Todo comenzó un domingo por la noche hace varios años, cuando mi hermana y yo fuimos arrestadas por dos policías encubiertos mientras acompañábamos a un primo hasta un taxi a unos 300 metros de nuestra casa familiar. Un tercer agente, que estaba en uniforme, nos obligó a ambas a ir a la estación de policía, porque no teníamos ningún tipo de identificación con nosotras.
En el camino, vimos a un muchacho del barrio y lo enviamos a avisarle a nuestros padres. Cuando nuestro hermano mayor llegó con nuestros documentos de identificación, el jefe de la policía, de todos modos, insistió en mantenernos a mi hermana y a mi hasta la mañana. Después de haber escuchado historias acerca de lo que ocurría en las celdas de las comisarías, estaba aterrada y aferrándome a mi hermano mayor. Por último, el jefe de la policía nos dejó ir por una cierta cantidad de dinero.
Después de esa experiencia, empecé a odiar a cualquier persona que llevara puesto un uniforme. Por varios años, fui arrestada por hombres uniformados en plena luz del día, incluso aunque llevara conmigo una identificación. No me había dado cuenta de que este odio me privó de todo tipo de protección.
Sin embargo, mediante el estudio de la Ciencia Cristiana, comprendí que Dios es el “Señor de los ejércitos”, como se nos dice en la Biblia (véase Salmos 46:7, por ejemplo). Y en la Oración del Señor, leemos: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10). El Señor de los ejércitos, con Su ejército celestial de ángeles, o intuiciones espirituales, gobierna y verdaderamente garantiza nuestra seguridad.
Al mismo tiempo, cada noche, hombres uniformados robaban a los ciudadanos, pero yo continué purificando mi pensamiento y sosteniendo la verdad de que Dios es el Señor de los ejércitos (la única fuerza, o poder verdadero) y que en su verdadera identidad, incluso nuestro personal militar estaba formado por ideas espirituales creadas a Su imagen y semejanza. En consecuencia, nada podía alejarlos de su verdadera bondad como expresiones de Dios y de realizar su trabajo de proteger a las personas y a las propiedades.
Una tarde, después de visitar a un amigo, tenía que encontrar un taxi para ir a casa. Mi amigo, un hombre joven, caminaba conmigo. El transporte era poco frecuente en este tramo de la carretera, y se estaba haciendo tarde. No podía caminar hasta casa, porque tenía miedo a que me robaran unos hombres uniformados que patrullaban por la noche en grupos, de ocho a doce, y tampoco podía ir a otra intersección a tomar un taxi diferente, lo que hubiera significado tomar dos taxis, porque no tenía suficiente dinero. Estaba desesperada, porque no había taxis yendo hacia mi barrio, y no podía pasar la noche en la casa de mi amigo.
Así estaban las cosas, cuando un jeep que llevaba militares se detuvo justo en frente de nosotros. Nos preguntaron adónde íbamos y dijeron que había espacio suficiente para mí en su vehículo. Varios pensamientos vinieron a mi mente: “¿En realidad voy a poder llegar a casa de esta manera?” “¿Van a hacerme daño estos hombres?” En ese momento, sentí la necesidad de orar. De todo corazón afirmé que éramos todos hijos de Dios creados a su imagen y semejanza. Sentí intuitivamente que iba a estar bien. Con esta seguridad que viene del Señor de los ejércitos, subí al jeep. Y mi amigo caminó de regreso a su casa.
En una curva del camino, nos encontramos con los hombres uniformados que obligaban a los vehículos a detenerse y luego robaban a los pasajeros. Después de intercambiar códigos con los militares que estaban conmigo en el coche, nos dejaron pasar.
Después de que me dejaron justo frente a mi casa, me di cuenta de que yo tenía que estar en ese vehículo, ya que en un taxi normal, probablemente no habría llegado a casa segura. Más tarde me enteré de que a causa de estos ataques, los taxis no iban más por el camino donde había estado esperando. El personal militar que me acompañó me había protegido en este caso concreto.
Desde entonces, donde los ataques solían ocurrir, se ha construido una gasolinera que ilumina toda la zona. No hay más zonas oscuras que propicien las agresiones. Y la construcción sigue adelante en la ciudad.
No he tenido problemas con los hombres en uniformes desde entonces, debido a que el odio que había estado albergando, ha desaparecido por completo gracias a mis oraciones. Y estoy muy agradecida a Dios.
Clothilde Masele Liluku, Kinshasa
Original en francés