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Original Web

El regocijo espiritual sana los tumores

Del número de octubre de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 5 de julio de 2021 como original para la Web.


Durante muchos años viví con un tumor en la espalda que, aunque no me incomodaba, me causaba vergüenza cuando vestía ropa de verano. Oré, pero admito que no fui muy diligente en mis intentos de sanarlo. Entonces, hace dos años, me apareció otro tumor en el pecho. Como creció rápidamente y era muy doloroso, no podía ignorarlo, y sabía que necesitaba afrontarlo de inmediato.  

Mi madre era Científica Cristiana y se apoyaba completamente en la oración para sanar. Cuando llegué a la edad adulta, elegí el mismo método de curación espiritual, ya que encontré que era eficaz y no invasivo, y tenía como efectos secundarios positivos el crecimiento espiritual.

Con gran expectativa, comencé a orar por mí misma diariamente y le pedí a una practicista de la Ciencia Cristiana que me ayudara. Pero, al ver que pasaban los meses y la condición empeoraba, me desanimé.  

Fue entonces que fui a ver a una enfermera de la Ciencia Cristiana para que me ayudara a vendar el área. Fue muy reconfortante tener su ayuda profesional y muy práctica, así como su apoyo a mi enfoque espiritual para sanar. Al ver mi preocupación por la condición, me aseguró: “No es nada”. Yo sabía que ella no estaba sugiriendo que ignorara el problema, sino que no prestara atención a la desagradable imagen material de mí misma y reconociera, en cambio, mi verdadera individualidad como la imagen y semejanza espirituales de Dios.  

La Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, comprendió la contradicción entre la perfección espiritual del hombre (cada uno de nosotros) y las persistentes sugestiones de los sentidos materiales. Ella acuñó el término mente mortal para describir la falsificación de la verdadera consciencia espiritual, y además explicó que era la “nada que pretende ser algo…” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 591).

Decidí que, si bien la imagen material era desagradable, podía comprender la nada del problema, como lo había hecho la enfermera de la Ciencia Cristiana.

Durante los siguientes dos meses, seguí recibiendo tratamiento de la Ciencia Cristiana y estaba agradecida por el apoyo que obtenía mediante la oración. A veces, me sentía guiada a cambiar de practicista.  

Al esforzarme por sentir la totalidad de Dios y saber que la agresiva condición era nada, identifiqué cosas en mi pensamiento de las que necesitaba desprenderme. Examiné las creencias acerca de la herencia en comparación con la comprensión de que mi verdadero Progenitor, el bien infinito, nunca pasaría tal aflicción a Sus hijos. Noté que tenía la tendencia a irritarme al escuchar los debates políticos, y a sentir desconfianza hacia cualquiera que expresara opiniones opuestas a las mías. Reconocí que reaccionar de esta manera era como rascarse una picazón, lo que a menudo causa más inflamación, no menos. Así que comencé a proteger mi pensamiento de las tendencias instintivas. Realmente me volví más tranquila y estuve más alerta a los pensamientos que necesitan corrección.

Sin embargo, no había evidencia física de una mejoría. Me vino la sugestión de que debía hacerme un diagnóstico médico para saber con qué estaba lidiando. Aunque sabía que tenía la libertad de hacer eso si me parecía lo mejor, me di cuenta de que un diagnóstico sólo desviaría mi pensamiento hacia una causa material en vez de permitirme mantenerme enfocada en ver a Dios, el bien, como la única causa, y comprender la verdad espiritual de la perfección presente. En consecuencia, todo pensamiento de un control médico cesó.

Este pasaje de Ciencia y Salud me venía al pensamiento con insistencia: “El poder de la Ciencia Cristiana y del Amor divino es omnipotente. Es de veras adecuado para liberar de la sujeción de la enfermedad, del pecado y de la muerte y destruirlos” (pág. 412).

Me di cuenta de que no podía haber ningún grupo errante de células que pudieran prenderse de mí o crecer descontroladamente bajo mi piel. Sostuve que mi Padre-Madre Dios es responsable de mi desarrollo, que es por lo tanto espiritual, totalmente íntegro e indoloro.

