Hace algunos años, al escuchar una charla inspiradora, quedé maravillada con un relato que el conferenciante compartió, sobre su completa recuperación después de un serio accidente automovilístico, apoyándose exclusivamente en la oración. El relato aparentemente milagroso me recordó las curaciones de Cristo Jesús en la Biblia, que había aprendido de niña en la Escuela Dominical protestante, pero en las que francamente, no había pensado desde entonces.
Quería saber más acerca de cómo esta curación había sido posible. El conferenciante era Científico Cristiano, así que comencé a asistir a las reuniones de testimonios de los miércoles en la Sociedad de la Ciencia Cristiana local. Allí escuché a los miembros compartir con alegría cómo habían sido sanados de una serie de dificultades confiando únicamente en las leyes espirituales de Dios.
Inspirada por esto, comencé a estudiar la Ciencia Cristiana. Poco a poco aprendí que la curación espiritual era el resultado natural de comprender que Dios, el Espíritu, es la fuente misma de nuestra existencia y que cada uno de nosotros, al ser hijos espirituales de Dios, reflejamos y expresamos la bondad infinita que constituye el ser de Dios.
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