Vivimos en una época fértil para las definiciones, ya que nos vemos obligados a repensar cuestiones importantes, incluso universales, a escala mundial. Se plantea la pregunta: “¿Cuál es la verdad?”, debido a la proliferación de desinformación, maniobras políticas e incertidumbre sobre en quién y en qué se puede confiar. Las preocupaciones actuales relacionadas con el COVID-19 y sus variantes generan el interrogante: “¿Qué es lo que, en última instancia, produce y mantiene la salud?” Y para muchos, la pandemia ha cambiado notablemente la forma en que vivimos, trabajamos, vamos a la escuela, viajamos y mantenemos las conexiones sociales. También ha puesto de relieve las desigualdades. Por lo tanto, también podemos preguntarnos: “¿Qué es lo que realmente importa en la vida?”. Hay un anhelo cada vez mayor por algo más elevado y más seguro de lo que puede lograrse mediante un reordenamiento de las políticas humanas y las creencias materiales, biológicas y psicológicas.
Buscar respuestas desde una perspectiva diferente ha motivado a una gran cantidad de personas a explorar los preceptos espirituales y cómo pueden conducir a soluciones transformadoras. Y muchas de ellas han descubierto que el punto de partida para encontrar soluciones es nuestro concepto y comprensión de Dios. ¿Es nuestro concepto acerca de Dios que no existe tal poder superior o que Él es un súper humano misterioso que periódicamente distribuye favores? ¿O Lo percibimos como el único creador de todo, quien es la Vida, la Verdad y el Amor infinitos como se explica en la Ciencia Cristiana?
Mary Baker Eddy, una profunda pensadora espiritual y reformadora, y la Descubridora de la Ciencia Cristiana, comprendió que nuestras ideas sobre la divinidad moldean nuestra vida. Ella escribió: “Una concepción mortal, corpórea o finita de Dios no puede abarcar las glorias de la Vida y del Amor ilimitados e incorpóreos. De ahí el insatisfecho anhelo humano por algo mejor, más elevado, más sagrado, de lo que proporciona una creencia material en un Dios y un hombre físicos” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 258). Así como una visión finita de Dios puede llevar a la aceptación de circunstancias limitadas y al anhelo de algo más, una percepción espiritual de Dios como el bien infinito abre nuestros ojos a posibilidades ilimitadas y genuinamente buenas. En la medida en que aceptamos la omnipotencia de Dios como la fuente de todo lo bueno y perdurable, tomamos consciencia del bien en nuestras vidas y en el mundo que nos rodea. Es esta comprensión del Dios viviente, y de nuestra relación con la Deidad como hijos de Dios, hechos a Su imagen y semejanza, lo que trae soluciones sanadoras.
Las opiniones mejoradas acerca de Dios impulsan un cambio en el pensamiento, lo que resulta en una transformación espiritual, la cual despierta en nosotros lo que es de Dios.
Cristo Jesús pudo sanar y redimir a una escala sin precedentes. Él comprendía nuestra relación inseparable con Dios, y que Dios “es el Amor divino, universal, eterno, que no cambia, y que no causa el mal, la enfermedad ni la muerte” (Ciencia y Salud, pág. 140). Jesús sanaba al elevar el pensamiento de los demás para que vieran y experimentaran una perspectiva más amplia de Dios como el Amor eterno y divino, y del hombre (término genérico que incluye la verdadera identidad de cada individuo) como espiritual. Este enfoque elevado acerca de Dios y el hombre sanó en el tiempo de Jesús y sana ahora. Incluso una vislumbre de esta identidad espiritual puede avivar la esperanza y traer curación, a pesar de lo que pueda parecer la condición humana.
Nuestro pensamiento gobierna nuestra experiencia, la cual es influida de la mejor manera por nuestros ideales más elevados, derivados de Dios. A medida que comprendemos más sobre la bondad de Dios en nuestras vidas, nuestros ideales se vuelven más espirituales, más sabios, más justos y nobles. Esto mejora el carácter y la salud tanto de las personas como de las instituciones. Las perspectivas mejoradas acerca de Dios —desde las cambiantes, antropomórficas y distantes, o incluso inexistentes, hasta las universales, constantemente buenas, integrales y omnipresentes— son revolucionarias. Impulsan un cambio en el pensamiento, lo que resulta en una transformación espiritual que despierta en nosotros lo que es de Dios. Esa comprensión mejorada de Dios erradica la normalización de la enfermedad y de todo lo que es malo, material y destructivo.
En el torbellino que está trastocando gran parte de lo que nos es familiar hay una oportunidad convincente de elevar un nuevo modelo de humanidad, el que nos redefine no como materiales o vulnerables, sino como espirituales, intrépidos y arraigados en la sólida realidad de la permanencia de Dios, el bien. Abrazar nuestra relación con lo Divino hace que sigamos descubriendo más profundamente lo que significa ser espiritual, y no hay forma de volver a lo que hemos superado.
En un momento propicio para el crecimiento y las posibilidades espirituales, nuestra salud, identidad, estabilidad y valores pueden arraigarse cada vez más en una visión mejorada y más amplia acerca de Dios. Abrirse a esta perspectiva puede producir una redefinición revolucionaria de nuestra vida individual, así como de la sociedad en general. Puede hacer que todas las cosas sean nuevas.
Kim Crooks Korinek,
Redactora de Editorial Invitada