Sin embargo, me sentía bastante sola; cambiaba la venda a menudo y escondía el problema bajo capas adicionales de ropa cuando visitaba a amigos que consideraban terapéutico discutir libremente sus problemas. Cuando la practicista percibió esto, insistió: “¡Alégrate! Di: ‘¡Gracias, Padre, porque nada sino lo bueno está ocurriendo en mí!’”  

Ella sugirió que cada vez que tuviera que limpiar o vendar el área, recordara cómo atendía a mis hijos cuando eran pequeños. Durante ese tiempo, cambié muchos “vendajes” o pañales sucios, pero nunca lamenté tener que hacer eso ni mantener esas imágenes en el pensamiento o compartir la descripción con los demás. En cambio, tiraba a la basura los pañales y me olvidaba de ellos, con la certeza de que algún día el detalle de los pañales terminaría.

Esto realmente fue una llamada de atención. Razoné que compartir los detalles de mi “ropa sucia” sería una invitación a otros a participar en esta pesadilla ilusoria conmigo, lo cual solo aumentaría la dificultad para ver lo que realmente estaba sucediendo: la integridad ininterrumpida. 

Ese fue el momento decisivo para mí. Tomé la determinación de continuar regocijándome, sabiendo que no había ninguna historia real de aflicción que contar.

En un par de días el dolor cesó, y poco después el tumor de mi pecho se redujo considerablemente de tamaño y ya no requería ni siquiera un pequeño vendaje. Una vez, cuando con toda felicidad noté que hacía semanas que no sentía dolor, un dolor punzante como un destello pareció atravesar la piel donde el tumor me había estado molestando. Era tan obviamente la “nada que pretende ser algo” que grité en voz alta, “¡Ni lo intentes!”   

La sugestión de dolor desapareció y jamás regresó, y el área volvió a su tamaño y aspecto normales, sin rastro de deformidad.

Aunque estaba muy contenta, recordé el tumor que hacía tanto tiempo tenía en la espalda. Decidí no descuidar más el problema. Sabía que a pesar de que era evidente desde hacía mucho tiempo, comprender su nada podía eliminarlo. Esto no era ejercer el dominio de la mente sobre la materia o la voluntad humana, sino acordarme de declarar: “¡Gracias, Padre, porque nada sino lo bueno está ocurriendo en mí!”

Cada vez que tenía la tentación de mirar la condición, recordaba la pregunta de la Sra. Eddy en Ciencia y Salud, “. . . ¿por qué quedarnos horrorizados ante la nada?” (pág. 563). Como no había nada que vigilar, ni siquiera echaba un vistazo al espejo.

Un par de meses después, estaba seleccionando un vestido para una boda al aire libre en pleno verano, y decidí que sería prudente ver cuánto del tumor era visible a través del vestido. Al colocar el espejo para ver mi espalda, descubrí que el tumor había desaparecido por completo. No existía ningún vestigio del problema que había permanecido por años.

Esta experiencia me reveló el significado de las palabras de Pablo en el pasaje de las Escrituras acerca de alegrarse de las dolencias (véase 2 Corintios 12:10). No nos regocijamos por el sufrimiento, sino por la elevación espiritual que acompaña estos desafíos a medida que encontramos una idea más elevada de Dios, de Su protección inquebrantable, y de nosotros mismos al reflejar la belleza y el dominio de la presencia divina.

Helen Stevermer
Leawood, Kansas, EE.UU.

Fui testigo de la evolución de esta curación, en la que mi madre confió por completo en la oración y no recibió ningún tratamiento médico. Yo estaba muy feliz de verla libre de ese problema. Cuando me fui de la ciudad por dos semanas, ella tenía esa marca grande en la espalda, y jamás la había visto sin ella; y cuando regresé, ¡había desaparecido! Estoy muy agradecida por el impacto sanador que la Ciencia Cristiana ha tenido tanto en la vida de mi madre como en la mía.

Julia Stevermeridad desde entonces.

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