Había estado esperando mi día franco para finalmente realizar una serie de diligencias importantes. Pero temprano por la mañana, cuando subía las escaleras, sentí repentinamente un dolor agudo en el abdomen que parecía como si fuera a pasar rápido, pero no lo hizo. De hecho, el dolor aumentó considerablemente. Un cuadro aterrador me vino a la mente, debido a un hecho similar que un colega me había contado.
Comencé a orar en silencio, declarando la totalidad de Dios. Pero me di cuenta de que en lugar de tener una sensación de calma, mis pensamientos se apresuraban a encontrar la causa del dolor. Pensé que quizá había sido algo que comí, o que mi cinturón estaba demasiado apretado. También comencé a preguntarme si de alguna manera había albergado temores por una charla que debía dar en dos días ante un público numeroso.
Rápidamente, “la declaración científica de ser” de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras me vino al pensamiento. Dice: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, pues Dios es Todo-en-todo. El Espíritu es la Verdad inmortal; la materia es el error mortal. El Espíritu es lo real y eterno; la materia es lo irreal y temporal. El Espíritu es Dios, y el hombre es Su imagen y semejanza. Por lo tanto, el hombre no es material; él es espiritual” (Mary Baker Eddy, pág. 468).
Repasé la declaración entera varias veces, haciendo una pausa para considerar estas ideas y cómo se aplicaban a mí. Razoné que, puesto que no hay vida o inteligencia en la materia, no puede haber causa en la materia, así como tampoco puede un síntoma de enfermedad revelar lo que es verdad acerca de mí, el hijo de Dios.
Por más que yo creía esto, más tarde esa mañana, cuando los síntomas continuaban sin cesar, empecé a entrar en pánico y busqué la ayuda de un practicista de la Ciencia Cristiana. Su respuesta inmediata a mi solicitud de tratamiento espiritual y su tranquila y calma afirmación de que Dios cuidaba de mí, me dio confianza de que sanaría.
Sin vacilar un momento, me recordó que el movimiento irreprensible, inteligente, saludable de la Mente divina (Dios), gobierna mi ser. Además, me dijo que mi buena salud es permanente, refleja el “bienestar” del Espíritu, y no puede ser retardada, obstruida o paralizada; que nuestra vida es el reflejo dinámico, eterno, indoloro, armonioso e inmortal del Espíritu divino. Reconfortado con estas ideas, pude acostarme.
Luego escuché una Lección Bíblica de la Ciencia Cristiana que me había parecido particularmente inspiradora sobre el tema “Dios, causa y creador único”. Empecé a comprender mejor que el Espíritu divino controla el cuerpo armoniosamente y que, por ser el reflejo del Espíritu, no hay nada en mí que pueda producir ninguna sensación de dolor.
Después de escuchar cuidadosamente esa Lección durante media hora y reflexionar sobre su mensaje, me di cuenta de que el dolor había desaparecido por completo. Me levanté con gozo, tranquilidad y dominio, y seguí adelante con mi día, terminando con facilidad todas las diligencias que había planeado.
Ha pasado más de un año desde este episodio, y puedo decir que no ha vuelto a ocurrir.
Dan Wood
Sherman Oaks, California, EE.UU.
