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La autoridad del gobierno de Dios

Del número de febrero de 2018 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 7 de diciembre de 2017 como original para la Web.


En los últimos meses, he estado buscando formas de orar con eficacia por mi barrio, mi país y toda la comunidad mundial. Mi búsqueda me resulta más fácil cuando reconozco con gratitud que no estoy sola en este empeño. Las conversaciones y relatos que escucho y leo —ya sea que esté de acuerdo con ellos o no— prueban que muchos de mis conciudadanos globales están sinceramente buscando respuestas que prometan paz, armonía y prosperidad para todos los pueblos de nuestro mundo.

Armada con este propósito compartido, he pensado detenidamente para ver si hay alguna forma sanadora de responder a los agresivos informes que insisten en que los problemas gubernamentales a nivel mundial son la norma. ¿Acaso hay una respuesta para aquellos que sienten que el gobierno de su comunidad o nación los está llevando al conflicto, en lugar de a la paz, a la desconfianza en lugar de a la unidad, a la hostilidad en lugar de a la compasión?

Como estudiante de las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, basadas en la Biblia, mi punto de partida era centrar mi atención en Dios, el Amor divino, y en los hechos espirituales de Sus leyes gobernantes, así como hizo Cristo Jesús durante su ministerio.

Las respuestas con las que podía orar comenzaron a surgir cuando investigué Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, que descubrió la Ciencia del Cristo. Ella escribe: “… Jesús enseñó que el reino de Dios está intacto, es universal, y que el hombre es puro y santo” (pág. 477).

En el Glosario de este libro, reino de los cielos está definido en parte como “el reino de la armonía en la Ciencia divina” (pág. 590). Dios es infinito; por lo tanto, Su reino es infinito, está gobernado por Él únicamente, el Principio divino. Estos hechos espirituales indican claramente que en realidad hay un solo reino en el cual el hombre, el reflejo de Dios, es puro y armonioso, libre para ejercer su libertad y dominio divinamente autorizados.

A veces, cuando una persona está progresando espiritualmente, un comentario abrumadoramente negativo puede que parezca eclipsar la superioridad del reino de la armonía de Dios y tentarla a reaccionar con desaliento, temor y crítica.

Estas reacciones no son diferentes a lo que el rey Ezequías y el pueblo de Israel pueden haber sentido hace mucho tiempo. El rey de Asiria había enviado su emisario para advertirles que venían a destruirlos. El portavoz le dijo a Ezequías que ellos no tenían otra opción más que someterse a la tiranía y opresión de los asirios; que el Dios de Israel no podía liberarlos (véase 2 Reyes, capítulos 18 y 19).

Dios, el poder único, defiende a Su pueblo por amor de Su nombre.

Aunque fue tentado a temer estas agresivas amenazas, el amor y la confianza que el rey Ezequías tenía en Dios lo impulsó a recurrir a Dios, el Amor divino, en busca de ayuda. El profeta Isaías inmediatamente le aseguró a Ezequías que Dios defendería a Su pueblo: “Así dice Jehová acerca del rey de Asiria: No entrará en esta ciudad, ni echará saeta en ella; ni vendrá delante de ella con escudo, ni levantará contra ella baluarte. Por el mismo camino que vino, volverá, y no entrará en esta ciudad, dice Jehová. Porque yo ampararé esta ciudad para salvarla, por amor a mí mismo, y por amor a David mi siervo” (2 Reyes 19:32–34). El ejército atacante sufrió una resonante derrota (véanse versículos 35 y 36).

Las lecciones de esta historia enseñan que el enemigo de Dios, el bien, no tiene autoridad ni inteligencia para manipular la consciencia o lanzar ataques, sino que es más bien vulnerable a ser destruido. Puesto que Dios, el bien infinito, no creó el mal, este no tiene comienzo y debe volverse nada. Dios, el poder único, defiende a Su pueblo por amor de Su nombre y por la casa de David.

Si nos enfrentamos con evidencias que sugieren que hay un poder más grande que Dios —evidencias que cuestionan la presencia de la armonía de Su gobierno— nosotros, como Ezequías, solo tenemos que recurrir a Dios para ser testigos de Su amor omnipresente y segura defensa de Su amada creación espiritual: el hombre y el universo.

El Apóstol Pablo establece con firmeza que nada puede separarnos del poder del Amor divino: “Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38, 39).

