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Original Web

Cómo conocí la Ciencia Cristiana

Mi forma de pensar acerca de la vida cambió a una base espiritual

Del número de noviembre de 2025 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 31 de marzo de 2025 como original para la Web.


Me crie en una religión cristiana tradicional. Pero cuando estaba en la universidad, comencé a darme cuenta de que realmente nunca había satisfecho mis necesidades. De hecho, cuanto más lo pensaba, toda la noción de un Dios “allá arriba” en algún lugar parecía un poco tonta. Llegué a la conclusión de que Dios realmente no existía y que la vida debía ser gobernada por el azar o la suerte. No obstante, mantuve la mente abierta, afortunadamente.  

Con el tiempo, se me ocurrió que había habido sucesos, como la crisis de los misiles cubanos y la Segunda Guerra Mundial, en los que la humanidad parecía estar al borde de la destrucción, pero se salvó. Me pareció curioso. Si las cosas fueran realmente aleatorias, cada resultado posible debería ser igualmente probable y, a largo plazo, debería suceder con aproximadamente la misma frecuencia. No obstante, esto no parecía ser el caso. ¿Cómo podía la humanidad seguir siendo tan afortunada? Parecía haber una tendencia hacia el bien. También había otras cosas que no tenían sentido para mí, como la bondad y el amor. ¿En qué se basaban en un mundo de arbitrariedad o azar? ¿Y cómo podría explicarse la predisposición hacia el bien? ¿Podría ser porque había un Dios? Tal vez Dios no se parecía en nada a lo que me habían enseñado cuando crecía.

Pensé mucho en esto. Traté de inventar nuevos conceptos de cómo podría ser Dios realmente y los etiqueté como “conceptos no estándar de Dios”. Llegué a la conclusión de que probablemente había un poder superior de algún tipo, pero uno que era muy diferente del que me habían enseñado. 

Después de unos años de pensar en esto, comencé a tener problemas respiratorios que nunca antes había tenido. Cuando los síntomas no desaparecieron y luego empeoraron, decidí que era mejor ir al médico.

El médico no encontró ninguna causa obvia, pero me recetó un medicamento que pensó que podía ayudar. Después de tomarlo por un tiempo y no ver ninguna mejoría, volví al médico. Me examinó más a fondo, de nuevo no encontró nada y me dio una nueva receta. Todavía no vi ninguna mejoría y volví al médico por tercera vez. El patrón era el mismo: un examen, no se encontró nada y una nueva receta. Cuando me surtieron la última receta, el farmacéutico me llamó y me dijo: “Lo que te están dando es realmente poderoso. ¿Qué te pasa?” Le respondí que no parecían saberlo.

Incluso después de tomar este nuevo medicamento, no vi ninguna mejoría. Así que dejé de tomarlo y recurrí a un antihistamínico. Si bien esto alivió un poco los síntomas, después de casi quedarme dormido al volante varias veces de camino a casa desde el trabajo, también lo suspendí.

Para entonces, yo solo existía, iba a trabajar, luchaba durante el día y volvía a casa, mientras los síntomas empeoraban lentamente. Cada vez me resultaba más difícil hacer las tareas del hogar y cualquier otra actividad física era imposible. Comencé a pensar en mi situación en el panorama más amplio de la vida y cómo esto podría relacionarse con un Dios.

Un día cálido y soleado de septiembre, llegué a casa del trabajo y me acosté en mi cama. A través de la ventana del dormitorio, podía escuchar a los niños del vecindario jugando y riendo afuera. Y allí estaba yo, miserable y prácticamente inmóvil. Recuerdo que miré la pared frente a mí, y luego tuve uno de esos momentos de increíble claridad, como si se hubiera encendido una gran bombilla. Me di cuenta con gran convicción de que si hubiera un Dios, Él nunca querría que Su creación sufriera. Sería insensato que Él quisiera o permitiera eso. El creador sólo podía gloriarse en la belleza y armonía de Su obra. ¡Uau! Tenía mucho sentido para mí. Me quedé impresionado por esto y no pude dejar de pensar en ello durante la cena y el resto de esa noche. 

Al día siguiente, los síntomas parecieron disminuir un poco, y esto continuó cada día hasta que finalmente desaparecieron. Incluso la tos desapareció en unas pocas semanas. Me quedé asombrado. Por fin recuperé mi vida. Pero ¿por cuánto tiempo? En sentido figurado, contuve la respiración durante unas semanas, luego empujé ese temor al fondo de mi mente.

Seguí pensando en lo que había sucedido y traté de entender por qué mi salud había mejorado después de esa revelación acerca de Dios. Pasó el invierno y comenzaba a llegar la primavera. ¿Esa enfermedad era estacional? Estaba más que un poco ansioso a medida que avanzaba la primavera y el verano, pero los síntomas jamás volvieron a aparecer. Estaba eufórico, pero siempre un poco preocupado.

Unos años después de esa experiencia, un amigo que vivía al otro lado del país compartió conmigo el libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras de Mary Baker Eddy. Cuando mi amigo me llamó para preguntarme si lo estaba leyendo, le dije que tenía dificultades para empezar. Mi amigo me sugirió que, en lugar de leerlo desde el principio, lo hojeara y leyera lo que me interesara. Esto funcionó muy bien para mí, y rápidamente descubrí lo profundo e interesante que es la obra Ciencia y Salud.

A medida que continuaba explorando el libro, un día encontré esto: “Toma consciencia por un solo momento de que la Vida y la inteligencia son puramente espirituales —ni están en la materia ni son de ella— y el cuerpo entonces no proferirá ninguna queja. Si estás sufriendo por una creencia en la enfermedad, repentinamente te encontrarás bien” (pág. 14).

¡Eso era! Ser receptivo a una nueva idea acerca de Dios había cambiado mi forma de pensar sobre la vida de una base material a una base espiritual, y me había encontrado “repentinamente… bien”: había sanado.  

Desde entonces, he podido leer Ciencia y Salud de principio a fin más de una vez, obteniendo cada vez más comprensión de la naturaleza de Dios —incluida Su bondad— y Su creación. Sí, definitivamente hay un Dios, y Él no envía enfermedades ni sufrimiento. Dios nos da Su amor continuamente. No tenemos que informar a Dios de nuestros problemas ni rogarle que los arregle. Dios no sabe nada de ellos. Como dice la Biblia, Él es “muy limpio… de ojos para ver el mal” (Habacuc 1:13). A medida que sabemos más de Dios, la comprensión de Su amor siempre presente disuelve los problemas como el sol derrite la nieve caída. Con esta comprensión de cómo fui sanado, ya no me preocupaba que volviera a ocurrir. Sabía que los síntomas nunca volverían ni podían regresar, y esto ha sido cierto durante más de treinta y cinco años. Desde entonces, he tenido muchas curaciones maravillosas a través de mi estudio y aplicación de la Ciencia Cristiana, por lo cual estoy muy agradecido.

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