Había estado esperando mi día franco para finalmente realizar una serie de diligencias importantes. Pero temprano por la mañana, cuando subía las escaleras, sentí repentinamente un dolor agudo en el abdomen que parecía como si fuera a pasar rápido, pero no lo hizo. De hecho, el dolor aumentó considerablemente. Un cuadro aterrador me vino a la mente, debido a un hecho similar que un colega me había contado.
Comencé a orar en silencio, declarando la totalidad de Dios. Pero me di cuenta de que en lugar de tener una sensación de calma, mis pensamientos se apresuraban a encontrar la causa del dolor. Pensé que quizá había sido algo que comí, o que mi cinturón estaba demasiado apretado. También comencé a preguntarme si de alguna manera había albergado temores por una charla que debía dar en dos días ante un público numeroso.
Rápidamente, “la declaración científica de ser” de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras me vino al pensamiento. Dice: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, pues Dios es Todo-en-todo. El Espíritu es la Verdad inmortal; la materia es el error mortal. El Espíritu es lo real y eterno; la materia es lo irreal y temporal. El Espíritu es Dios, y el hombre es Su imagen y semejanza. Por lo tanto, el hombre no es material; él es espiritual” (Mary Baker Eddy, pág. 468).
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!