Se dice que el experimentado marino y navegante Ivan Macfadyen dijo hace varios años, tras retornar de su último cruce del Océano Pacífico: “En mi vida he recorrido muchas millas en el océano y estoy acostumbrado a ver tortugas, delfines, tiburones y grandes bandadas de aves alimentándose. Pero esta vez, en una extensión de 3000 millas náuticas no vi ningún ser vivo” (“The ocean is broken,” [“El océano está enfermo”] The Newcastle Herald, 18 de octubre de 2013). Macfadyen contó que en esta expansión oceánica, alguna vez tan vibrante, reina ahora una inquietante calma y está cubierta de basura, parte de la cual (no toda) se debe al tsunami que azotó Japón hace varios años.
Considerando la belleza, la inmensidad y la abundante provisión que los océanos dan a la humanidad y a la tierra, quizás sea difícil para muchos de nosotros comprender este mar de negligencia y devastación a una escala tan masiva. Además, rasgos de carácter egoístas, negligentes o ignorantes han llevado a algunas personas a razonar que el hecho de descartar tan solo una bolsa de plástico, un contenedor o una red de pesca, no tiene impacto alguno, lo cual contribuye a la contaminación.
¿De dónde viene, entonces, una solución práctica y eficaz a este problema? A pesar de los mejores esfuerzos de muchas personas y organizaciones por cambiar la corriente del pensamiento y los comportamientos humanos, todavía no ha habido un cambio perceptible en esta acumulación de desperdicios en los océanos.
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