— ¿Qué tal pasaste el fin de semana?
— Bien, ¿y tú?
— Yo, más o menos. Estuvo mi suegra en casa.
— ¿Y cómo te las arreglaste?
— Sobreviviendo…
Es común escuchar este tipo de conversación cuando se reúnen las mujeres. Es un tema ancestral que perdura. Esta creencia común de que una suegra y una nuera tienen problemas para llevarse bien se destaca en las comedias y es un tema frecuente de chistes y películas.
Este tema se cruzó en mi camino hace un tiempo cuando estaba hablando con una amiga. Me contó que un familiar había sufrido mucho por la forma en que su suegra la había tratado al comienzo de su matrimonio. ¡Pero ahora, ella repetía el mismo comportamiento con su nuera!
Esto me hizo preguntarme, ¿Por qué ocurren desavenencias frecuentes en esta relación? Pareciera como si los celos, una actitud posesiva, el dominio, el deseo de ser el centro de atención y el poder fueran todos factores, ya sean sutiles u obvios. Al pensar en estos elementos, me di cuenta de que a menudo causan conflictos en todo el mundo. Es como si existieran muchas complejidades cuando se trata de lograr un buen entendimiento entre todas las partes.
En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy escribió: “Los celos son la tumba del afecto. La presencia de desconfianza donde debiera haber confianza marchita las flores del Edén y dispersa los pétalos del amor, haciéndolos perecer” (pág. 68). Cuando dos personas sienten que compiten por un espacio en un mismo corazón, a veces olvidan que el gran corazón del Amor divino nos abraza a todos, y en este Amor no hay disputa ni discordias de ningún tipo.
Cuando era una joven esposa, creía que tenía todas las respuestas y pensaba que la relación con mi suegra estaba destinada a la desarmonía y era insalvable. En un poema, el escritor español Gustavo Adolfo Bécquer escribió algo que describe esto: “inevitable el choque, no pudo ser” (poetasandaluces.com/poema/273/).
No obstante, en contraste con este estereotipo, me inspiré en la historia bíblica de Rut, quien dejó su tierra natal para quedarse con su suegra y apoyarla. Esta historia fue de gran inspiración para mí y me permitió comprender más sobre el amor y sus diversas formas de expresión. Pude darme cuenta de que las relaciones envuelven cooperación, no competencia. Debemos querer estar “todos unánimes juntos” (Hechos 2:1).
A lo largo de los años, aprendí a reconocer cualidades cristianas en mi suegra; cualidades como dedicación al hogar, amor desinteresado, amabilidad, servicio, gratitud a Dios y fidelidad. Esto transformó mi pensamiento y no permitió que alguna falsedad sobre su carácter invadiera mi conciencia. De esta manera, logramos una relación de respeto y afecto basada en la honestidad.
Mi suegra y yo compartimos un viaje sanador durante muchos años, construyendo y deconstruyendo nuestra relación, hasta que ambas nos comprendimos y nos dimos espacio. Pero no lo logramos con el mero esfuerzo humano. Ambas oramos mucho para mejorar nuestra relación, ya que ambas amábamos mucho al gran hombre que era su hijo y mi esposo. Comprendí mejor que “para desarrollar todo el poder de esta Ciencia, las discordancias del sentido corporal deben ceder a la armonía del sentido espiritual, así como la ciencia de la música corrige los tonos falsos y da dulce consonancia al sonido” (Ciencia y Salud, pág. viii).
Las ideas espirituales con las que oramos trajeron mucha concordia, que no solo bendijo nuestra relación, sino también a nuestras familias. Nuestras interacciones tenían un fundamento de amor. Esto permitió que mis hijos, sus nietos, gozaran de nuestra excelente confianza mutua. Ellos pudieron disfrutar de sus abuelos con alegría y continuidad.
Mis hijos recuerdan con mucho cariño los momentos felices que pasaban con su abuela y la familia en las salidas. Eran tiempos verdaderamente de amor desinteresado y expresiones de armonía. Hasta el día de hoy, las horas que pasaron en la casa de sus abuelos son recuerdos que mis hijos atesoran; me di cuenta de que para mi suegra también eran momentos de disfrute.
Esta experiencia me enseñó mucho acerca de la importancia de ceder, de ser humilde, de dejar que Dios, el Amor divino, guíe mis pensamientos y acciones. He podido aplicar estas lecciones a lo largo de mi vida, no solo en mi relación con mi familia, sino también en mi entorno laboral y otras relaciones.
Si cada uno de nosotros se esfuerza cada día por superar las pequeñas tentaciones morales y éticas, podremos bendecir a los demás al sanar y regenerar nuestras relaciones. ¡Y esto también tiene un efecto en el mundo!
