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Orar por los océanos de la tierra

Del número de enero de 2017 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel de Enero de 2016


Se dice que el experimentado marino y navegante Ivan Macfadyen dijo hace varios años, tras retornar de su último cruce del Océano Pacífico: “En mi vida he recorrido muchas millas en el océano y estoy acostumbrado a ver tortugas, delfines, tiburones y grandes bandadas de aves alimentándose. Pero esta vez, en una extensión de 3000 millas náuticas no vi ningún ser vivo” (“The ocean is broken,” [“El océano está enfermo”]  The Newcastle Herald, 18 de octubre de 2013). Macfadyen contó que en esta expansión oceánica, alguna vez tan vibrante, reina ahora una inquietante calma y está cubierta de basura, parte de la cual (no toda) se debe al tsunami que azotó Japón hace varios años.

Considerando la belleza, la inmensidad y la abundante provisión que los océanos dan a la humanidad y a la tierra, quizás sea difícil para muchos de nosotros comprender este mar de negligencia y devastación a una escala tan masiva. Además, rasgos de carácter egoístas, negligentes o ignorantes han llevado a algunas personas a razonar que el hecho de descartar tan solo una bolsa de plástico, un contenedor o una red de pesca, no tiene impacto alguno, lo cual contribuye a la contaminación.

¿De dónde viene, entonces, una solución práctica y eficaz a este problema? A pesar de los mejores esfuerzos de muchas personas y organizaciones por cambiar la corriente del pensamiento y los comportamientos humanos, todavía no ha habido un cambio perceptible en esta acumulación de desperdicios en los océanos.

Es lógico pensar que el último y decisivo llamado es que se produzca un cambio radical en nuestro pensamiento, el cual puede obtenerse mediante una perspectiva espiritual más elevada. Este cambio espiritual radical en nuestra forma de pensar puede dar paso a un cambio en el comportamiento, capaz de producir resultados favorables. 

¿Cómo podemos obtener esta perspectiva espiritual más elevada? Podemos comenzar por reemplazar en nuestra propia consciencia el concepto material respecto a los océanos y la tierra, al obtener la percepción o el discernimiento espiritual de que la realidad divina permanece eternamente, reconociendo que la creación es en verdad espiritual, no material. El verdadero e incontaminado reino de Dios es puro, está por siempre intacto y es una realidad presente. Y cuando llegamos a comprender y percibir este reino, podemos comenzar a demostrarlo aquí y ahora.

La Biblia introduce el origen y la naturaleza espirituales de todas las cosas en el primer capítulo del Génesis, donde “el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (versículo 2), y Dios aprobó Su creación enteramente “buena” (versículo 31). Además, en Génesis 1:26 leemos que Dios hizo que el hombre, Su imagen y semejanza, “señoree en los peces del mar [y] en las aves de los cielos”. Podemos ver en estos versículos una indicación de la capacidad espiritual que todos tenemos para sanar nuestro medio ambiente.

El Hijo de Dios, Cristo Jesús, nos mostró cómo podemos ejercer este señorío o dominio, al desafiar todas las llamadas leyes materiales, por medio de las leyes divinas y sanadoras de Dios. Al vencer toda forma de mal —odio, limitación, codicia, condiciones climáticas destructivas, enfermedad y muerte— a través del poder de Dios, el bien, probó la supremacía de la ley de Dios, la Ciencia divina, con sus obras.

En el Padre Nuestro nos enseñó a orar: “Venga Tu reino”. El sentido espiritual que Mary Baker Eddy da a esa línea es “Tu reino ha venido; Tú estás siempre presente” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 16). Esto sugiere que orar con una sincera comprensión de la verdad, o ley espiritual, nos capacita para probar que el hombre y todas las criaturas de Dios están protegidas y por siempre mantenidas y sustentadas por Dios en Su reino eterno.

Al afirmar sinceramente verdades espiritualmente científicas y mantener firmemente en nuestro pensamiento la perspectiva espiritual de la creación, el impulso de sentirse obsesionado o tratar de remediar el cuadro material desde un punto de vista material, comienza a desvanecerse. Comenzamos a darnos cuenta de que el cuadro material de que el océano está contaminado, en decadencia y muerto, no es la sustancia real y radiante de la creación; el cuadro material no tiene parte en el reino puro y espiritual de Dios. Al comprender esto, comenzamos a demostrar que la sabiduría del Creador se manifiesta en Su tierna misericordia y verdad llena de gracia, no en el mal, o el error, y que el hombre refleja la gracia y la sabiduría de Dios.

Yo solía notar con frecuencia que había basura al costado del camino cerca de nuestra casa en Alaska. Me irritaba con mucha facilidad por las acciones de otros, especialmente debido a que a menudo había pasado largas horas recogiendo basura en esa misma área. Un día me di cuenta de que la justificación propia me estaba haciendo acumular pensamientos negativos y despectivos respecto a otras personas y el medio ambiente. Al comprender esto, comencé a cambiar mi punto de vista.

Oré con humildad y compasión para comprender mejor que todos los hijos de Dios son nobles e íntegros, y que por ser todos el reflejo de Dios, ninguno de nosotros puede realmente pensar o actuar con egoísmo o ignorancia. A todos se nos ha dado la capacidad de ser testigos y de responder al completo cuidado que Dios brinda a Su creación.

Razoné que no tenía que centrarme en lo que otros parecían estar haciendo mal, ni tratar de encontrar formas de remediar su comportamiento. Yo, en cambio, necesitaba reconocer que Dios es la causa divina única e infinita del universo, y reconocer que Dios, el Amor divino, está expresando armonía en el hombre y el universo. Este cambio en mi propio pensamiento requería que cediera con toda humildad, que tuviera una confianza absoluta en la constante ley de la bondad de Dios.

Es reconfortante saber que todos tenemos la capacidad de orar eficazmente para cambiar rotundamente las condiciones materiales, incluso la forma de sanar los océanos, al orar para obtener una mejor comprensión de la creación espiritual y de que el hombre es íntegro, bueno e inteligente. Pero para hacerlo debemos mantener persistentemente nuestro curso con Dios, y mentalmente detectar y rechazar en nosotros mismos los pensamientos y comportamientos equivocados, porque no forman parte del hombre de Dios, afirmando que Dios realmente gobierna y mantiene a Su creación. Este pensamiento correcto y espiritualmente elevado es práctico. Mary Baker Eddy escribe: “La naturaleza de la Ciencia Cristiana es demostrar el bien, no el mal —la armonía, no la discordancia; pues la Ciencia es el mandato de la Verdad que destruye todo error” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 283).

Prestemos nuestra total atención a demostrar la Vida y el Amor divinos y reales, identificando correctamente que el hombre es íntegro e inocente, y el universo y toda la creación están llenos de la vitalidad, la belleza y la armonía de la sustancia espiritual. Entonces probaremos, cada vez más, la realidad espiritual del hombre y el universo, y el dominio que Dios nos ha otorgado sobre la negligencia material y absurda. De esta forma apoyamos un cuidado más inteligente de los océanos de la tierra y contribuimos a limpiarlos y a no causarles más efectos perjudiciales.

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel de Enero de 2016

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