¿Cuántas personas realmente disfrutan de volar en clase económica? Como muchos otros en los últimos años, he notado cómo los asientos se han vuelto más y más estrechos, y los pasajeros son tratados con menos y menos humanidad. ¡Volar ya no es algo divertido! Pero a veces uno tiene que viajar, y simplemente hay que lidiar con ello. Además, la cuestión se termina en cuanto uno sale del avión, ¿verdad?
Sin embargo, el otoño pasado cuando tuve que viajar, me ofrecieron inesperadamente la opción de subirme de categoría, ¡y me permitieron unirme a las damas y los caballeros de la clase ejecutiva! Por supuesto había más espacio, el asiento era más cómodo, y ni qué hablar del servicio, que no tenía punto de comparación.
Pero debo decir que nada de eso fue tan importante. La verdadera diferencia estuvo en la atmósfera mental —por ejemplo, en mis interacciones con la persona sentada a mi lado. El espacio ligeramente tenso alrededor del apoyabrazos; la desconfianza, porque el extraño de al lado podría querer levantarse con demasiada frecuencia o, si tengo el asiento de la ventanilla, podría ponérmelo difícil para levantarme cuando yo quiera —todo eso no estaba presente, y en cambio había simpatía y amabilidad.
Se podría pensar que fue debido a que estábamos en la extra espaciosa clase ejecutiva, pero realmente no hay nada que nos impida mostrar el mismo amor por el prójimo a nuestro vecino en la clase económica, y en todas partes. Y podemos hacerlo porque, como muestra la Ciencia Cristiana, nuestra capacidad de amar no está determinada por nuestras circunstancias o por alguna predisposición personal. No, nos la da Dios. A todos nosotros. Siempre. Con el mismo grado de abundancia.
Puedes encontrar muchos ejemplos de este amor desinteresado en el mundo. Nosotros hemos recogido algunos en este número del Heraldo. Algunos de ellos tratan sobre “grandes” temas: el medio ambiente, el mal, y la creencia de que las personas están sujetas a dificultades inevitables en ciertas épocas del año. Otros parecen referirse a cosas más pequeñas, pero el efecto es igualmente maravilloso para los involucrados: una niña lesionada es curada, una joven que se encuentra en peligro es llevada con seguridad cuando recibe transporte inesperado, y las dificultades dentro de una familia se resuelven completamente. Todas estas cosas fueron logradas por ese amor desinteresado. Y como podemos leer en el primer artículo de este mes, el Heraldo mismo también se mantiene activo de esta manera.
Sí, podemos ayudar a nuestro prójimo por medio de este amor, dondequiera que estemos. ¡Así que estoy esperando mi próximo vuelo en clase económica!
Christian A. Harder