Pablo probaba esto constantemente cuando viajaba por las regiones hostiles a su prédica. Como Cristo Jesús, él comprendía que como nunca estaba separado del amor de Dios, podía transmitir con seguridad las buenas nuevas del mensaje del Cristo, el mensaje de que el reino infinito de Dios está por siempre presente, liberando de toda opresión, persecución, tiranía, pecado, enfermedad y muerte. Y al comprender que era inseparable del Amor divino, Pablo se sentía libre de amar a todos, incluso a aquellos que se oponían a él y al Cristo, la Verdad.

Ciencia y Salud explica el amor espiritual universal —que ve a todos como Dios los creó— al señalar: “Jesús contemplaba en la Ciencia al hombre perfecto, que a él se le hacía aparente donde el hombre mortal y pecador se hace aparente a los mortales. En este hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esta perspectiva correcta del hombre sanaba a los enfermos” (págs. 476–477). Esta expresión absoluta de amor es nuestro modelo para seguir a Cristo Jesús, porque indica claramente que el reino de la armonía de Dios es un hecho presente, y porque trae paz y curación al mundo.

Pero ¿podemos realmente amar a todos? ¿Todo el tiempo? ¿Aun cuando una nación o algunos de sus ciudadanos parezcan expresar cualidades que se oponen a su naturaleza a semejanza de Dios? ¡Sí, especialmente en este caso!

Somos capaces de seguir este ejemplo del Cristo. Cuando comprendemos, en la Ciencia Cristiana, nuestra naturaleza espiritual como reflejos de Dios, podemos ver la verdad acerca de nuestra identidad y amarnos a nosotros mismos. Entonces naturalmente contemplaremos la identidad espiritual de nuestros semejantes y amaremos a nuestro prójimo. Al ver a todos a través de la lente del Amor divino, veremos que nosotros mismos y nuestro prójimo somos ciudadanos del reino de Dios. Vemos a todos los hombres y las mujeres puros y armoniosos, expresando integridad, honestidad, compasión, civilidad, valor moral, el deseo de que haya paz entre todas las naciones, amor a Dios y al hombre.

¿Es acaso posible resistir los informes materiales que nos tientan a sentirnos desalentados o temerosos, a dudar de la presencia del reino de Dios, o a ceder a la mentira agresiva de que el mal es más poderoso que Dios, el bien? Ezequías resistió esa tentación. Su amor por Dios superó el temor mesmérico del rey de Asiria y eliminó toda duda de que el poder de Dios reinaba en medio de ellos.

Pablo, al estar consciente de que el mal pretende ser más poderoso que Dios, nos aconseja mantenernos firmes en el Señor, en el poder de Sus infinitos recursos. Nos dice que debemos ponernos toda la armadura de Dios para resistir los métodos del mal (a menudo personificado como el diablo) que trata de distraernos para que no mantengamos el ejemplo del Cristo ni veamos la verdad acerca de Dios y el hombre a Su semejanza (véase Efesios 6:10, 11).

La palabra diablo es una traducción del término griego que significa “acusador falso”. La Sra. Eddy define diablo en parte como “lo opuesto de la Verdad” (Ciencia y Salud, pág. 584). De modo que no nos estamos defendiendo contra un enemigo físico, sino más bien contra las acusaciones mentales falsas que pretenden que el hombre es un mero mortal, y es incapaz de percibir el reino de Dios universal e intacto, donde el hombre es puro y armonioso.

Revestidos con la armadura de la comprensión espiritual, tenemos el poder para mantenernos firmes con el modelo del Cristo; en las palabras de Pablo, para tomar “toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes” (Efesios 6:13). La Verdad es nuestro cinturón. La integridad es nuestra coraza. Las buenas nuevas de la paz, nuestros zapatos. La fe nuestro escudo, que apaga los dardos de fuego. La salvación es nuestro yelmo, y el Espíritu, la Palabra de Dios, es nuestra espada (véase Efesios 6:13–17).

Por más que el argumento de la mente mortal parezca insistir a gritos en que el despotismo de los gobiernos crueles, corruptos u opresivos son una innegable realidad, nosotros podemos mantenernos firmes en la verdad de que nosotros y toda la humanidad estamos abrazados en la infinita realidad universal del reino de los cielos de Dios, Su armonía, ahora mismo.

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