Cuando lavamos los platos, los mejores resultados se obtienen cuando usamos agua limpia. El mismo principio se aplica para lavarnos las manos y la ropa. Pero ¿con qué “agua” estamos “lavando” nuestro pensamiento en relación a aquellos que nos rodean, por ejemplo, en relación al cuerpo de adoradores que forman nuestra iglesia?
Si la discordia aparece en nuestra iglesia, tenemos una decisión que tomar respecto al agua, o tipo de pensamiento, que traemos a nuestros esfuerzos por lavar y dejar limpios mediante la oración, nuestros pensamientos sobre el cuerpo de la iglesia. Una opción es traer agua sucia —viejas percepciones sobre el pasado, pensamientos de rabia sobre la gente involucrada, temores de que nunca se resolverá el problema— pero así no vamos a lograr limpiar nada. De hecho, con frecuencia puede que enturbiemos las aguas del pensamiento.
La otra opción es hacer lo que el autor de la Epístola a los Hebreos nos propone: “Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura” (Hebreos 10:22). Lavar el cuerpo de la iglesia con una manera de pensar pura, no significa mirar con indiferencia cómo se desarrollan los acontecimientos; más bien, nos exige “acercarnos con corazón sincero”.
Para descubrir qué constituye un “corazón sincero”, debemos ir a la fuente de todo lo que es verdadero: la Verdad divina, Dios. Dios derrama en nuestro pensamiento receptivo Su mensaje propio del Cristo, impartiendo la verdad acerca de todos nosotros (incluso las personas con las que interactuamos): que somos el reflejo espiritual de Dios Mismo. Y por ser el Amor divino, Él nos da el amor que necesitamos para llevar a cabo una limpieza pura y espiritual.
A veces cuando se siente como que la discordia está invadiendo el pensamiento en el cuerpo de la iglesia, es una tentación lamentarse por lo que parece ser una pérdida de armonía. Mary Baker Eddy, la fundadora de esta revista, quien amaba profundamente la Biblia, escribió un poema que incluye este verso, donde habla de nuestra habilidad para encontrar Consuelo sanador en el mensaje del amor de Dios que imparte el Cristo:
Al triste llama: “Ven a mi pecho,
tu llanto seca el Amor;
tu tristeza borrará,
y feliz te llevará
a la gloria del día sin fin”.
(Himnario de la Ciencia Cristiana, Nº 298 © CSBD)
Hace algún tiempo, tuve la oportunidad de poner en práctica el lavar mi pensamiento y experimentar al Cristo, borrando la “tristeza” de mi consciencia. Durante una reunión de trabajo en mi filial de la Iglesia de Cristo, Científico, se trató un tema controversial en lo que a mí me pareció una forma severa y poco cristiana. Estaba sorprendida y triste de sentir que en lugar de haberse expresado amabilidad y amor, había sido una conversación contenciosa y obcecada.
En ese momento, reconocí que tenía que tomar una decisión en mi pensamiento. Podía estar perpleja y ofendida por este comportamiento, o podía escoger albergar pensamientos puros originados en el Amor divino, pensamientos que me impulsaran a ver a cada uno de nosotros como verdaderamente somos —el reflejo espiritual de un Dios amoroso. Escogí lo segundo.
Entonces, mientras aún estaba en la reunión en la iglesia, dejé de escuchar el fragmentado debate, y en su lugar permití que el amor de Dios por todos nosotros, Sus hijos espirituales, llenara mi corazón. Pensé en todas las veces en que los miembros de la iglesia habían mostrado amor puro y desinteresado, expresado en una disposición a dar de su tiempo y recursos para apoyar a la iglesia y la comunidad. Supe que espiritualmente somos movidos solo por Dios, y no es posible para Su creación estar desconectada de Su amor. Sentir devoción por hacer lo que es mejor para nuestra iglesia, y por extensión para nuestra comunidad, al cumplir su propósito sagrado de curación, es una evidencia de que reflejamos el Amor infinito. Este reflejo no puede ser interrumpido; el comportamiento obcecado no es realmente parte de nosotros. Simplemente no hay espacio en nuestra identidad espiritual para nada que sea desemejante a Dios. Y puesto que la Verdad llena todo el espacio y es expresada por los hijos de Dios, cada uno de nosotros tiene la capacidad natural de discernir y conocer la gentil comprensión de nuestro verdadero ser, que Cristo, la Verdad, trae.
En resumen, dejé que el Amor divino lavara y limpiara mis pensamientos, y llenara mi corazón con la verdad acerca de todos nosotros. Después de un rato, aunque la reunión todavía se sentía tensa, todos nos dimos cuenta de que hablar una y otra vez acerca del tema no estaba llevando a ninguna parte. Realizamos una votación, y se pasó a asuntos menos controversiales.
Durante las reuniones de trabajo posteriores, y el resto del tiempo entre las reuniones, continué dejando que el Amor limpiara mi consciencia de cualquier pensamiento de desilusión que intentara colarse. Me di cuenta de que realmente podía dar la bienvenida a esos miembros que participaban en las conversaciones, con amor puro, absolutamente libre de mis reacciones iniciales al tono de las reuniones. Me sentí segura de que el curso de acción más sanador era continuar consecuentemente y en silencio con mis oraciones.
En los años sucesivos noté un cambio de ambiente en las reuniones de trabajo de la iglesia. Todos nosotros, sin dejar de comprometernos a defender el curso de acción que parece correcto, comenzamos a interactuar con más gracia y dulzura. Curiosamente, ¡las reuniones también se volvieron más cortas!. Los votos se hicieron unánimes con más frecuencia. Si bien las cuestiones controversiales todavía surgían de vez en cuando, se abordaban en lo que me pareció una manera más respetuosa, y las discusiones no se prolongaban como había sucedido en reuniones anteriores. Y, lo más hermoso de todo, la iglesia comenzó a atraer más visitantes y asistentes regulares, lo que llevó a más gente a unirse y participar activamente en la misión de curación de la iglesia.
Yo sé que no fui la única persona que oró durante aquellas turbulentas reuniones de la iglesia. Nuestros miembros de forma colectiva, tomaron la posición de defender la paz y la armonía, decididos a mantener nuestros corazones en “plena certidumbre de fe”, lavados nuestros pensamientos acerca del cuerpo de la iglesia. Y esto como consecuencia, nos libera para enfocarnos más en ser una presencia sanadora en nuestra comunidad.
Es importante destacar que este razonamiento espiritual y el amor semejante al Cristo, no se aplican solamente al cuerpo de la iglesia. La misma “plena certidumbre de fe” es necesaria también en nuestras oraciones por otros temas, como por ejemplo el gobierno. Para poder lavar nuestro pensamiento acerca del mundo, debemos esforzarnos por utilizar el agua pura del Cristo, la Verdad, para sacar afuera nuestro “corazón sincero”. Tenemos que hacer esto cada vez que pensamos en nuestras instituciones y los individuos alrededor nuestro.
Esto abrirá el camino para la pureza, la paz sostenible y la curación.
Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Junio de 2016.