Las palabras de Cristo Jesús siempre eran muy claras, precisas y poderosas. Esto se debe a que expresaba la palabra de Dios. “¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras” (Juan 14:10).
Oro con humildad para permitir cada vez más que la palabra de Dios efectúe la curación en mi práctica diaria, como Jesús nos enseñó. Comprender el poder de la palabra de Dios me ha ayudado a silenciar las sugestiones mentales y las dudas que me vienen al pensamiento. También me ha sanado varias veces estando en la iglesia misma, durante el servicio religioso; he tenido curaciones de resfriados, tos, fatiga, una sensación de enorme responsabilidad, tristeza, y otras dificultades.
Un día visité a una amiga en otra ciudad. Mientras caminaba por la ciudad, tropecé en la acera y me lastimé el pie. El dolor era intenso, y solo pude continuar caminando lentamente, rengueando. Trataba de orar, pero no lograba superar el sentimiento de que estaba lastimada.
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