Hace unos dos años de repente empecé a experimentar dificultad para caminar, y tenía dolor en una de mis piernas. Al principio, era muy sutil y no pensé mucho sobre el asunto. Pero a medida que los días pasaban, el dolor se intensificó y empecé a renguear y a tener dificultades para subir escaleras.
Entonces me di cuenta de que tenía que orar para obtener una mejor comprensión de mi identidad espiritual. En la Ciencia Cristiana aprendemos que la curación viene a medida que nuestro pensamiento se transforma, de manera que podamos entender mejor nuestra relación con Dios. Somos hijos de Dios, creados por Él a su imagen y semejanza espiritual. Por lo tanto, nuestra identidad no es material y no está definida por el cuerpo. En cambio, nuestra verdadera naturaleza es espiritual y perfecta. Lo que experimentamos como curación ocurre cuando los sentidos corporales ceden a este entendimiento correcto acerca de la verdadera naturaleza de nuestro ser.
Sin embargo, mi curación no se produjo inmediatamente. Así que decidí pedirle a una practicista de la Ciencia Cristiana que me ayudara a través de la oración. Juntas consideramos más profundamente la verdad de que mi identidad espiritual esta siempre intacta. Nuestras oraciones reconocieron que, en realidad, nunca había sido afectada por un problema en la materia, puesto que mi ser espiritual nunca había dejado de expresar la perfección.
Oramos juntas durante algunos meses. Durante este período, los síntomas disminuyeron significativamente; el dolor no era tan agudo y no rengueaba más. Como me sentía más segura, di las gracias a la practicista por su ayuda y le dije que podía seguir orando por mi cuenta.
Una idea que fue muy útil para mí está expresada en una declaración que hizo Mary Baker Eddy, según su alumna Victoria H. Sargent: “Dios sabe que yo vivo. No estoy en el cuerpo y el cuerpo no puede hablar conmigo” (Conocimos a Mary Baker Eddy, Edición extendida, Tomo II, pág. 35). El entendimiento de que el cuerpo no puede imponer ninguna condición o determinar nada acerca de mi bienestar y mi vida, sirvió como pilar y apoyo a mis oraciones. Constantemente afirmaba que tenemos el dominio otorgado por Dios para anular la creencia de que la materia tiene sensación y puede causar una enfermedad física. Yo tenía autoridad para revertir la concesión que sugería que una llamada condición física podría impedirme caminar con normalidad.
Revertir la imagen fue el mayor desafío, porque me sentía tentada a creer que mi capacidad para caminar estaba obstaculizada, y caminar es algo que me gusta hacer. Las preguntas como “¿Cuándo voy a caminar de nuevo normalmente y hacer lo que tanto me gusta?” frecuentemente venían a mi pensamiento. Pero cuando los pensamientos de este tipo venían a la mente, encontraba apoyo en las ideas de este pasaje de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy: “La mente es la fuente de todo movimiento, y no hay inercia que retarde o detenga su acción perpetua y armoniosa” (pág. 283).
Busqué la definición de inercia en el diccionario, y uno de los sinónimos que me llamó la atención fue estancamiento. Reconocí que mi progreso espiritual es continuo y constante, que nunca puede estancarse o paralizarse.
Continué involucrándome en el estudio de la Ciencia Cristiana y buscando entender mejor mi verdadero ser y naturaleza espiritual. Me esforcé por aferrarme al hecho de que la curación física sería la consecuencia natural de mi crecimiento espiritual, junto con la paciencia y la serenidad.
Oré de esta manera por unos ocho meses, y durante este tiempo el dolor y los síntomas disminuyeron gradualmente, hasta que casi no recordaba la condición. Entonces me di cuenta de que estaba caminando normal y sin dolor. Esta curación tuvo lugar hace un año, y hoy me siento libre para caminar.
Para mí, el aspecto más importante de esta curación, fue lo que aprendí acerca de la confianza y la paciencia. Leemos en Ciencia y Salud: “La paciencia debe ‘[tener] su obra completa’” (pág. 454). Somos pacientes cuando confiamos en Dios y expresamos el sentido de quietud que trae la certeza de la presencia y el apoyo continuo de Dios.
Magda Völker, São Paulo
Original en portugués