Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer
Original Web

Las promesas de Dios y la certeza de la curación

Del número de noviembre de 2022 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 27 de junio de 2022 como original para la Web.


La narrativa histórica de las Escrituras se entreteje con las promesas de Dios de esperanza, bienestar, seguridad y liberación. Se les prometió a Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, Nehemías, Noé y los reyes Josafat, Ezequías, David y Salomón —por nombrar a unos pocos— que sus buenos propósitos serían recompensados, que se ganarían batallas, que los individuos serían sanados y protegidos, que a las familias se les daría todo lo necesario, se resolvería la tenencia de tierras y se establecerían gobiernos sabios.

El punto de profunda importancia para nosotros hoy es que todas estas promesas se cumplieron. En todos los casos, hubo un seguimiento completo por parte de un Dios amoroso que fue, y sigue siendo, siempre fiel a Su Palabra. Aunque cada promesa cumplida entrañaba que los individuos respondieran a la inspiración espiritual y fueran obedientes a la guía divina, en última instancia, un poder mucho mayor que esos bíblicos notables estaba en acción. Fue Dios mismo, trayendo Su amorosa voluntad a favor de la humanidad, y revelando que la herencia del hombre es estar espiritualmente libre de las restricciones de la creencia mortal.  

Nuestro conocimiento y gratitud por las numerosas instancias bíblicas en que las promesas de Dios fueron cumplidas, inspiran la confianza en que la curación ciertamente vendrá en nuestras propias vidas. Quizá es por eso que Mary Baker Eddy, en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, señala la necesidad de estar más conscientes de las promesas de Dios, particularmente en lo que se refiere a la curación de las dolencias físicas. Ella escribe: “Si somos cristianos en todas las cuestiones morales, pero estamos a oscuras en cuanto a la exención física que el cristianismo incluye, entonces debemos tener más fe en Dios acerca de este tema y estar más atentos a Sus promesas” (pág. 373).

Podríamos preguntarnos qué significaría, en términos prácticos, estar más conscientes de las promesas de Dios, especialmente en lo que respecta a la curación de la enfermedad. Una forma en que podemos hacer esto es ir directamente a la Biblia y leer esas maravillosas promesas en contexto, observando cómo se cumplieron en las numerosas y conmovedoras narrativas. En el proceso, es probable que descubramos que muchas de estas promesas son atemporales, es decir, hablan maravillosamente de nuestra propia experiencia y de cualquier desafío que enfrentemos actualmente. De hecho, pueden ser particularmente fortalecedoras y alentadoras en tiempos difíciles, recordándonos la absoluta confiabilidad del cuidado de Dios.   

Entre las numerosas promesas bíblicas que son especialmente queridas para mí, y que me han venido al pensamiento al orar y han sido claros presagios de curación, se encuentra: “Me buscaréis y me encontraréis, cuando me busquéis de todo corazón” (Jeremías 29:13 LBLA,). También esta, directamente relacionada con la curación: “‘Yo te devolveré la salud, y te sanaré de tus heridas’ —declara el Señor” (Jeremías 30:17, LBLA). Y esta poderosa certeza: “Traed todo el diezmo al alfolí, para que haya alimento en mi casa; y ponedme ahora a prueba en esto —dice el Señor de los ejércitos— si no os abriré las ventanas del cielo, y derramaré para vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías 3:10, LBLA). Finalmente, estas palabras, muy conocidas para muchos: “Y antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído” (Isaías 65:24).

Estos pasajes me han recordado muchas veces la promesa de la curación espiritual. Al leerlos, he podido discernir, en mayor medida que antes, que Dios lleva a buen término todas las ideas correctas, incluida la idea correcta misma de la curación, ya sea que haya estado orando por la curación de un desafío físico, buscando orientación para tomar decisiones importantes o esforzándome por progresar para superar alguna tendencia indeseable.

La razón por la que los profetas y otros podían confiar en esas promesas era porque sabían que Dios las había dado. De hecho, estas promesas representaban la Palabra misma de Dios, que se movía sobre sus corazones y mentes, e inspiraba claras percepciones de Su bondad y poder divinos. Este espíritu que reafirma la Verdad y el Amor divinos en la consciencia humana es el Espíritu Santo, o Cristo, que según los Evangelios describen ungió divinamente a Jesús e impregnó completamente su ministerio de enseñanza y curación. Esta influencia inspiradora de esperanza impone toda curación y progreso, y es sentida por todo aquel que sea receptivo y responda a su mensaje. Atraviesa el sombrío sentido de desesperanza, temor, futilidad, incluso aparente imposibilidad, y da testimonio de que Dios, el Espíritu, es nuestro origen y amoroso Padre-Madre, y que nosotros mismos somos enteramente espirituales, la expresión del Espíritu, amablemente dotados de autoridad divina sobre las erróneas pretensiones de los sentidos materiales.

Experimentamos esta animación divina de maneras que naturalmente asociaríamos con el Consolador, o Cristo sanador, como la certeza espiritual de la presencia de Dios con nosotros, un sentido vivificado de que prevalecerá el bien, una expectativa de curación, una convicción fortalecida de que Dios en realidad ya es supremo en nuestras vidas. Estas certezas vienen a veces en palabras y otras más como un sentimiento o intuición espiritual. Nos inspiran a rechazar la evidencia ante los sentidos y a aceptar la certeza que Dios nos brinda de que Él guía nuestras oraciones y que se está produciendo la curación. 

