¿Cuántas personas realmente disfrutan de volar en clase económica? Como muchos otros en los últimos años, he notado cómo los asientos se han vuelto más y más estrechos, y los pasajeros son tratados con menos y menos humanidad. ¡Volar ya no es algo divertido! Pero a veces uno tiene que viajar, y simplemente hay que lidiar con ello. Además, la cuestión se termina en cuanto uno sale del avión, ¿verdad?
Sin embargo, el otoño pasado cuando tuve que viajar, me ofrecieron inesperadamente la opción de subirme de categoría, ¡y me permitieron unirme a las damas y los caballeros de la clase ejecutiva! Por supuesto había más espacio, el asiento era más cómodo, y ni qué hablar del servicio, que no tenía punto de comparación.
Pero debo decir que nada de eso fue tan importante. La verdadera diferencia estuvo en la atmósfera mental —por ejemplo, en mis interacciones con la persona sentada a mi lado. El espacio ligeramente tenso alrededor del apoyabrazos; la desconfianza, porque el extraño de al lado podría querer levantarse con demasiada frecuencia o, si tengo el asiento de la ventanilla, podría ponérmelo difícil para levantarme cuando yo quiera —todo eso no estaba presente, y en cambio había simpatía y amabilidad.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!