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Original Web

La gratitud que nos impulsa a dar

Del número de noviembre de 2025 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 4 de agosto de 2025 como original para la Web.


Un libro de un destacado profesor de The Wharton School, la escuela de negocios de la Universidad de Pensilvania, identifica a algunos individuos como “dadores” —aquellos que dan sin preocuparse por lo que puedan recibir a cambio— y a otros como “tomadores” —los que quieren recibir más de lo que dan y “ganar” en cada transacción—. El autor, Adam Grant, investigó qué tipo de orientación traía más éxito, tanto a los individuos como a sus esfuerzos. Al final, descubrió que los que tenían mejores resultados eran los dadores, especialmente a largo plazo.

Aunque quizá no sea lo que cabría esperar, este resultado tiene sentido. Es natural valorar el dar a los demás y sentirse satisfecho y bendecido por ello. Como Cristo Jesús instruyó a sus discípulos: “De gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10:8). Y el apóstol Pablo escribe: “Acuérdate de las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35; KJV).

La Biblia está llena de ejemplos del amor que se expresa al dar desinteresadamente: Cuando su esposo falleció, Rut se comprometió a permanecer con su suegra, Noemí, en lugar de dedicarse a sus propias necesidades (véase Rut 1:16); la viuda pobre dio todo lo que tenía al arca de la ofrenda de la iglesia (véase Marcos 12:42); en una de las parábolas de Jesús, un buen samaritano cuidó de un hombre que encontró herido al costado del camino (véase Lucas 10:30-35); y Jesús mismo dio desinteresadamente de su tiempo, oración y atención cristiana al sanar dondequiera que iba y lavar los pies de sus discípulos. Al final de su carrera, incluso dio su vida a través de la crucifixión para demostrar el poder de la vida eterna mediante su resurrección. 

¡Estos eran dadores intrépidos y desinteresados! ¿Por qué? Deben de haber vislumbrado que su provisión de bien siempre estaba llena, porque su fuente era Dios. Dios es infinito y Dios es bueno; por lo tanto, hay una provisión infinita de bien para todos. Como leemos en Salmos: “Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella” (Salmos 24:1, LBLA).

Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, se refiere a Dios como “el gran Dador” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 112). El hecho de que nos demos los unos a los otros es un reflejo del bien que Dios nos da a  todos continuamente. Debido a que cada individuo es la imagen y semejanza espiritual de Dios (véase Génesis 1:26) —uno en calidad con esta fuente divina infinita— ya incluimos espiritualmente todo lo que necesitamos de la abundancia de ideas correctas de la Mente, de Dios. Estas ideas incluyen salud, recursos suficientes, empleo útil, hogar, relaciones armoniosas, una iglesia inspirada. Si los brazos de Dios están llenos, entonces también lo están los nuestros, por reflejo.

Sin embargo, esto también plantea la pregunta: ¿Cómo actuamos de acuerdo con estas verdades para convertirnos en dadores más desinteresados? ¿Qué podemos hacer si sentimos que no tenemos mucho o nada para dar; si sentimos que tenemos más de lo que podemos manejar simplemente para cuidar de nosotros mismos y de nuestras obligaciones personales?

Podemos expresar gratitud a Dios por todo lo que Él es y todo lo que nos ha dado como Su amada creación. Esto ayuda a abrir el camino para traer la abundancia de la bondad de Dios a nuestra experiencia. 

La gratitud cristiana reconoce que Dios nos ha dado un pozo lleno del cual podemos extraer y compartir con los demás. Al conocer lo que ya tenemos espiritualmente, no tenemos que acumular nuestro bien o dudar en compartirlo por miedo a que nos quedemos sin nada o no tengamos suficiente para nosotros mismos. E incluso si sentimos que a nosotros mismos nos falta algo, la gratitud a Dios nos despierta al hecho espiritual de que tenemos mucho para dar.

En una ocasión, en mi vida todo iba bien, tenía un nuevo trabajo y nuevas amistades; hasta que las cosas cambiaron inesperadamente. Las relaciones cambiaron y el trabajo comenzó a parecer insatisfactorio. Al carecer de alegría y confianza, me alejé de los demás al punto de sentirme muy aislado. 

En este estado de depresión, llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara a orar sobre la situación. Ella me animó a dejar de pensar en lo que sentía que había perdido o me faltaba y que, en cambio, hiciera un balance y estuviera agradecido por lo que tenía. Me pidió que hiciera una lista de las cosas por las que estaba agradecido; en particular, de las valiosas cualidades que Dios me había dado y que yo expresaba para bendecir a los demás.   

