Una vez estaba afuera jugando con los caballos de mis abuelos. Estaba persiguiendo a Tryfan, el pony galés, y jugábamos juntos. Pero entonces él saltó sobre un tronco grande que había en el suelo. Yo también traté de saltarlo en parte, pero no lo logré.
Caí al suelo y di de lleno sobre mi brazo. Me quedé en el suelo hasta que mi mamá, mi papá y Mía (como llamamos a mi abuela) me ayudaron a levantarme, porque no podía usar el brazo derecho.
Inmediatamente, mis padres y Mía me recordaron quién me hizo, ¡Dios! Y todos empezamos a orar.
Entonces se me ocurrieron un par de buenos pensamientos que vinieron de Dios. Uno era que el caballo no tuvo la intención de lastimarme al saltar sobre el tronco; solo jugábamos, y nos queremos el uno al otro. Otro fue: “Dios no hizo que me lastimara”. Dios me ama y siempre me cuida. No hay lugar para una lesión en el amor de Dios.
Mis padres me ayudaron a que me sintiera confortable y oraron conmigo cada día, y también le pedimos a un practicista de la Ciencia Cristiana que orara por mí. El brazo no me dolió para nada después del primer día. Y cada día después de eso pude moverlo un poquito más, pero aún no lograba levantarlo.
Seguí pensando en que Dios nunca me dejaría caer y nunca había permitido que yo tropezara o me lastimara. Dios no permitiría que eso sucediera porque Él me hizo espiritual, lo que significa que siempre estoy a salvo, y no puedo caerme de Sus brazos. No fui a la escuela y me quedé en casa durante una semana mientras orábamos.
Después de eso, me levanté de un salto y me fui a la escuela. Y para el final de mi primera semana de regreso en la escuela, pude levantar todo el brazo hasta arriba e incluso escribir otra vez normalmente. Mi brazo había sanado por completo.
¡Todavía me gusta jugar con Tryfan!