Seguramente yo era la persona de posición económica menos acomodada en el salón donde se celebraba el servicio religioso del Día de Acción de Gracias. Los asistentes a esa filial del próspero vecindario que estaba visitando dieron gracias por cosas que yo, con mis 20 y tantos años, simplemente no tenía: casas propias, matrimonios, carreras. Sin embargo, yo también desbordaba de gratitud. A través de la oración, había confiado en que Dios satisfaría mi necesidad de encontrar la manera de llegar a los Estados Unidos para ser el padrino en la boda de mi amigo, y en los Estados Unidos, había confiado en que Dios revelaría los medios necesarios para llevarme de regreso al Reino Unido. Ambas necesidades habían sido satisfechas mediante regalos en efectivo de fuentes muy inesperadas que no sabían nada de mis necesidades en particular.
De modo que, la escasez se transformó en razones para estar agradecido: mi necesidad financiera inmediata fue satisfecha; la boda fue una alegría; y sentí profundamente cuán real y práctico es el cuidado de Dios.
También vi, como dice un himno, que la gratitud en sí misma es riqueza:
Las quejas son pobreza,
riqueza es gratitud;
benditas son las pruebas,
exigen fortitud.
La vida es oro eterno
que en gozo se acuñó,
el gozo es tesoro
de grato corazón.
(Vivian Burnett, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 249, © CSBD)
Lo que compra la aceptación de esta riqueza espiritual no tiene precio. La gratitud disminuye nuestros temores y abre nuestros corazones al Cristo —el mensaje de Dios de la realidad espiritual— que transmite soluciones inspiradas a nuestras necesidades. La lógica humana podría decir que para estar agradecidos debemos tener salud mental o física, recursos suficientes y felicidad. Pero muchos han encontrado que un corazón incondicionalmente agradecido los eleva a la consciencia misma de la bondad de Dios que saca a la luz estas cosas.
Esta gratitud incondicional es nativa de nuestra identidad espiritual como creación de Dios. Ceder a este sentido espiritual de nosotros mismos no nos impide apreciar a las personas que amamos, el trabajo que hacemos, el país en el que vivimos; no obstante, nos libera de la creencia de que nuestro agradecimiento depende de estas cosas. La causa más elevada y liberadora de la gratitud está generosamente al alcance de todos, y es un poderoso punto de partida para la oración sanadora. Es la gratitud por el hecho mismo de que Dios es Dios, el creador infinitamente poderoso y eternamente tierno que perdona todas nuestras iniquidades y sana todas nuestras dolencias (véase Salmos 103:3).
Es imposible no sentirse agradecido cuando se alcanza aunque sea una vislumbre de la realidad de este creador todopoderoso que lo abarca todo. Pero nuestra gratitud no termina con estar agradecido por la naturaleza sanadora de Dios. Nuestro agradecimiento más profundo incluye apreciar lo que significa ser Su descendencia espiritual, invariablemente amada y cuidada por la bondad infinita como su siempre preciado reflejo espiritual.
He aquí un panorama de lo que incluye este reflejo. Al usar la palabra hombre para referirse a la verdadera naturaleza espiritual de todos, los Escritos Misceláneos, 1883-1896 de la Sra. Eddy dicen: “El hombre es el linaje y la idea del Ser Supremo, cuya ley es perfecta e infinita. En obediencia a esta ley, el hombre está desarrollando perpetuamente las eternas bienaventuranzas del Ser; pues él es la imagen y semejanza de la Vida, la Verdad y el Amor infinitos” (pág. 82).
Esta identidad espiritual divinamente bendecida no es un ideal abstracto en comparación con cualquier posesión personal o estatus que podamos tener o desear. En realidad, son las cosas materiales en nuestra vida las que son menos sustanciales de lo que parecen, porque su base, la materia, es en sí misma ilusoria. Así que, por ser mortal, hasta lo mejor de lo que la materia parece ofrecer ya viene con la obsolescencia incorporada. Por el contrario, el Espíritu divino es inmortal, inmutable, y cuando nos volvemos al Espíritu, Dios, recibimos ideas espirituales atemporales, que nos llevan a tener expresiones presentes y apropiadas del bien en nuestra vida. Aunque la forma en que se expresa el bien necesario puede evolucionar con el tiempo, la idea subyacente detrás del bien divinamente demostrado está fija para siempre, por lo que la bondad misma está asegurada.
Entonces, las riquezas duraderas son lo que derivamos del Espíritu, especialmente la percepción espiritual e invaluable de la perfección divina y su expresión universal. Esta perspectiva del Cristo acerca de la existencia fue expresada de la mejor manera por Jesús, quien no buscó riquezas materiales ni las acumuló. Sus enseñanzas incluso destacaron lo vacío y lo vulnerable de darles tal prioridad. Habló de un hombre cuya tierra produjo abundantes cosechas, lo que lo motivó a hacer planes para construir graneros más grandes en los que almacenarlos (véase Lucas 12:16-21). La Biblia describe que el hombre se decía a sí mismo muy satisfecho que tenía bienes acumulados durante años, de manera que podía relajarse y simplemente comer, beber, regocijarse. Pero aceptar la falsa premisa de la existencia mortal era un sentido distorsionado de la abundancia y la felicidad, lo que rápidamente lo decepcionó. Murió antes de poder disfrutar de los frutos acumulados de su trabajo. Ampliando la lección para todos nosotros, la parábola concluye: “Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios”.
Lo que parece ser “rico para con Dios” lo ejemplifica la vida de Jesús al servicio desinteresado de Dios y de la humanidad. Sin embargo, dar prioridad espiritualmente a esta vida cristiana no significa que sea una existencia espartana. Apreciar y probar la realidad de la bondad divina bendice palpablemente al que lo hace. Y cada demostración de esta bondad más profunda incrementa su valor mucho más allá del beneficio para un solo individuo, porque el bien que sale a la luz a través de la comprensión espiritual en una instancia revela lo que realmente existe para todos en cada instancia. Sobre esta base de la realidad universal de cada pizca del bien demostrado, Jesús sanó a innumerables individuos de la enfermedad, proporcionó alimento a miles cuando prácticamente ningún alimento había a la mano, e incluso restauró la vida a algunos que habían muerto.
En varias ocasiones, la Biblia indica que Jesús agradeció a Dios antes de realizar estas notables hazañas. Él estaba incesantemente consciente de la naturaleza eterna del abundante don de armonía, salud y vida espiritual que Dios tenía para todos, y agradecido por ello.
Esta consciente percepción fue fundamental para el legado ininterrumpido de bendiciones que Jesús otorgó a la humanidad, y es un modelo del amor sanador y generoso que cada uno de nosotros puede hacer suyo y que invariablemente incluye gratitud y alegría. Cada vez que sentimos esta gratitud, sabemos que somos la persona más rica del lugar, … ¡junto con todos los demás en el lugar! Todos estamos igualmente dotados con la capacidad de revelar la misma gratitud centrada en Dios, cuya fuente es Dios y glorifica a Dios.
Tony Lobl
Redactor Adjunto
