Yo estaba, como siempre, al borde del camino,
cargando con la capa del que creí que era mi destino.
De pronto, oí que Cristo se acercaba.
Todo mi ser se estremeció de gozo
al percibir, entre las sombras, la luz de su presencia redentora.
Fue entonces que grité.
¿No hubieras hecho tú lo mismo?
Atravesó mi grito el fragor de otras voces
hasta llegar a él.
Se detuvo un instante, y me llamó.
Cuando escuché su voz, los años de indigencia,
de ceguera, de dependencia, huyeron,
como huyen ante la luz las sombras.
Arrojando mi capa,
me abrí paso hasta él.
¿No hubieras hecho tú lo mismo?
Al verlo, percibí por vez primera
la luz de su mirada iluminar la mía.
Lo vi porque me vio
tal como soy, libre, perfecto, eterno,
jamás nacido en la materia
ni sometido a ella.
Desde entonces, lo sigo.
¿No harías tú lo mismo?
Avanzo junto a él, y ahora,
¡el Cristo va alumbrando mi camino!
—Mari G. de Milone
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