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Original Web

PARA JÓVENES

¿Cómo puedo dejar de odiarme a mí mismo?

Del número de noviembre de 2022 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 15 de agosto de 2022 como original para la Web.


P: ¿Cómo puedo dejar de odiarme a mí mismo?

R: Bueno... esta es una gran pregunta. Cada uno de nosotros quizá trate con una versión diferente de este problema. Para mí, cada vez que me miraba en el espejo o veía mi reflejo en el escaparate de una tienda, me invadía un intenso sentimiento de autodesprecio que lo envolvía todo. Pensaba cosas como estas: “¡Eres tan fea que ni siquiera mereces vivir en este planeta!”. Este odio se expresaba mediante varios comportamientos autodestructivos; entre ellos, un trastorno alimentario grave y hacerme daño a mí misma, por nombrar tan solo dos. Entonces, ¿qué hacer al respecto?

Podría ser útil observar cómo nos vemos a nosotros mismos. ¿Nos vemos como estúpidos, feos, “inferiores a”? El mundo nos pone una norma imposible de igualar. Las redes sociales están llenas de ejemplares bonitos, inteligentes y talentosos que se exhiben en nuestras pantallas en momentos interesantes y fotos filtradas. Es difícil no compararse con lo que vemos. No obstante, no es una buena idea. ¿Por qué? Porque siempre habrá gente que parezca más bonita, más inteligente, más talentosa que nosotros.

Entonces, si no es eficaz compararnos con los demás, ¿qué lo es? Algo que me ayudó mucho fue adoptar un enfoque diferente de la forma en que me veía a mí misma: un enfoque espiritual. Esto implicó un cambio; de las comparaciones y la autocrítica a mirar las cosas desde la perspectiva de Dios.

Un libro titulado Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy, me ayudó a hacerlo. Cuando comencé a leer Ciencia y Salud, me sorprendió saber que para Dios yo era especial. No más o menos especial que otros, pero especial porque era amada y por lo tanto, merecía serlo. Dios me creó, junto con todos los demás, para ser única y completa, con dones y talentos que solo yo podía compartir con los demás. Así es como lo explica Ciencia y Salud: “La identidad es el reflejo del Espíritu, el reflejo en formas múltiples y variadas del Principio viviente, el Amor” (pág. 477). 

Me tomó un tiempo comprender esto. Pero aprendí que no tenía que compararme con los demás para sentirme mejor. En cambio, le pedí a Dios que me mostrara quién soy. En otras palabras, oré para verme desde la perspectiva de Dios en lugar de confiar en mi propia visión de las cosas para que me dijera cómo debería sentirme acerca de mí misma. Eso hizo toda la diferencia. 

Lo que descubrí es que cada uno de nosotros es hijo de Dios. No somos individuos limitados que no son lo suficientemente buenos y se esfuerzan constantemente. Podemos estar seguros del éxito porque tenemos infinitos recursos a nuestro alcance. Debido a que reflejamos a Dios, la fuente de todo el bien, tenemos acceso a todo este bien. Orar e identificarnos como hijos de Dios, como Su creación espiritual, nos aparta de la imagen que podríamos tener de que no somos lo suficientemente buenos, lo que puede resultar en odio contra nosotros mismos.

Este cambio en la forma en que pensamos acerca de nosotros mismos es posible que no venga de repente. Para mí, fue algo gradual. El primer paso fue identificar estos pensamientos de odio contra mí misma, y reconocer que no eran útiles. Entonces me di cuenta de que como no venían de Dios, no eran legítimos; eran tan solo un hábito, algo que quería romper.

La forma en que rompí este hábito fue usar esos momentos en los que sentía odio contra mí misma como oportunidades para reemplazar esos pensamientos con la visión inspirada por Dios de mí misma que había estado obteniendo. Fue volver a identificarme de una manera consciente y espiritual. Y lentamente, pero con toda seguridad, eso me liberó.

Un día me di cuenta de que realmente ya no me odiaba a mí misma. Toda esa energía gastada en el autodesprecio ahora estaba disponible para que la usara de maneras más constructivas. ¡Qué alivio! Sentí que podía seguir con mi vida, dejando atrás el trastorno alimentario y el lesionarme también. Y las cosas se abrieron para mí en cuanto a mi carrera de maneras que nunca podría haber soñado posible. Esto no habría sucedido si me hubiera quedado en la niebla del odio contra mí misma. 

A cualquiera que lea esto, me gustaría decirle: Por favor, no sigas odiándote a ti mismo. Te mereces algo mejor. Estar dispuesto a permitir que Dios te hable de ti mismo cambiará tu vida. Esto te sacará de la oscuridad, la depresión y la desesperanza, y te abrirá posibilidades increíbles. Como dicen, “El cielo es el límite”. ¿Qué te parece? ¡Te prometo que está ahí para ayudarte!

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