Cuando lavamos los platos, los mejores resultados se obtienen cuando usamos agua limpia. El mismo principio se aplica para lavarnos las manos y la ropa. Pero ¿con qué “agua” estamos “lavando” nuestro pensamiento en relación a aquellos que nos rodean, por ejemplo, en relación al cuerpo de adoradores que forman nuestra iglesia?
Si la discordia aparece en nuestra iglesia, tenemos una decisión que tomar respecto al agua, o tipo de pensamiento, que traemos a nuestros esfuerzos por lavar y dejar limpios mediante la oración, nuestros pensamientos sobre el cuerpo de la iglesia. Una opción es traer agua sucia —viejas percepciones sobre el pasado, pensamientos de rabia sobre la gente involucrada, temores de que nunca se resolverá el problema— pero así no vamos a lograr limpiar nada. De hecho, con frecuencia puede que enturbiemos las aguas del pensamiento.
La otra opción es hacer lo que el autor de la Epístola a los Hebreos nos propone: “Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura” (Hebreos 10:22). Lavar el cuerpo de la iglesia con una manera de pensar pura, no significa mirar con indiferencia cómo se desarrollan los acontecimientos; más bien, nos exige “acercarnos con corazón sincero”.
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