiales ni de las estaciones.
La Sra. Eddy también escribe: “Los períodos de la ascensión espiritual son los días y las estaciones de la creación de la Mente, en la cual la belleza, la sublimidad, la pureza y la santidad —sí, la naturaleza divina— aparecen en el hombre y el universo para no desaparecer jamás” (Ciencia y Salud, pág. 509). A medida que comprendemos mejor la identidad espiritual, completa y verdadera del hombre, hallamos que nuestra percepción de estos “períodos de la ascensión espiritual” reemplaza el temor mental al mal que ciertas épocas del año pueden traer. Este creciente entendimiento espiritual lleva a que encontremos más que un alivio parcial o temporal de las enfermedades u otras preocupaciones asociadas con las estaciones. Significa realmente liberarse, de forma cada vez más permanente, de toda creencia en que la presencia y el poder de Dios puedan disminuir (o estar ausentes) en cualquier momento.
Por ejemplo, a medida que reconocemos que Dios, el bien, es el Principio inalterable, se vuelve natural para nosotros confiar en Él, en lugar de esperar cierta época “ventajosa” del año para realizar nuestros tratos comerciales. Al hacerlo, percibimos que la ininterrumpida naturaleza de la actividad correcta se manifiesta de una forma cada vez más evidente en los negocios y en la economía. Puesto que somos los hombres y mujeres espirituales de la creación de Dios, tenemos la habilidad, ahora, de demostrar esto y de bajarnos de la montaña rusa del temor y la duda, y comprender que el bien eterno —no el mal, la enfermedad o la falta de provisión— es lo normal.
Para aquellos que están luchando con la soledad o la depresión, la temporada navideña puede producir un malestar y una tristeza muy desagradables. Pero aquí también podemos bondadosamente, aunque con certeza, afirmar que Dios no podría crear ninguna situación cruel o triste para Sus hijos amados. El consuelo, la cercanía y la ternura del Amor divino jamás están apartados de nadie ni siquiera por un momento, ¡mucho menos toda una temporada!
El amor de Dios llena todo el espacio, y esta verdad es mucho más que palabras simples y alentadoras; es un hecho demostrable, reconfortante y sanador. Cristo Jesús aseguró a sus discípulos (y a nosotros): “Se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo” (Juan 16:22). Nada puede despojarnos a ti o a mí del bien divino siempre presente, y esto incluye el derecho a tener buena salud, felicidad y un hogar. Comprender nuestra perpetua unidad con el Amor divino nos capacita para rechazar las recurrentes sugestiones de que el mal pueda hacernos daño.
Cuando nuestra primera hija era pequeña, mi esposa y yo nos vimos ante la necesidad de tomar la difícil, y para nosotros, inoportuna decisión de mudarnos de la casa que nosotros habíamos pensado sería nuestra por mucho tiempo. Los argumentos en contra del momento para hacer esta mudanza salieron a la superficie con mucha agresividad. En general se piensa que ciertas épocas del año son mejores para comprar y vender casas, y estábamos a finales del otoño, y muy pronto en Wisconsin entraríamos en la fría y nevosa temporada de invierno. Además, nuestras perspectivas financieras eran inciertas (nos habíamos endeudado mucho al remodelar nuestra casa), y no sabíamos muy bien cuándo nos liberaríamos de esa deuda. Al considerar todos estos factores, esta sugestión sumamente agresiva captó nuestra atención: ¡No es buen momento para buscar casa y mudarse!
Mientras mi esposa y yo recurríamos a Dios en oración, nos vinieron varias verdades sanadoras e inspiradoras, entre ellas, nos dimos cuenta de que, en realidad, estamos siempre en nuestro hogar, porque moramos en nuestro Padre-Madre celestial, y nada puede separarnos de Su amoroso cuidado. Encontramos una verdad maravillosa en la Biblia con la cual orar: “Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación” (Salmos 90:1). Esto nos ayudó a comprender que como Dios es omnipotente, Su poder debe ser el único poder, y puesto que Él es el Amor mismo, infinito y real, entonces el alarmante cuadro de estar desplazados y llenos de incertidumbre, no formaba parte de la realidad espiritual. Así mismo, llegamos a entender que por ser el reflejo del Amor divino, y por lo tanto, receptores de la bondad del Amor, cada uno de nosotros es sostenido y hospedado eternamente, no por ciclos, en el universo espiritual, permanente y totalmente provisto, de Su afectuosa gracia y provisión.
No encontramos una casa de inmediato, pero nuestra búsqueda nos guió a redescubrir, por ejemplo, la firme convicción del Apóstol Pablo de que el toque sagrado de la divinidad está al alcance de todos mediante el Cristo. Tomamos muy en serio la promesa de Pablo a los cristianos en Filipos: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19). Mientras buscábamos casa durante la fría temporada de invierno, no tuvimos ninguna enfermedad “estacional”. Siempre que nos sentíamos desalentados o con mucha tensión, recordábamos que esta experiencia esencialmente se trataba menos de la búsqueda de una casa, y más de aceptar el hecho espiritual de que nuestra seguridad y lugar están siempre establecidos en el cuidado del Amor divino.
Pocos meses más tarde, al final de un día de invierno muy frío, y después de haber visto varias casas que no eran ideales para nosotros, nuestro agente de bienes raíces nos informó de una casa que todavía no habían puesto a la venta, pero que estaba disponible. En el momento en que entramos a verla, supimos que nuestras oraciones habían sido respondidas. La casa satisfacía todas nuestras necesidades, y los detalles para la compra y la mudanza se resolvieron de inmediato. Y poco después de nuestra mudanza, recibimos con alegría en nuestra familia a nuestra segunda hija. La mudanza también resolvió por completo la situación de la deuda.
La Ciencia Cristiana muestra que la ley de la gracia de Dios es universal, imparcial y siempre oportuna. A través de nuestra percepción del gobierno perfecto que ejerce esta ley sobre el universo, percibimos que la noción de que los ciclos y estaciones terrenales puedan influenciarnos, es una creencia falsa. A medida que comprendemos esto, descubrimos cada vez más que tenemos completo dominio sobre las numerosas suposiciones basadas en la materia que acompañan la forma de pensar “estacional”.
La verdad y el amor de Dios son nuestros para que los demostremos los 365 días del año. Todo aquello que es espiritualmente bueno, es verdad para todos, y es verdad en todas las estaciones.
Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 4 de enero de 2016