No hace mucho tuve una experiencia que aclaró más esta perspectiva y resultó en una curación profundamente significativa.

Poco después de quedarme dormida una noche, me desperté con dolor y afiebrada. Oré para resistir la tentación de especular sobre los síntomas y silenciar el temor. Luego, al escuchar atentamente las directivas del Padre, oí —inesperadamente— este mensaje: “Las promesas de Dios se cumplen”.

Esta idea tuvo un efecto tan tranquilizador en mi consciencia que supe que era de Dios. Así que consideré cuidadosamente varias promesas registradas en el Antiguo Testamento, y reconocí con reverencia cómo Dios había llevado a cabo cada una de ellas. 

Mientras oramos, podemos reconocer con gratitud que la curación que buscamos seguramente vendrá.

Entonces surgió la idea de pensar en las promesas “más grandes” registradas en las Escrituras, las que abrazan a la humanidad y envuelven el alcance de la historia humana. La más notable de estas, por supuesto, fue la promesa de Dios a los antiguos profetas de la venida del Mesías. Esta promesa se cumplió en el nacimiento virginal, así como en el ministerio sanador, la resurrección y la ascensión del Maestro, Cristo Jesús. Y Jesús prometió que su Padre celestial enviaría a la humanidad otro Consolador, que como les dijo a sus seguidores estaría con nosotros para siempre como sanador, Salvador, Redentor. “Este Consolador, yo entiendo, es la Ciencia Divina”, escribiría finalmente la Sra. Eddy (Ciencia y Salud, pág. 55). 

Comprendí de una manera distinta que, así como la misión única de Jesús se cumplió, así también la misión del Consolador prometido llegará a buen término, sanando y salvando a la humanidad individual y colectivamente a través de los siglos, y estableciendo el reino de Dios “como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10). El considerable alcance de estas promesas más grandes —la historia humana en general, y su cumplimiento primero a través de la misión de Cristo Jesús y ahora a través de la Ciencia Cristiana, la revelación completa y final de la Verdad que él demostró— dio lugar a una inmensa gratitud mientras oraba.

Entonces se me ocurrió que el cumplimiento del propósito del Padre para Su Consolador divino seguramente incluía mi propia curación aquella noche oscura, mientras me esforzaba por escuchar la Palabra de Dios y aceptar más plenamente la realidad de Su omnipresencia. En ese sentido la curación fue irresistible.

Una alegría y paz cada vez más grandes vinieron durante la noche a medida que estas ideas se expandieron en el pensamiento. Recuerdo haber pensado en un momento dado que no cambiaría esta experiencia por nada, porque el desafío se estaba convirtiendo en una preciada bendición a través de este desenvolvimiento tan significativo. A medida que avanzaba la noche, el dolor y la fiebre disminuyeron gradualmente, y cuando me levanté para comenzar el día, los síntomas habían desaparecido.

Al pensar en la experiencia, recordé esta declaración de Ciencia y Salud: “La idea inmortal de la Verdad recorre los siglos, reuniendo bajo sus alas a enfermos y pecadores”. Y un poco más adelante en el mismo párrafo tenemos la seguridad: “Las promesas serán cumplidas” (pág. 55). Sentí que había caído bajo esta gran barrida de “la idea inmortal de la Verdad”, y había sido amorosamente “reunida bajo sus alas”.  

Reconocer que la autoridad de la Ciencia Cristiana es el cumplimiento de la promesa y profecía divinas nos ayuda a reconocer nuestra propia autoridad en la práctica de la Ciencia Cristiana. Fortalece nuestra capacidad de sanar y ser sanados, porque vemos que no estamos solos, tratando escasamente de aplicar las verdades de la Ciencia Cristiana. El poder y la autoridad del Espíritu Santo, que impulsó tantas victorias en el Antiguo Testamento, y la obra mesiánica y el establecimiento del cristianismo primitivo en el Nuevo Testamento, están obrando en cada uno de nosotros para asegurar la eficacia sanadora de cada oración. 

Animados por esta comprensión, no es muy probable que seamos mesmerizados por el desaliento en nuestro trabajo sanador, o que nos sintamos inseguros sobre el resultado de nuestras oraciones, o que seamos absorbidos por una miríada de “qué pasa si” de parte de la mente mortal sobre un caso. Experimentamos más certeza de que nuestras oraciones darán sus frutos.

Así que mientras oramos, podemos reconocer con gratitud que la curación que buscamos seguramente vendrá. No será frustrada por personas o circunstancias, por un clima mental de tendencia materialista, ni siquiera por un sentido de nuestras propias deficiencias humanas. Sino que se manifestará tan ciertamente como el día sigue a la noche, en cumplimiento del propósito sanador de nuestro Padre para Su divino Consolador —el Espíritu Santo y Cristo— que amorosamente abrigamos al orar y en la práctica. 

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / noviembre de 2022

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.