¿A quién recibo en mi hogar? Últimamente, he estado pensando mucho en esta pregunta. Pero no en términos de quién viene a mi casa. Más bien estoy cuestionando el tipo de pensamiento que recibe una cálida bienvenida en mi consciencia. Metafóricamente hablando, ¿para qué tipo de pensamiento pongo la mesa, enciendo las velas y preparo la comida?
Todo empezó mientras leía la epístola de Pablo a los filipenses, instándolos a llenar sus mentes con cosas virtuosas y que merezcan ser elogiadas: cosas que sean verdaderas, honestas, justas, puras, amables y dignas de alabanza (véase Filipenses 4:8). Al revisar de inmediato mi mente, me di cuenta de que tenía algunos huéspedes indeseables alrededor de mi mesa mental. Pero ¿qué podía hacer al respecto?
Días después, leí el párrafo en la página 234 de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, que tiene el título marginal: “Hospitalidad para la salud y el bien”, y comienza con esta declaración: “Debiéramos familiarizarnos más con el bien que con el mal, y guardarnos de las creencias falsas con tanta vigilancia como aseguramos nuestras puertas contra la intrusión de ladrones y asesinos”. Al leerlo por primera vez, esta indicación solo parecía ser un buen consejo preventivo. No me decía cómo manejar a los intrusos que parecían haber atravesado el umbral, ¡y se habían sentado confortablemente! Sin embargo, con toda lealtad me esforcé por familiarizarme más con esas cosas espirituales y buenas que Pablo recomendó a los Filipenses.
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