Una cita muy querida de los escritos de Mary Baker Eddy está con frecuencia en mi pensamiento mientras realizo mis actividades diarias. La Sra. Eddy escribe en La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, “Yo soy capaz de impartir verdad, salud y felicidad, y ésta es mi roca de salvación y la razón de mi existencia” (pág. 165).
A veces, no estoy muy segura de cómo transmitir la verdad, la salud y la felicidad, pero estoy aprendiendo que, si las buscamos, las oportunidades pueden a menudo encontrarse en el contacto diario y simple con las personas.
Durante muchos meses he estado buscando activamente estas oportunidades para extender mi amistad a aquellos con los que entro en contacto, ya sea la cajera del supermercado, el joven de la tienda de mascotas donde compro alpiste o la mujer que vende verduras en el mercado local.
Me estoy dando cuenta de que es muy natural expresar amor porque somos el reflejo espiritual de Dios, del Amor mismo.
En Escritos Misceláneos 1883–1896, la Sra. Eddy aporta claridad sobre el tema: “El amor no puede ser una mera abstracción, o bondad sin actividad y poder. Como cualidad humana, el glorioso significado del afecto es más que palabras; es la tierna y desinteresada acción hecha en secreto, la silenciosa e incesante oración; el corazón rebosante, que se olvida de sí mismo; la figura velada que sale a hurtadillas por una puerta lateral para hacer alguna obra piadosa; los ágiles piececitos corriendo por la acera; la mano gentil que abre la puerta para visitar al necesitado y al angustiado, al enfermo y al afligido, iluminando así los lugares obscuros de la tierra” (pág. 250).
Jesús nos dio la siguiente instrucción: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15).
Hace poco tuve la oportunidad de expresar el amor semejante al Cristo al pensar en una vecina. Cuando supe que esta vecina había contraído una enfermedad que amenazaba su vida, me propuse que cada vez que pensara en ella, reconocería el hecho de su perfección presente como hija de Dios, que no puede ser tocada por la enfermedad y el sufrimiento. Mi esposo y yo le enviamos una tarjeta y algunas flores, y hablábamos con su esposo de vez en cuando, en cada ocasión reconociendo mentalmente la libertad de esta mujer como amada hija de Dios.
Entonces, cuando estaba de compras una mañana, me topé con esta apreciada mujer en el centro de nuestro pueblo. Le di un abrazo y le pregunté cómo estaba. Respondió que estaba progresando bastante, y nos agradeció por nuestro amoroso apoyo durante todos esos meses. Unos días más tarde, nos encontramos de nuevo, y tuvimos una conversación cálida y animada. Estos encuentros espontáneos comenzaron a suceder con tanta regularidad que ambas nos echábamos a reír cada vez que volvíamos a vernos. Sabía en mi corazón que estos encuentros no eran meras coincidencias: el Amor divino nos estaba reuniendo como amigas para que se manifestara la curación y ambas fuéramos bendecidas.
Con cada subsecuente conversación, nos fuimos acercando más y pude compartir conceptos espirituales e ideas que sentí que ella podría estar lista para escuchar. En una ocasión, exclamó: “Estamos muy agradecidos por ti y tu esposo, por todo el amor que expresan. ¡Gracias por ser vecinos tan afectuosos y solidarios!”. Sus médicos le dijeron que la enfermedad ahora está en remisión.
Como yo lo veo, una forma específica de obedecer las instrucciones de Jesús es ir a nuestras respectivas comunidades, acercándonos con afecto fraternal a aquellos que encontramos en nuestros recorridos diarios. Esto ciertamente le da a uno una “razón” para existir y es esencial para el crecimiento espiritual en la Ciencia Cristiana.
Cathrine Hogg