Esto me recordó a Eliseo, en la Biblia, cuando le preguntó a la viuda que no tenía dinero: “¿Qué tienes en casa?” (2.° Reyes 4:2). Ella solo tenía una vasija de aceite, pero pronto descubrió que, al confiar en la provisión de Dios, este aceite se multiplicó y satisfizo sus necesidades.

Cuando comencé a anotar lo que tenía en mi “casa” —las cualidades espirituales en mi conciencia y experiencia por las que estaba agradecido—, la lista comenzó a crecer muy rápidamente. Pensé en cuánto había amado a Dios y a la Ciencia Cristiana desde que era niño, y cuánto me gustaba ser amable con los demás, hacer mi trabajo de manera concienzuda e inteligente, y ocuparme de los jóvenes. Me di cuenta de que yo no generaba estas cualidades a través de alguna fuerza de voluntad humana, sino que las tenía por reflejo. Afirmé que, por ser la imagen y semejanza de Dios, expresaba estas cualidades naturalmente. Como escribe la Sra. Eddy: “El hombre brilla con luz prestada. Refleja a Dios como su Mente, y este reflejo es sustancia —la sustancia del bien” (Retrospección e Introspección, pág. 57). ¡Sabía que Dios no es tacaño! Estaba profundamente agradecido por la abundancia que Él ya me había dado y sabía que las circunstancias no podían quitármela.

Poco después de eso, mi supervisor en el trabajo dijo que había estado observando mi buena labor, y que, aunque no era común que la oficina diera bonos en efectivo, quería darme uno. Al mismo tiempo, un compañero de trabajo dijo que estaba preguntando por alguien de confianza y bueno con los jóvenes para que cuidara a sus hijos mientras él y su esposa se iban un fin de semana, y me habían recomendado. Terminé no solo pasando un fin de semana maravilloso con estos niños, sino que me convertí en un amigo cercano de la familia durante muchos años. 

Una cosa buena llevó a la otra, y sentí una sensación de renovación en mi trabajo y mis relaciones. Más importante aún, esta gratitud por la generosidad de Dios hizo que estuviera abierto a tener más oportunidades de bendecir a otros, incluida la enseñanza en la Escuela Dominical y, finalmente, entrar en la práctica pública de la Ciencia Cristiana. No pude menos que amar “con el corazón” (Minny M. H. Ayers, Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 139), al compartir alegría y ver la perfección de los demás dondequiera que iba.

Esta experiencia me mostró que la gratitud saca a la luz y magnifica la bondad de Dios ya presente. Un corazón agradecido permite que el bien se multiplique y abre las puertas al reino de los cielos, el reino de la armonía aquí y ahora. Un corazón agradecido es un corazón satisfecho, sin lugar para la preocupación, el miedo al futuro, la ansiedad, el ensimismamiento o la voluntad propia. Nos permite reconocer quiénes somos como hijos plenos y completos del Amor divino con algo vital que dar. Nos hace sentir estables, seguros y confiados, sin ningún deseo de envidiar a los demás o desear tener lo que ellos tienen.

La gratitud no significa esperar a que las circunstancias cambien para poder ser felices o dar libremente; más bien, ¡la gratitud cambia las circunstancias! Cuando Jesús fue divinamente llamado para resucitar a Lázaro de entre los muertos, él expresó gratitud por adelantado, orando: “Padre, gracias te doy por haberme oído” (Juan 11:41). Con este corazón agradecido, llamó a Lázaro para que saliera de la tumba, y Lázaro así lo hizo.   

¿No podemos estar agradecidos de antemano como estaba Jesús? Incluso antes de que la evidencia de un problema haya cedido a la oración, podemos decir: “Gracias, querido Dios, por todo lo que me has dado”, reconociendo que, a pesar del cuadro que tenemos ante nosotros, nuestra perfección espiritual que Dios ha creado ya está presente.

Los Científicos Cristianos tienen algo de vital importancia que compartir con el mundo: una comprensión de la Ciencia del Cristo que trae curación y transformación, física, moral y espiritualmente. A través de la gratitud nos damos cuenta de que tenemos algo que dar y el impulso divino para darlo. Como concluye el poema de la Sra. Eddy “Cristo, mi refugio”:

Es mi oración hacer el bien,
por Ti, Señor;
de Amor ofrenda pura es,
do guía Dios.

 (Himnario de la Ciencia Cristiana, Himno N.° 253)

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